Estas evoluciones de la intención de voto nunca se deben a una sola causa. Se deben a errores propios y a aciertos ajenos. En el caso del Partido Popular se junta lo que dice el pueblo llano: las hambres con las ganas de comer.
A mí me salen tres hambres y ganas de comer. Primera: existe muchos diagnósticos de que está pagando los conflictos internos de la Comunidad de Madrid. La gente no entiende la pelea con Díaz Ayuso, que es un valor indiscutible del partido, y castiga, como hizo siempre, las divisiones internas.
Segunda: el descenso del PP coincide con un crecimiento del PSOE, notable en los barómetros del CIS, más pequeño, pero existente, en las encuestas privadas. Y eso significa aquello de Andreotti: que la oposición desgasta más que el poder. Quizá Pedro Sánchez está empezando a hacer el milagro de gobernar con lo más radical de España y, a pesar de todo, logra conectar mejor con la centralidad que el señor Casado parece haber abandonado tanto en la forma como en el fondo.
Y tercera, que, cuando la política se polariza, se benefician los extremos del mapa político, y en el rincón derecho del mundo conservador es de libro que el beneficiado tiene que ser Vox. Quizá se esté cumpliendo aquello de que, en caso de copia, el electorado prefiere al original.
Y no sigo, querido Alsina, porque tampoco se trata de amargar al señor Casado, tocado por la ómicron, y a quien hoy quiero desear una rápida recuperación. De votos y de salud.
