Recelan los barones del PP del protagonismo de Ayuso, incluso lo hacen otros jerarcas del partido a cuenta de las extravagancias en que incurre la heredera del esperancismo, pero la presidenta de la Comunidad se ha convertido en la gran lideresa de la oposición.
Nadie mejor que ella levanta la bandera del antisanchismo ni gestiona con más éxito el clima de la polarización. Gobierna el principal fortín de los populares. Se atrae al votante cabreado de Vox, valga la redundancia. Y se trabaja los cliches el victimismo populista.
Es justo reconocerle los méritos en la gestión de la pandemia, en el ámbito sanitario y en el económico. Y es sorprendente la obstinación con que Sánchez, Iglesias y los aliados soberanistas están contribuyendo a convertir a Isabel Díaz Ayuso en una antagonista de gran envergadura. Incluso cuando se trata de atribuirle estar gobernando un paraíso fiscal.
Los madrileños vivimos en las Bahamas sin saberlo, lo habéis escuchado. Y lo hacemos bajo el liderazgo de una presidenta a la que pueden terminar quedando pequeñas las fronteras autonómicas. Sobre todo si Sánchez, sus socios y sus aliados mediáticos se empeñan en convertirla en Belcebú. O si Casado osa a cortarle las alas.
Ayuso pide balón. Y ha justificado la titularidad. Es la jugona del PP para entendernos. Por eso reclama para sí el liderazgo del partido en Madrid. Y por la misma razón inquieta al propio Casado. Sería como si la Pigmalión quisiera suplantar a su creador.
Y como si se hubiera quitado el cartelito de la derechita cobarde. Ayuso es más temeraria que valiente. Pero la sinceridad y el descaro se premian en las urnas, sobre todo cuando compiten tantos impostores.
