CON RUBÉN AMÓN

Rubén Amón indulta a Enrique Tejedor: "Fue el maestro que cambió nuestras vidas"

Me vais a permitir a indultar a Enrique Tejedor. No sabéis quién es. Ni siquiera por su apodo, El Largo.

Rubén Amón

Madrid |

Se lo pusimos en los Escolapios de Pozuelo. Y no porque fuera bajito, que hubiera sido muy cruel, sino porque era realmente alto, imponente, no necesariamente ágil. Tengo entendido que un accidente de coche le provocó serias averías. Sus movimientos se resentían de una cierta mecanicidad. Un poco robotizado. Manos grandes, rasgos rotundo, como un actor de entreguerras de la república de Weimar.

Daba un poco de miedo al principio y un poco al final también, pero se le respetaba. Se le respetaba porque se había ganado la autoridad. Y porque su mayor virtud fue inculcar entre los alumnos el hábito de la lectura, no como un castigo ni como represalia, sino con insólito entusiasmo y capacidad embaucadora. El Largo despertó vocaciones con inteligencia y sensibilidad, aunque esta última le identificara menos que las obligaciones jerárquicas.

Acaba de morirse, de coronavirus, pero al menos antes de conocer la noticia del aprobado general. Nunca lo hubiera admitido. Y no por falta de generosidad, sino por el criterio del esfuerzo y del mérito.

El Largo era nuestro profesor de Escolapios, pero identifica la categoría del arquetipo del maestro que cambió nuestras vidas. Y que recordamos ahora con gratitud. No voy a despedirlo yo. Se va a despedir él, con la carta emocionante que él mismo redacto hace diez años, cuando llegó la hora de jubilarse.

En diferentes ocasiones me ha tocado despedir a los alumnos de Segundo de Bachillerato. Hoy me toca, aunque muy a mi pesar —pero ésa sería otra historia— despedirme a mí mismo de mí mismo y de vosotros.

Termina mañana mi vida laboral, la mayor parte de ella vivida en este colegio, entre vosotros, y, con ella, termina mucho, mucho más; pero esa también sería otra historia.

Siempre he creído que toda jornada —y eso a fin de cuentas es la vida— más allá de cualesquiera otros sentimientos, puede y debe cerrarse y encerrarse en dos palabras: gracias y perdón.

Por ello:

GRACIAS a quienes, sin conocerme casi, me habéis querido.

GRACIAS a quienes me habéis querido a pesar de conocerme.

GRACIAS a quienes, amablemente, me habéis dejado creer que me queríais.

PERDÓN por casi todo.

Y, por encima de todo, sed felices, sed honestos, sed sinceros y recordad que el colegio no existe. El colegio sois cada uno de vosotros y sólo será lo que vosotros seáis.

Y, si alguna vez me recordáis, habladle bien de mí a Dios, a ver si así…

Un fuerte abrazo