No pudo ser. Los valencianistas no experimentaban esa desagradable sensación de perder una final desde 2001 cuando Mauricio Pelegrino fallaba aquel penalti en San Siro. Desde entonces hasta hoy se habían disputado cuatro finales todas ellas con victoria del lado valencianista. En 2004 en Goteborg se ganaba la UEFA, en 2004 en Mónaco la Supercopa Europea, en 2008 en el Calderón la Copa del Rey y en 2019 se repetiría título copero en el Villamarín. Veintiún años sin perder una final. Tal vez por eso fuera más difícil de asimilar la derrota del sábado en La Cartuja. Quizá por eso el varapalo fue mayor.
Pero el valencianista debe sentirse orgulloso. De su comportamiento y el de su equipo. Tal vez estuviera en inferioridad numérica, lo del reparto de las entradas es tema aparte, pero sus cánticos en La Cartuja resonaron aún más que los de los propios béticos. Solo la mala fortuna de un penalti errado consiguieron acallarlos un pequeño instante. Los valencianistas lloraron junto a su capitán José Luís Gayá, sus lágrimas eran nuestras lágrimas.
Ni la lluvia, ni el barro ni un estadio construido en mitad de la nada y poco preparado para albergar una final de Copa del Rey pudo frenar el ímpetu de los valencianistas. Miles de ellos recorrieron las calles de Sevilla durante todo el día. Ni un solo incidente con la afición rival que además ejercía de anfitriona. Ni antes ni durante ni después del partido, pese a tener que compartir con ellos andando los kilómetros que tuvieron que recorrer hasta sus destinos ya bien entrada la madrugada. Ambas aficiones fueron ejemplo de lo que tiene que ser la fiesta de las aficiones, la Final de la Copa del Rey.
Dice el refrán que "para perder una final hay que jugarla". Y es verdad. Pero no deja de ser cruel tener que experimentar ese sentimiento de zozobra y más cuando lo tienes tan cerca. Solo un penalti lanzado al cielo de Sevilla evitó que el Valencia levantara la novena. El valencianismo, sumido en las tinieblas estos tres últimos años por culpa de sus dirigentes, tenía ganas de celebrar, de volver a sonreír, de ser feliz.
Porque de esto va el fútbol y las finales. De sentimiento. Fue precioso ver familias unidas, gente joven y no tan joven ataviadas con algún distintivo valencianista recorrer las calles de Sevilla. Fue bonito oler a pólvora en una ciudad que no es la tuya. Fue maravilloso encontrarte con todos esos aficionados que de algún modo querían mostrar orgullosos su sentimiento alrededor del mismo escudo. Sus recuerdos de Sevilla, buenos o malos, perdurarán con el paso del tiempo. Ninguno de los que estuvo será capaz de olvidar lo que allí vivió y lo recordará con cariño.
Los que estuvieron contarán que se llenaron de barro alrededor de La Cartuja, que tuvieron que resguardarse bajo un puente ante el diluvio que les cayó durante la tarde, que les requisaron el paraguas a la entrada del estadio o que tuvieron que abandonarlo cabizbajos sin saber cómo volver. Contarán que tuvieron que secar sus empapadas camisetas valencianistas alrededor de una valla, que no encontraban un baño disponible o que no había forma de comprar ni tan siquiera una botella de agua. Todos esos obstáculos, esos esfuerzos se convierten en nada ante el amor incondicional hacia el Valencia. El sufrimiento del sábado, con el paso del tiempo, llega incluso a convertirse en un "bonito recuerdo" que contar de aquella final vivida en Sevilla en 2022.
Es difícil explicar lo que se siente cuando se pierde una final. Solo quien lo ha experimentado lo sabe. Primero te quedas en shock y al poco notas como se humedecen tus ojos. No encuentras consuelo ni en el abrazo con tus seres queridos. Nada de lo que te puedan decir en ese momento sirve para minimizar la tristeza que te invade. Miras alrededor mientras tu mente recuerda una y otra vez el momento en que Yunus lanza el penalti. No te quieres creer que se haya acabado, que se haya esfumado en solo un instante el sueño de conseguir la novena. Piensas que no es real pero lo es. Y poco a poco tu rostro se llena de lágrimas mientras ves a tu capitán llorar amargamente. Sus lágrimas son nuestras lágrimas. Las de todos los valencianistas.
Pero toca levantarse. Es bonito vivir una final y es muy duro perderla. Lo fue en 2001 cuando Mauricio fallaba su penalti y lo es en 2022 cuando Yunus no acierta con el suyo. Pero ni aquello fue el final ni tampoco lo será esto. En aquel entonces, y después de perder toda una Final de Champions, Mendieta ponía rumbo al Lazio y Cúper abandonaba el equipo al que había llevado a dos finales europeas consecutivas. Pocos hubieran imaginado ese verano todo lo que vendría después. Porque los campeones nunca se rinden. Las lágrimas de Milán se transformaron en lágrimas de alegría solo un año después en Málaga. Hoy toca sentir la derrota, tal vez mañana ese sentimiento de hoy se convierta en felicidad.
Es lo que tiene cuando amas un equipo. Se sufre en la derrota y se disfruta en la victoria. Pero yo os digo una cosa. Yo disfruté en Sevilla viendo como ese sentimiento de pertenencia a algo tan grande como es el Valencia CF no os lo van a arrebatar jamás. Ni desde Singapur ni desde ningún rincón del mundo. Podremos tener visiones distintas, discrepar e incluso generar bandos si hace falta pero sabemos que siempre habrá una cosa que nos una a todos, en lo bueno y en lo malo, y se llama Valencia CF.