DIVULGA QUE ALGO QUEDA

Música en la tempestad de Júpiter

Cada vez nos acercamos más a nuestros planetas más cercanos, quizás en busca de vida extraterrestre. Pero no solo les hacemos fotos, también grabamos sus sonidos. ¿Se puede hacer una sinfonía a partir de las visitas a planetas? Nuestro colaborador, Mario Viciosa, nos da la respuesta en Divulga que algo queda.

ondacero.es

Madrid | 23.10.2022 12:37

En Por fin no es lunes Mario Viciosa nos acerca de forma sencilla a la ciencia en su sección Divulga que algo queda. Hace pocas semanas, la NASA nos ofrecía imágenes inéditas de una de las lunas de Júpiter llamada Europa. Con una resolución sin precedentes. Cada vez nos acercamos más a nuestros planetas más cercanos, los del sistema solar y a sus satélites, quizás en busca de vida extraterrestre. Pero no sólo les hacemos fotos que son verdaderas obras de arte. También grabamos sus sonidos. ¿Se puede hacer una sinfonía a partir de las visitas a planetas?

Esta pregunta podríamos hacérsela a Gustav Holst, compositor inglés que estrenó en 1918 su memorable Suite Los Planetas. Cada movimiento lleva el nombre de un planeta del sistema solar. Siete movimientos, uno por planeta, excluyendo a la Tierra. Holst no hizo un trabajo científico, ni falta que le hacía, con estos planetas. Simplemente se dedicó a componer lo que le pareció y lo que le inspiraban los imaginados movimientos planetarios por el cosmos. De hecho, le dio un toque místico y puramente artístico con carácter mitológico. En plan, Marte sonaba a guerra o Venus, a paz.

Casi más científico resultó ser otro hombre de música: Pitágoras. Su escuela acuñó la expresión "música de las esferas". Los pitagóricos estaban convencidos de que los planetas emitían sonidos. Y sus sonidos, su música, dependía de las proporciones aritméticas de sus órbitas. ¿Por qué pensaban eso? Porque tendemos a dibujar las órbitas planetarias como líneas concéntricas. En el fondo, eso son cuerdas, pero cerradas. Pues bien, una cuerda puede vibrar, al pellizcarla, como en una guitarra o en un monocordio, que era el instrumento que usó Pitágoras para dar forma matemática a las notas y armonías que hoy, todavía, culturalmente nos suenan bien.

Los pitagóricos estaban convencidos de que los astros, surcando el cosmos, sonaban. Incluida la Tierra. Decían que como está siempre sonando de fondo, nos hemos acostumbrado a oírla y no lo percibimos. Aunque esta teoría era pura fabulación, sí que hay algo de verdad en que, psicológicamente, nuestro cerebro está preparado para eliminar de nuestra percepción ciertas cosas que están ahí siempre. Los planetas no suenan. Al menos, no como lo imaginaban los pitagóricos o, yendo más lejos, Platón. Él decía que cada planeta directamente suena en una nota, dependiendo de su velocidad. Algo de verdad intuitiva habría, porque el tono depende en música de la velocidad a la que vibra esa onda de sonido.

Los planetas suenan de algún modo, pero no como pensaban los antiguos griegos

¿Cómo suenan realmente? El sonido no es más que movimiento del aire. Moléculas de ese aire empujándose las unas a las otras. Es algo mecánico y requiere de un medio. El aire es ese medio en el caso de que un oído humano quiera percibir ese sonido. Si no hay aire entre un planeta y nuestro oído, pues no hay sonido. Pero hay sonidos a otros niveles. A lo mejor no los captan oídos ni micrófonos que necesitan del medio aire. Pero hay otros sensores que captan el movimiento de moléculas que no son de aire, empujándose las unas a las otras. Eso no hay motivo para no llamarlo sonido, en un sentido muy laxo, pero sonido de otro tipo. Y, en tanto que ondas, podemos traducirlas a sonidos propagables por el aire.

¿Se puede hacer música con el sonido de los astros? La respuesta es afirmativa. Se pueden crear obras entre lo científico y lo artístico, como ocurre con las imágenes que nos devuelven telescopios como el Hubble o el James Webb. En este caso con sonidos. Y, claro, es muy fácil con ello hacer música, como trataron de explicar los pitagóricos, Platón o, a su manera, Holst.