OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Oración laica para no perder pie entre la angustia y la esperanza"

Diario de la pandemia. Diez de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

Carlos Alsina

Madrid |

· Viernes santo. En el país irreal de un mundo boca abajo.

· Tengo que pedir perdón a Isabel, que es profesora de música. Me ha contado que desde que empezó el confinamiento ---cuatro semanas ya--- llora una vez al día. Y es cuando suena el acorde de guitarra que acaba de sonar hace un momento y que abre cada día este diario. ‘Quizá sea’, me dice, ‘el contraste entre la pena que llevo dentro y esa música soleada que viene a decir ‘tranquilos, no pasa nada’. Isabel tiene una escuela pequeña de música, ella es autónoma –es la única empleada-- y ha presentado ya el cese de actividad. Otra autónoma que no sabe si aguanta. Dice que este diario es como una oración laica que le permite entrar en contacto con otras personas y otras historias. ‘En el vacío entre la angustia y la esperanza’, escribe, ‘es donde pierdo pie y por eso lloro’.

· ‘Entre la angustia y la esperanza’ me parece una descripción precisa. Creo que es ahí donde estamos todos. Geolocalizados entre el vértigo y la confianza. La confianza en que permanecermos de pie por más que perdamos pie más de una vez y más de dos. Tambalearse no es caer. Es sólo digerir lo que nos pasa.

· Yo, que soy ateo, quiero creer estos días –-estos días de Semana Santa que evocan el padecimiento y muerte del Cristo— quiero creer que la fe conforta a las personas creyentes que encajan la desaparición de alguien a quien aman. Quiero creer que la fe les ofrece el consuelo que no ha podido ofrecerles la ciencia. La ciencia que, a diferencia de la fe, no puede ir más allá de nuestro conocimiento. Y de las fronteras que, a pesar todos los avances, sigue teniendo.

· Rosa María me ha enviado fotos de la residencia donde están sus padres, Isabel y Teófilo. Es una residencia original, que en lugar de habitaciones tiene apartamentos con salón, cocina y baño, todos a pie de calle y con jardín. La ciudad de los matrimonios ancianos. Al caer la tarde salen al jardín y hablan con sus vecinos residentes. Bueno, en pasado, salían y hablaban. No ha habido ningún contagio de coronavirus. Pero sí hay prevención y distancia. De vez en cuando los cuidadores envían a Rosa y a su hermano un vídeo de los padres haciendo sus cosas. Isabel, la madre, anda entretenida coloreando unas láminas en las que sale un extraterrestre, o algo así. Rosa no lo tiene muy claro porque su madre le cuenta todo tipo de detalles sobre el personaje y los colores que ella está utilizando para cada parte de los dibujos. ‘Nunca algo tan simple’, me dice, ‘había dado lugar a tantas charlas’. Me ha gustado leer la carta, y ver las fotos, porque me ha recordado que hay residencias donde siguen haciendo vida normal, más o menos normal, a pesar de todo. Aunque me he quedado con ganas de ver al extreterreste coloreado.

· Amparo necesitaba desahogarse y me ha escrito la historia de Maruja. Hospital Juan XXIII de Tarragona. Mes y medio lleva ingresada. Se recuperaba de una embolia pulmonar, 78 años, cuando prohibieron las visitas para evitar contagios. Lleva tres semanas sin poder ver a nadie de la familia. Me cuenta Amparo, que es la nuera, que Maruja disfruta como nadie de las relaciones sociales, que salía de paseo por la rambla de Tarragona y cada cinco metros se paraba a hablar con alguien. Hace once días llamaron del hospital para decirles que tiene el coronavirus. Le pusieron oxígeno, pareció que mejoraba, pero desde el lunes vuelve a respirar mal, le fallan los riñones y apenas come. Está con morfina. La historia de Maruja, que me cuenta Amparo, es la historia de toda la familia. Los hijos, unos en Tarragona, otro en Madrid, el marido. La impotencia de saber que todo empeora sin poder hacer nada. Ni siquiera estar en la habitación con ella. Todo lo que ha podido hacer la hija es dejar unas fotografías familiares en recepción para que las pongan junto a su cama. Como me dice Amparo, nadie enseña a aguantar el dolor de saber que una madre se está marchando.

· He pensado, al leer su carta, que en Galicia ha cambiado las normas el gobierno autonómico para que pueda entrar un familiar de la persona que se está apagando, con la protección que necesite para no contagiarse, a estar allí, el tiempo que reste, acompañándola. No va a cambiar el desenlace, pero sí cambia, para quien se va y quienes se quedan, el tránsito.

· La alta política debe de ser tan compleja, tan sofisticada, tan para mentes brillantes y jugadores de ajedrez muy experimentados, que a los que no movemos un alfil en todo el año los movimientos tácticos se nos escapan. Yo, por ejemplo, no consigo entender que quiera pactar contigo el programa de reconstrucción de un país (palabras mayores) te ponga como un trapo. Escuché al presidente, abonado al tono churchiliano marca blanca, invocar en el Parlamento las bondades de la unidad y emplazar a todos los partidos a que se unan a él en la tarea hercúlea de encarar una recesión que nos va a dejar a todos tiritando.

Predicas unidad y pides lealtad mientras envías a tu delegada a sabotearla.

Si lo he entendido bien, la alta política de inspiración suarista consiste en que tú, que gobiernas, ofreces pactar el tratamiento que necesita España; tus socios parlamentarios te responden haciéndole la peineta y al partido que no te ha dicho que no, y que representa al veinte por ciento de los ciudadanos, le arreas hasta en el carné de identidad pensando, digo yo, que cuanto más le zarandees más sólida será la unidad ésa que estás buscando. Definitivamente, no estoy preparado para gobernantes con tanta altura de miras. Es tan alta que se me escapa.

· Creo que al Partido Popular, como a Ciudadanos, como al PNV, como a Esquerra Republicana, se les debe responsabilizar de la parte que les toca en esta crisis puesto que todos ellos son también gobernantes, en las distintas comunidades autónomas. Saltar de ahí a acusar al líder del partido con el que dices estar queriendo pactar de sembrar el odio, de aprovecharse de las víctimas, de tirar piedras sobre el personal sanitario es incurrir justo en lo que presumes de rechazar: la política de arrabal, el navajeo, el mira cómo te la devuelvo y cómo me aplauden los míos cuando te ataco.

· Sigo pensando que la lucha contra los bulos empieza por uno mismo.

No es verdad que el estudio éste de Oxford (qué devoción sentimos por las universidades extranjeras) sitúe a España con la nota más alta de los países occidentales. Francia tiene 95, como Italia, como Austria, como Ucrania. Cien sobre cien saca Nueva Zelanda, Eslovenia, Croacia. Mali.

No es verdad, por más que lo diga Lastra, que aquí se tomaran medidas antes que en ningún otro país de Occidente.

En Bélgica tres días, en Austria, no pasó ni un día. En Grecia, tampoco. Se suspendieron los eventos antes del primer fallecido. Como en Hungría, y en Polonia. Y en Portugal, que es más de nuestro entorno inmediato que el Reino Unido. La lucha contra los bulos empieza por una misma.

· No sé si tiene algún sentido esto de andar presumiendo de haber tomado medidas duras antes que nadie. Porque, de ser verdad, aún sería más difícil de explicar lo que nos ha pasado. Si actuamos antes que nadie, ¿por qué tenemos más muertos que nadie? Si actuamos antes que el resto de Occidente, ¿por qué tenemos más contagiados que Italia, habiendo tenido una semana y media de aviso y con una población inferior a la suya?

· Leo a Félix Ovejero esta mañana en El Mundo. ‘Ojalá esta pesadilla que se va a llevar tantas vidas por delante’, dice, ‘se lleve también tanta palabrería hueca y recuperemos la dignidad de las palabras sencillas, secas como el esparto. La España de Cervantes’.

· Pilar tiene un negocio pequeño, una cafetería que abrió hace dos años, y está deseando poder volver a decir ‘me voy a trabajar’. Ahora que el negocio empezaba a ir bien, ha venido este tsunami y no está segura de poder mantenerlo a flote. Tiene cinco empleadas. Y hace un mes que no ingresa nada. En realidad me escribe para contarme que en casa tuvieron la idea, ella, su marido y la hija, de hacerse cada día un selfie para hacer el albúm del confinamiento. Pero claro, lo hicieron cuando pensaban que iban a ser quince días, y ahora ya no saben en qué sitio de la casa colocarse y en qué postura para que el albúm sea un poco variado.

· No habrá fiestas de la ascensión en Santiago este año, como tantas otras cosas. Como tantas otras fiestas locales, y ferias gastronómicas, y romerías que forman parte de las costumbres de los pueblos de Galicia. Ha reparado en ello una oyente que se pregunta de qué van a vivir este año los feriantes.

· Ayer estuvimos hablando en el programa con dos familias del circo que están varadas en Monforte y en Punta Umbría. Las caravanas, el camión con la carpa, el vestuario, los artilugios para entretener al público... pero sin público. Hablando con Mariá José, que fue domadora de tigres cuando en los circos había tigres,

· El miércoles anoté que hay casas en las que se han desarrollado comportamientos extraños. Cada vez que alguien abre la ventana, el niño aplaude, por ejemplo. O canta. Con buen criterio esta oyente le ha puesto un nombre: el sídrome del bebé confinado.

El bebé, que es pequeño pero quedón, como se ve, crece todo lo deprisa que crecen los niños confinados. O sea, que ahora tiene once meses pero cuando empezó su encierro era bastante más joven.

Eso creo yo. Que estamos aprendiendo tanto en tan poco tiempo que igual por eso se nos está haciendo tan largo. Cada mañana me pregunto cómo le irá a la pequeña cautiva.

· Un saludo a Lola. Perdón, a Maku. Bueno, a las dos, Maku y Lola, que nos escuchan mientras dan un paseo a estas horas. Lola es la perra que saca a pasear a Maku. Y Maku es la madre de Aurora y de Mencía, que son dos señoras mayores de cinco y cuatro años. No, cincuenta y cuatro no. Cinco (Aurora) y cuatro (Men-cía). Las dos son súper tranquilas. Están llevando lo del confinamiento bastante bien. A veces se preguntan por qué no pueden salir a la calle a jugar, o a acompañar a su madre y a Lola, y ellas mismas se responden que es por culpa del coronavirus. Su madre dice que no les gusta pegar a nadie, no pienses mal, pero que el otro día que estaban así de bajón y con Aurora llorando porque no se puede salir, decidieron darle una paliza imaginaria al coronavirus éste, toma que toma que toma, y echarlo ¡a los tiburones! Tan a gusto que se quedaron. Las hijas, la madre y hasta Lola, que es la reina de la casa.

· Me ha enviado esta nota Pedro, que está el hombre disgustado conmigo. Porque le dije en navidad que le llamaría y luego me quedé sin tiempo en el programa y se me fue el santo al cielo.

Cómo sabe Pedro dónde pincharme para que me duela.

· A Carlos no le envío un saludo sino nuestro aliento. Aún le quedan doce días de confinamiento en el confinamiento, porque está con coronavirus aislado en una habitación de casa. El piso tiene sesenta y ocho metros cuadrados, vive con su esposa, y sólo se ven un segundo de vez en cuando, cuando él sale de la habitación para ir al baño. Me dice que aún le cuesta respirar pero que espera que esto acabe bien. Y que a ver si puede sonar su versión del Facciamo, que estos días está un poco moñas y le haría ilusión.

· La Escuela Municipal de Música Maestro Tomás Ureña de Puente Genil, Córdoba ha grabado (en conexión con la casa de cada uno de sus miembros) esta versión española del Facciamo.

Se ha hecho un vídeo y todo que parecen ‘Viva la gente’. Hay banda organizadas, como ésta, y luego hay solistas. Artistas que hacen carrera en solitario, como Eyali.

Siguen llegando pruebas de que al Facciamo le están cambiando la letra impune-mente criaturas bajitas de todo el país. Éste creo que canta achumer mi bebé.

Achumer mi bebé es facciamo finta che en idioma lagartija. Aunque puestos a inventarse la letra, no te pierdas este amigo, que es un poco mayor que los anteriores.

Pues tampoco es mal himno. Hagamos más test. Hoy lo que nos está faltando es una versión del facciamo procesional, como una marcha que diga que volverán a salir en andas los pasos de los viernes santos y volverán a llenarse las plazas para escuchar el sermón de las siete palabras o cualquier otro sermón que nos de-vuelva la confianza a todos. De momento, cantemos como cofradía de oyentes, o hermandad, el himno que ya tenemos. Éste que dice que nuestros mayores están bien y que el cielo es azul hasta cuando llueve. Facciamo, finta, che.

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