El viernes estarán por aquí, en muchos sitios a la vez, y dejándose agasajar lo mismo por multitudes bañadas en ilusión que por alcaldes humildes y concejales con ínfulas, que por asociaciones de todo tipo que se suman al cortejo festivo, blancanieves, peter-panes, enanitos, lanzadores profesionales de caramelos, hadas, autómatas, figurantes y artistas. Que se sume a la comitiva quien así lo desee —va habiendo menos diferencia cada año entre la cabalgata de los magos y las cabalgatas de carnaval— pero que no pierda de vista quien se sume —por favor, que no lo pierda— que no hay más reyes en esta historia que los magos veteranísimos que vienen de Oriente y las personas pequeñitas que los mantienen vivos; los reyes y reinas de la fiesta no van en las carrozas, son los que están mirándolas según pasan.
En pañales todavía el año nuevo, con el epílogo pendiente del sorteo del Niño, es tiempo de propósitos para los próximos doce meses.
Y de quien esperan algún propósito concreto sus compañeros de partido —subordinados más que compañeros— y una buena parte de los ciudadanos es de quien está al frente del gobierno. Gajes del oficio, presidente. De quien gobierna no se espera sólo que resuelva los problemas que hoy tenemos, sino que plantee objetivos, nuevos retos, un proyecto a la sociedad para la que gobierna.
En su partido puede que se conformen con que Rajoy encuentre la manera de pincharle el globo a Rivera en las encuestas. Rivera, revitalizado por el empuje catalán de Inés Arrimadas y decidido a seguir mordiéndole el voto al PP y, ojo, también al PSOE. En casa Sánchez se preguntan por qué si Podemos se desinfla tanto, ellos no remontan en igual medida. Si fue una buena idea llevarse el partido a la izquierda ahora que lo que despunta parece que es el centro.
En el PP puede que baste que con Rajoy se remangue y sea más activo en la competición por el voto con Rivera, pero la sociedad probablemente espera otra cosa. Un horizonte. Una meta. Un proyecto de país que hoy no alcanza a adivinarse por mucho que uno rebusque en la Moncloa.
Resolver problemas. Plantear objetivos.
La política son las dos cosas.
• En lo segundo, no ha sido nunca Rajoy muy prolífico. Desde que terminó la recesión y se asentó la recuperación económica, no ha presentado una meta nueva.
• En lo primero, tiene sin resolver el principal problema al que se enfrentó el país en 2017, el intento de secesión por las bravas y a costa de la igualdad de derechos de los ciudadanos. O sea, Cataluña. El problema no ha empeorado tras la aplicación del 155 y las nuevas elecciones autonómicas pero da signos de que la solución se abra camino.
No estamos peor que en el mes de octubre, es verdad. Por más discursos triunfantes que hagan los portavoces independentistas, no han vuelto a pregonar que la República Catalana ya esté en marcha ni han pretendido que la ley aquélla de la transitoriedad esté en vigor en ningún sitio. La Constitución rige en Cataluña como lo hace en el resto de España. La arremetida contra el Estado y el intento de tumbar la legalidad fue sofocado.
Pero, siendo todo eso cierto, el problema persiste. Hay un 47% de los ciudadanos de una comunidad autónoma que se cree en su derecho a utilizar las instituciones para cambiar, sin el apoyo de la mayoría, el marco legal. O para saltárselo en caso de no lograr cambiarlo. Y hay una mayoría absoluta en el Parlamento catalán que, habiendo menguado y no teniendo la mayoría de los votos, pretende incurrir de nuevo en el abuso de poder.
Sólo así puede llamarse, "abuso", a coger el Estatut y el reglamento del Parlament, retorcerlos, pervertir la voluntad con que fueron escritos y hacer presidente a un señor que se fue a vivir a Bélgica y no piensa volver nunca. El renacido rodillo parlamentario puede forzar la interpretación de los textos cuanto quiera, pero todos ellos saben que en el ánimo de quienes los redactaran estaba:
• Primero, que los diputados tienen que acreditarse como tales ellos, sin recaderos que lleven y traigan papeles.
• Segundo, que tienen que tomar posesión de su escaño ellos, prometiendo o jurando el cumplimiento de las normas.
• Tercero, que el candidato a presidente tiene que hacer su discurso de investidura en el hemiciclo, que es un lugar físico —no virtual— y someterse al debate con el resto de los portavoces allí, en la cámara.
• Y cuarto, que el presidente de la Generalitat desempeña su trabajo en la sede oficial habilitada para ello, ejerce allí la representación institucional y reside, por supuesto que reside, en Cataluña.
La idea de investir un presidente que vive en otro país, discursea a través del plasma, debate en twitter y telegobierna con un mando a distancia está muy bien para la próxima temporada de Black Mirror, pero intentar encajar todo esto en el Estatut y en el reglamento del Parlament es una burla que dinamita el crédito de una institución con tan larga historia.
Rajoy tiene dicho que intentará completar los cuatro años de legislatura. Al tran trán, sin promover reformas porque carece de diputados suficientes y no tiene intención, al parecer, de intentar forjar mayorías o consensos. Las derrotas parlamentarias no son plato de gusto y a día de hoy la oposición puede tumbar cualquier proyecto del gobierno. O derogar los que Rajoy sacó adelante cuando tenía mayoría absoluta.
El caso Diana Quer, el inminente procesamiento del presunto asesino, José Enrique Abuín, y el juicio que habrá de llegar, pone el foco de nuevo sobre la cadena perpetua a la española, esto que el gobierno dio en llamar prisión permanente revisable para no llamarlo, precisamente, perpetua.
Seguramente la respuesta que de manera espontánea más escucharíamos si preguntásemos hoy en la calle qué debería pasarle a un individuo que resulte condenado por secuestrar, matar y esconder en un pozo a una joven de dieciocho años sería "que se pudra en la cárcel". Es la manera coloquial de desearle a un criminal la cadena perpetua.
La perpetua revisable la incluyó el Parlamento anterior en el Código Penal hace ahora dos años. La oposición perdió la votación pero hizo dos cosas: recurrirla ante el Constitucional y anunciar que la derogarían, si tenían diputados suficientes, en la legislatura siguiente. Y en ese punto estamos: el Congreso va a derogar en breve la prisión permanente porque la mayoría de la cámara (PSOE, Podemos, PNV, Ciudadanos, Esquerra) no la comparten. Entienden que va en contra de la Constitución, que contempla la cárcel como medida rehabilitadora y no sólo de castigo. Es decir, entienden que si a uno lo condenan a pudrirse en prisión, se ha renunciado a la rehabilitación que la Constitución requiere.
Es un debate interesante, muy interesante. Porque se da la circunstancia, en este asunto, de que la sociedad y el Parlamento no están en sintonía. Las encuestas dicen que el 70% de los españoles apoya la perpetua revisable. Pero sólo el 40% de los diputados lo hace. Lo difícil, claro, es pronunciarse en contra un día como hoy de que el tal Abuín, si resulta condenado, sea encerrado para siempre en una celda. Pero esa es la obligación de los partidos que están decididos a derogar esta pena, explicar justo ante casos como éste por qué creen que lo correcto es un número de años de prisión tasado en lugar de indefinido. Esta mañana se lo preguntaremos.
El resto de los debates los dejaremos para después de estas fiestas que aún estamos celebrando. Para cuando hayan pasado ya los Reyes Magos. Sólo dos días quedan para que lleguen. Qué nervios.
Acuérdese el personal adulto de que no consta, en estos dos mil años de existencia, que los Reyes tengan ideología, partido político o colores futbolísticos. Ni más causa que la de alegrarle la mañana del día seis a los chavales trayendo lo que buenamente hayan podido de lo que éstos les pidieron en sus cartas.
Y no, si es usted un adulto obsesionado con sus propias causas y sueña con ver a todo el mundo llevando prendas amarillas, no le pida a los Reyes Magos que saquen a Junqueras de la cárcel porque, de verdad —de verdad, de verdad, de verdad— que los Reyes no vienen para eso.
Eso, si acaso, habérselo pedido a Jesús el Rico.