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Monólogo de Alsina: "Dicen que el Gobierno ha superado las primeras tensiones entre sus socios, aleluya, España está salvada"

Fue el primer pasmo que provocó Pedro Sánchez en esta nueva etapa de gobierno: elegir para fiscal general del Estado a Dolores Delgado cuando aún no había cesado siquiera como ministra. Su ministra. De Justicia.

Carlos Alsina

Madrid |

La fortaleza de la candidata Delgado no proviene de su carrera como fiscal (que la tiene, muy sólida y muy meritoria) sino de su afinidad, su relación, su conexión política con el jefe que la hizo ministra. Fiscales con carreras sólidas capacitados para dirigir la fiscalía general del Estado hay unos cuantos, empezando por la señora Segarra, a la que Sánchez se ha quitado de en medio sin explicar por qué ha dejado de ser la idónea para el cargo. Lo único que diferencia a Dolores Delgado de los demás fiscales con méritos para el cargo es que los demás no han trabajado codo a codo con Sánchez un año y medio. Los demás no son soldados de la brigada Sánchez. Ella, sí. Así la ve el presidente y por eso la ha escogido.

Ayer pasó el trámite de su comparecencia en el Congreso y el martes será firmada la propuesta y enviada al Rey para que proceda.

Fue el primer pasmo que causó el presidente en esta nueva etapa y la primera prueba que dio de que los tiene de hormigón armado.

No sólo frente a la oposición, que por supuesto –-ya lo sabía él-- le iba a tachar de predador de las instituciones, saqueador, bandolero; no sólo ante los comentaristas de prensa, perplejos ante el desparajo presidencial (cómo sería que hasta sus palmeros más entusiastas tuvieron dificultades para sacar la cara por él sin que se les cayera a ellos); sobre todo lo demostró, el hormigón, ante su adjunto, el señor Iglesias, que tuvo que tragarse todo lo que tenía dicho sobre Lola Delgado e inventarse una fake news del tamaño de Galapagar: la mentira aquella de que Delgado había pedido disculpas por sentarse a comer con el comisario cloaca. Que fue repicada y cacareada por todos los publicistas de Podemos. Fake news, fale news.

Claro que también pregonaba Iglesias, cuando era sólo Pablo, Just Paul, que el ministro Marlaska era un infiltrado de la derecha judicial en el gabinete Sánchez –-sal del gobierno, Satanás—y ahora comparte con él mesa de consejo de ministros y política migratoria. Sí, las vallas más altas y las devoluciones en caliente también son responsabilidad ahora de Pablo Iglesias.

Habrá escuchado usted estos dos últimos días que han tenido pelotera en la benéfica coalición progresista que vela por el bienestar económico y moral de los españoles. Bueno, tampoco le dé usted más importancia que la que tiene. O sea, ninguna. Las matrimoniadas entre la nave nodriza del gobierno, que es el PSOE, y la barquita morada, que es Podemos, dan bastante menos de sí que la escala- Delcy en Barajas o el frenazo económico para el que el gobierno no ha anunciado una sola medida de incentivo a la actividad.

Dicen las crónicas que el gobierno ha superado las primeras tensiones entre sus socios, aleluya, España está salvada. Hay una primera vez para todo: tu primera cartera de ministro, tu primera ley, tu primera colonia, chispas, tu primera tarta de cumpleaños en el ministerio porque Irene se merece mimos.

En realidad lo que está pasando es que los ministros PSOE ya se han dado cuenta de que los ministros Podemos son expertos en autobombo. Mueren por una reunión, una cámara de televisión, un proyecto de ley que poder pregonar con el pecho inflamado de progreso.

Miren esto que pasó ayer en este programa. El ministro Planas responde así a la pregunta de si no sería más práctico que las organizaciones agrarias, en lugar de ir en peregrinación de ministro en ministro, tuvieran un solo interlocutor en el gobierno.

Iglesias acompaña a su ministra de Trabajo para hablar con los agrarios de no se sabe qué, pero quien lleva Agricultura es el ministro del PSOE. Como quien lleva Justicia, y se ocupa de diseñar el nuevo Código Penal que quieren aprobar con el aliento de Oriol Junqueras es el ministro Campo, heredero de Delgado y, a diferencia de Irene Montero, juez metido a político.

Se ha contado que en las últimas horas hubo tensión entre Podemos y el PSOE porque la ministra de los vídeos, Montero, exige que su ley sobre las libertades sexuales se presente el ocho de marzo, Día de la Mujer. Y que el sector PSOE del gobierno (o sea, el ministerio de Justicia) le estaba diciendo que eche el freno porque esa ley supone cambiar el Código Penal y lo del Código Penal lo llevan ellos.

Versión oficial: que el disgusto era por la fecha. Versión real: que la reforma del Código Penal es lo bastante seria como para no andar troceándola y colgándose medallas de ministerio en ministerio. Porque entonces no es gobierno sino un sindiós. Sobre esto lo más lógico lo ha dicho la señora Rosell, que es Podemos, secretaria de Estado e inspiradora de la reforma: ha dicho que lo de la fecha es lo de menos.

Esta segunda parte es la salmodia gubernamental: todo lo que hacen es un hito para la democracia y los derechos humanos y el bienestar del pueblo.

Si entienden que los delitos contra la libertad sexual han de tipificarse y castigarse de otra manera, bien está que lo propongan al Parlamento. También el ministro Catalá inició una revisión de esos delitos que no llegó a consumarse porque se le acabó el gobierno. Si además el gobierno de ahora se aplica la prédica que tantas veces nos ha colocado, intentará sacar adelante la reforma con el mayor de los consensos sociales, es decir, no sólo entre ellos dos y el tercer miembro del gobierno, que es Esquerra, sino también con la oposición parlamentaria que representa a diez millones de ciudadanos.

Y con un poco de suerte, esta vez dirá la verdad y se abstendrá de confundir a la opinión pública diciendo que está derogando los malvados artículos que aprobó el PP, porque este capítulo del código, los delitos contra la libertad sexual con su discriminación entre abuso sexual y agresión sexual y los elementos que los diferencian (incluida la intimidación), fue obra del gobierno de izquierdas de 1995. El código Belloch. El PSOE se va a contrareformar a sí mismo.

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