OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Fijarse en las pequeñas cosas es una forma de aliviarnos del estupor que nos causa lo que contamos cada día"

Diario de la pandemia. Diecisiete de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

- Esta es la lista de multas por saltarse el confinamiento durante el estado de alarma.

- Repunte del coronavirus en España: datos actualizados.

Carlos Alsina

Madrid | 17.04.2020 08:22

· Hoy regresan a casa Oleg, Jessica y Andrew. Cada uno a la suya. Van a hacer uno de los pocos vuelos que no están cancelados. ¿Destino? La estepa de Kazajistán. ¿Capital? Qué mas da, si donde ellos van a caer no es un aeropuerto. Han partido de la Estación Espacial Internacional. Son astronautas. Han estado ahí arriba desde el verano del año pasado. Imagínate, cuando en la Tierra aún hacíamos turismo, nos recogíamos tarde y para decirle algo presencial a alguien nos acercábamos a treinta centímetros de distancia. Se han pasado ocho meses confinados en un habitáculo del espacio y hoy regresan para confinarse en sus casas. Oleg Skripochka, a Moscú, que para eso es ruso. Jessica y Andrew a Houston, que para eso tienen un problema. Bueno, el mismo que tenemos todos. Esta pandemia que nos está cambiando la Tierra.

· Me ha recomendado Pilar que nos fijemos más en las pequeñas cosas. Dice que una manera de aliviarnos del estupor que nos causa lo que contamos cada día ---los contagios, los fallecidos, las curvas, los ertes, las previsiones económicas, los autónomos sin ingresos— es parar la mirada, un minuto, en escenas pequeñas. Esto que hace algunos oyentes a esta hora, por ejemplo, pararse con el café en la mano delante de la ventana a mirar pájaros. O a mirar cómo van creciendo las hojas que les van brotando a las plantas. O la lluvia. Le he dicho a Pilar que una cosa es que estemos todos blanditos estos días y otra que nos pongamos líricos. Líricos y lentos, como si fuéramos una película de Terrence Malick. Pero ella me ha convencido de que cerrar un momento el ángulo ayuda.

· Así que voy a hablarte del mirlo, de la tarta, de la cola de la frutería, los osos de peluche y el puzzle de Marta. Las pequeñas cosas.

· Ayer estaba Fernando en la cola de la frutería cuando le salió silbar el Facciamo. Al oírlo, el señor que estaba dos puestos por delante se puso a silbar a la vez. Se miraron y esbozaron una sonrisa.

· En Melbourne, donde vive Pablo (oyente nuevo) están semiconfinados. Pueden salir a hacer ejercicio y a pasear con los niños. Y se han inventado un juego: en las ventanas de las casas ponen osos de peluche para que los críos, según pasean, tengan que descubrirlos y contarlos.

· Marta ha empezado a hacer un puzzle. De mil piezas. Para encontrarle algo de lógica a todo este caos. Ahora mismo debe de estar casando piezas mientras me escucha. Tiene 23 años, no ha conseguido hacerse al confinamiento. Se despierta, llora, se enfada, se frustra. Se siente mal porque ella debería sentirse bien, no hay casos de coronavirus en su familia, tiene perro. Pero no soporta escuchar que saldremos siendo mejores como si esto fuera un convento y no una pandemia. Marta es psicóloga y me dice, en su carta desahogo-terapia, que teme que cuando esto pase emerjan otras curvas: de ancianos desorientados, enfermedades mentales o adicciones. Vuelve al puzzle y parece que el mundo se pone en orden. Es el de los angelitos de la Madonna Sixtina de Rafael Sanzio.

· Y a Fernando, que es farmacéutico (otro Fernando, no el de la cola de la fruta) lo que le ha pasado es que ayer fue su cumpleaños y una vecina le dejó una tarta en el felpudo de casa. Y él no sabe cómo se ha enterado ella de que cumplía años. Le dio un subidón porque antes le había dado un bajón. Fernando trabaja en el turno de noche de una farmacia 24 horas. De noche va mucha gente que ha pasado por urgencias. Y hay días, me dice, que no sabes por qué pero lo ves todo mal. Escuchas que somos un gran país y luego ves carteles repudiando al vecino porque trabaja en la Cruz Roja. O a los políticos faltándose al respeto. Y te preguntas si de verdad somos el gran país que decimos ser. Si no seremos nosotros el calvo de cultivo de lo que luego hacen y dicen los políticos. Hay días en que todo lo ves mal, Fernando, y hay días, como hoy, en que decidimos hacer que lo vemos todo medio bien.

· Ah, que me queda contarte lo del mirlo. El miércoles estaba la hija de Enrique, que se llama Vega, nueve años, asomada a la terraza cuando se posó a su lado un mirlo. Ella se puso un poco nerviosa pero se quedó quieta, así, mirando. El mirlo debió de mirarla también a ella. Igual pensó: ‘pobrecita, que está enjaulada’, y cuando salió volando (el mirlo, no Vega) ella se fue a buscar a su padre para contárselo. Un mirlo en la terraza es un acontecimiento enorme en días de rutina confinada. No me extraña que Vega estuviera entusiasmada. Ni que ahora se pase el rato esperando a que venga a echar con ella otro rato.

· Le conté a Manuel, que va de duro, esto del mirlo y me envió la foto de un pollito que ha nacido en La Habana con cuatro patas. Qué tendrá que ver, pienso para mí. El tetrapollo cubano. Al principio pensé que era un bulo e iba a avisar a Tezanos, pero luego he visto que es verdad. Fuente oficial: la agencia cubana de noticias. (No sé yo...) Dice el dueño del pollo, señor Peñate: ‘No había visto nada parecido en mis 67 años’. A ver, nada de lo que está pasando lo habíamos visto ninguno ni en 67 ni en cien años. Bueno, lo del gobierno español anunciando medidas que luego resulta que no han tomado sí que lo habíamos visto. Varias veces cada semana.

· A Ignacio López-Goñi le conocí el día que vino al programa a presentar el libro, valiente, de su hija Ana, ‘Princesas de cristal’, su experiencia como enferma de anorexia. Ignacio es microbiólogo y enseña virología en Pamplona. Le vi anoche en el informativo de Vallés explicando cómo dos meses después de que empezara la epidemia en España seguimos yendo un poco a ciegas.

A ciegas sobre la extensión real que tiene ya hoy la epidemia. No sabemos cuántos españoles están o han estado contagiados. Sabemos los que han sido diagnosticados.

· Con Tezanos estuvimos hablando ayer sobre el bulo de que el gobierno esconda cadáveres. Creo que fue hace dos semanas (o tres, ya no distingo los días) cuando expliqué aquí por primera vez que sólo los fallecidos que habían sido diagnosticados aparecen en la relación oficial de muertos. Pero que es muy probable que la mayor parte de los abuelos que se nos han muerto en las residencias sean víctimas también del coronavirus aunque en la lista no aparezcan. Admitir que el número real ha de ser superior al oficial no es sinónimo de atribuir al gobierno ocultación alguna. Menos aún ahora que el doctor Simón lo admite.

No sabemos cuántos son los muertos totales, pero sí sabemos que son una enormidad. No sabemos cuántos son los infectados, pero sí sabemos que el número sigue creciendo. Cinco semanas después del confinamiento.

· Los bulos son despreciables y, si incurren en delito, ahí está la fiscalía para perseguirlos. Pero lo más grave de esta crisis no son los bulos. Ni los fotomontajes. Ni los cuentistas. Ni los predicadores. Lo más grave son 19.000 familias huérfanas de padres y de abuelas. 182.000 contagiados. Lo más grave es lo de la residencias. Lo que pasó en los hospitales. Las enfermeras enfermas. El caos en la provisión de material. La confusión en los mensajes de las fuentes oficiales. Las mascarillas que se desaconsejan en marzo y en mayo van a ser obligatorias. La incertidumbre. El desconcierto.

· Lo del ingreso mínimo vital, pues qué quieres que te diga. Otra prueba del extraño proceso que sigue nuestro gobierno para decidir las medidas. Hubo un consejo de ministros el martes en el que no se planteó este asunto. Al día siguiente habla Iglesias con el presidente y alcanza con él un acuerdo.

El acuerdo al que llegamos hablando el presidente y yo. El gobierno pactando con el gobierno de espaldas al gobierno, que es Escrivá, al que ayer se le puso cara de pero qué me estás contando. La táctica de siempre de Podemos: filtrar que algo ya está hecho para meter presión a quien se resiste y que lo dé por bueno. Pasó con el decreto del estado de alarma. Pasó con el decreto de hibernación económica. Viene pasando con todo. Una pregunta sencilla que no es de CIS: ¿Tiene sentido exigir lealtad a la oposición si no eres capaz de garantizar la lealtad de tus propios ministros? Ah, que no son tuyos. Son de Podemos.

· A Raúl, profesor de secundaria, le invade la tristeza de vez en cuando. Es como si la tristeza le llegara en oleadas. Sin avisar. Está delante de su ordenador, preparando algo para los alumnos, y de pronto le entran ganas de llorar. Por los estudiantes que son hijos de médicos y no les pueden abrazar, por Noé, que tiene a su padre en la UCI, por Sara, que ha perdido a su madre y está destruida. Raúl es venezolano, casado con valenciana, tiene ocho hijos. Dice que sabe lo que es el miedo y la angustia porque lo vivió en su país. Pero que esto de ahora es distinto.

La tristeza nunca la había padecido. En Venezuela había culpables a los que señalar. Pero aquí no los hay. Aquí hay miles de familias sufriendo.

· He contado alguna vez que la primera persona a la que doy los buenos días cada mañana es el vigilante de seguridad del edificio de la radio. El que esté, porque como hacen turnos, unas semanas es uno y otras semanas es otro. U otros, porque son unos cuantos (y cuantas). Tiene razón Susana, que nos escucha desde Algeciras. De los vigilantes de seguridad casi nunca nos acordamos.

· En casa de Juan lo del confinamiento ha sido mano de santo para la relación entre sus dos críos. Mateo y Gonzalo, 8 y 10 años. Juan, que es farmacéutico en un pueblo de Ourense, debe de estar ahora mismo en el garaje escuchando la radio. Se espera al Facciamo para arrancar y marchar a la farmacia. No sabe si sus hijos son del todo conscientes de lo que estamos pasando, pero él está sorprendido de lo que ha mejorado la relación entre los dos hermanos. Que ahora es como si fueran los dos mejores amigos del mundo. ‘Se cuidan’, me dice, ‘se ayudan a superar el aburrimiento’. Y cuando los padres les castigan, ni se enfadan ni nada.

· Qué paz, qué sosiego, qué armonía transmite la carta de Juan. Es que cada pareja de hermanos lleva esta situación tan rara de una manera distinta. Yo creo hay niños que empiezan a hacerse pasar por locos para presionar a Pedro Sánchez y que les conceda un permiso carcelario. Tengo pruebas. Ana y Dani, por ejemplo. Hacen ver que han perdido la cabeza.

· Percibo que se está gestando una rebelión de españoles diminutos. Empiezan a sublevarse contra del confinamiento, presidente. Se han aprendido su nombre.

¿Lo escucha? Peo Chánches. Ponen cara de pena para pedirle que les deje salir al parque.

Pero, en realidad, lo que anida en su interior es el germen de una revuelta. Contra usted, chanches. Y contra los padres. Está ganando partidarios esta pequeña cabecilla que se hace llamar la niña cautiva.

El gobierno no se está enterando del movimiento reivindicativo que va creciendo. Niños que se levantan tarde, que secuestran al perro para ser ellos quienes lo saquen, que se lanzan sobre la bolsa de la basura para que nadie pueda llevársela sin ellos. Veo al gobierno muy despistado con este asunto. Ministra Celaá, mire lo que está pasando con los deberes. Hay niñas llamando a la huelga.

Se están plantado, ministra, presidente chánches. Empiezan a hacer lo que quieren. ¿O es que no se han dado cuenta de que hacen lo que quieren con las canciones?

· Tengo que pedirle a Alberto, el pediatra, que investigue por qué los cantantes canijos dicen te en lugar de que. Y por qué las efes las convierten en pes. O sea, que donde los mayores oimos facciamo finta che ellos oyen pachiamo sita qué.

Y donde oímos tutto ellos oyen tuttu. Como el obispo surafricano. Éste es Diego, que prolonga los finales como el profesor Rodriguez Braun antes de contar su viñeta. Celebremos que hemos llegado al quinto fin de semana de nuestras vidas confinadas. Y que mañana es San Perfecto, patrón de quienes nunca lo seremos. Facciamo. Finta. Che.

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