PUNTA NORTE

La historia oculta de un erudito alemán del siglo XVII

Athanasius Kircher es considerado por algunos historiadores como el último renacentista. Algunos de sus coetáneos, como René Descartes, tenían sobre él un punto de vista menos considerado.

ondacero.es

Madrid | 15.05.2022 11:35

Athanasius Kircher nació hace 420 años. Durante el siglo XVII creó objetos tan provocadores como máquinas que vomitaban. Le complacía ver a sus artilugios regurgitando, desembuchando líquidos por sus bocas artificiales. También ideó un Jesucristo magnético que caminaba sobre las aguas para abrazar a su discípulo Pedro. René Descartes dijo de Athanasius que era un jodido charlatán con una imaginación aberrante.

Lo que parece indiscutible es que Athanasius era diferente. Fue distinto desde niño, desde muy joven. Hace 400 años, Athanasius tenía 20. Estaba en la flor de la vida y casi le cuesta la muerte sentirse diferente. Se hizo católico en un país protestante. Nació en la región germana de Fulda, donde vivió hasta que emigró a Roma. Como jesuita, dio clase de física y matemáticas en el Collegio Romano. Hasta que consiguió que le liberasen de aquella obligación para poder centrarse en su devoción. A Athanasius Kircher lo que le interesaba eran los experimentos.

Athanasius escribió un libro titulado Ars magna lucis et umbrae, ‘La gran ciencia de la luz y la sombra’. En aquella publicación da cuenta de sus observaciones sobre astronomía, entreteniéndose en algunos fenómenos físicos que le parecían especialmente fascinantes. En la última parte del texto, probablemente en la segunda edición del libro, describe un artilugio denominado la linterna mágica.

Se encendía una lámpara de aceite. La luz de esa lámpara era la magia de un artefacto con una cámara oscura y un juego de lentes y un soporte corredizo donde se colocaban transparencias pintadas sobre placas de vidrio. Esas imágenes se iluminaban con la lámpara de aceite, para ser proyectadas hacia el exterior. El humo de la lámpara salía por una pequeña chimenea.

Muchos relojes se han parado desde aquellos días. Ha pasado demasiado tiempo desde el XVII, y no está claro del todo para los historiadores quién fue el primero en imaginar la linterna mágica. Lo indiscutible está en que ese aparato es el precursor mismo del cinematógrafo. En efecto, no se sabe si la idea surgió en la alocada mente de nuestro amigo Athanasius o si fue una proyección de un holandés llamado Christiaan Huygens. Los muchos detractores que tiene Athanasius han decantado más la balanza por el candidato de los Países Bajos. Pero, como mencionabas al principio, en la historia que damos por buena subyace un manto de información que desconocemos sobre cómo fueron los hechos transcurridos en un pasado que ya podemos considerar demasiado evanescente. Lo que sí conocemos es la evolución que tuvo la linterna mágica, a través de sucesivos cambios de diseño que fueron multiplicando sus posibilidades de espectáculo. Con la llegada de la fotografía, las transparencias pintadas fueron sustituidas por diapositivas, quedando ya para entonces sólo un puñado de pasos para llegar al final del camino y dar por inventado el proyector del cinematógrafo.

Athanasius Kircher fue también un pionero en el ámbito de los libros ilustrados. Sus libros fueron muy populares. Muy esperados. Y muy leídos desde Asia hasta América. Y solían estar en las bibliotecas de las personas más cultas que vivieron en los siglos XVII y XVIII. Athanasius fue un tipo muy dinámico y muy curioso. No compartimentaba los saberes. Tenía una mirada amplia sobre el mundo y sus funcionamientos. Fue él quien ayudó al mismísimo Bernini en el diseño de la fuente de la Piazza Navona de Roma. Fue de los primeros en usar un microscopio para estudiar la sangre de enfermos de peste. Llegó a escribir que había visto diminutos gusanos. Aunque, probablemente lo que estuviera viendo fueran las propias células de la sangre. Equivocado o no con lo que estaba mirando atinó a suponer que el causante de la enfermedad era un organismo invisible. También estudió los fósiles, entusiasmado como estuvo siempre por el fenómeno de los volcanes.

En una ocasión se hizo descolgar por el cráter del Vesubio cuando creía que venía una erupción inminente. Dibujó correctamente en un mapa el llamado anillo de fuego del Pacífico. Sus estudios sobre Egipto, que algunos consideran la primera piedra de la egiptología…sus estudios establecieron correctamente la lengua copta como el último eslabón del egipcio antiguo. Cuánta curiosidad en una sola vida. Cuanto por descubrir, y por vivir…y soñar y mirar y tocar. Cuánto por sentir, decía el amigo Athanasius.

A nuestro querido y admirado Athanasius Kircher le podemos sentir también nítidamente humano. Él no fue ajeno a algunos errores clamorosos que todos en algún momento acabamos cometiendo. Sí, Athanasius cometió algunos errores gloriosamente estrepitosos. Muy estrepitosos. Su planteamiento de traducción de los jeroglíficos del antiguo Egipto vino a ser lo que sencillamente puede calificarse como un enorme disparate. Y no fue su única equivocación. Probablemente fue víctima de una imaginación incansable, imparable, incontenible arrinconando a márgenes muy estrechos -en ocasiones- lo que consideramos razonable. Digamos que formuló una teoría sobre el porqué de las mareas. Dijo que estaban causadas por un océano subterráneo. También ideó una tesis sobre el amor entre las personas, creyó haber identificado el sitio exacto donde buscar la Atlántida. Fue de los primeros en escribir sobre ese animal pintoresco que llamamos armadillo. Athanasius estaba convencido de que el armadillo era mezcla de una relación carnal previa entre un erizo y una tortuga. Y algo parecido pensaba del origen de la jirafa. Llegó a creer que se debía a una cópula híbrida entre camello y leopardo. También le tenía fe a la existencia de unicornios, grifos y dragones.

Y volviendo a Descartes. es posible que estuviera en la celebérrima Rendición de Breda que pintó Velázquez. No hay manera de afirmarlo con rotundidad. Pero es muy posible que así fuera. Tengamos en cuenta que la toma de la ciudad fortificada de Breda, además de una inmensa operación militar y logística, también lo fue de ingeniería. Breda era un enclave fuertemente fortificado, que había sido reforzado durante treinta años de pulso geopolítico. Spínola, el general genovés al servicio de Felipe IV y el conde duque de Olivares, decidió rodear Breda de trincheras, barricadas, túneles y fuertes para que sus habitantes no pudieran abandonarla. Hubo un despliegue de la ingeniería militar más trabajada del momento. Y se supone que allí estuvo Descartes de joven, muy interesado en todos los ingenios donde interviniesen las matemáticas. De mayor, Descartes murió de pulmonía después de que la reina de Suecia le obligase a levantarse la cinco de la mañana para que el gran pensador le diera a la monarca clases de filosofía a primera hora. Y en invierno.