Lo que este cronista opina de entrada es lo más elemental: ese tipo que asesinó a Álex, niño de nueve años, no debía estar en libertad. No debería disfrutar de tercer grado ni ningún otro favor penitenciario.
Y añado tres reflexiones. Primera, el asesino –me cuesta decir presunto, aunque sea obligado—había sido visto en Lardero. Había tentado a varias niñas, que se lo comunicaron a sus padres. Según algunos testimonios, se informó a la policía local. Sin embargo, siguió en ese parque hasta que cometió su brutal fechoría. Esto requiere una investigación y un análisis de por qué falla la prevención que se observa en este y otros casos conocidos.
Segundo, que tienen razón los criminalistas que sostienen que este tipo de asesinos no se corrigen y vuelven a matar. Cada vez que hay un crimen se abre este debate y siempre se llega a esa conclusión. Estos asesinos son taimados, aparentan en la cárcel una falsa bondad para obtener permisos y los consiguen. Engañan para volver a matar.
Y tercero, coincido con el ministro Marlaska: estas tragedias no se debieran utilizar políticamente, pero discrepo del ministro Marlaska: hay que analizarlas en caliente. Esperar a que se enfríen solo conduce a que nunca se arreglen, como estamos comprobando. Y la gran verdad es la dicha: hay determinados criminales que no son reinsertables. Y lo saben o lo debieran saber los jueces de vigilancia, los responsables de las cárceles y los ministros de Justicia e Interior.
