Rubén Amón indulta a Rivera: "Refugiaba su angustia en el candor del animalillo. No olía a leche. Olía a sangre"
Indultamos a Alberto Carlos Rivera, Albert Rivera en los carteles, desde la comprensión y el respeto. Se ha marchado con dignidad. Ni escaño, ni carrera política.Fue lo que hizo Rajoy, una despedida integral, aunque la trayectoria de Rivera ha resultado más breve. La nueva política ha sido estimulante y efímera. Iglesias podría darse por aludido, pero el líder de Unidas Podemos ha encontrado una razón para quedarse. Nada menos que el combate a la ultraderecha.
Nos deja Rivera. Y va a echarse de menos a un político íntegro. A un parlamentario brillante. Y a un líder mercurial. La bisagra y el hiperliderazgo fueron la virtud de Ciudadanos. Y han terminado siendo el límite. Rivera ha destruido la criatura que él mismo había creado. Ha devorado a Ciudadanos con la ferocidad con que Saturno devoró a sus hijos.
Es la razón por la que cuesta trabajo imaginar a Ciudadanos sin su demiurgo. Y el motivo por el que resulta tentador, si no inevitable, trazar un paralelismo con UCD y el CDS. De tanto evocar o invocar a Suárez o el espíritu de la transición, ha terminando atrapado con su fantasma.
Ciudadanos es la cerveza sin alcohol. El café cortado. La cocacola ligth. Y Rivera, más que el retrato del yerno perfecto y del golden boy de la tercera vía, era la encarnación de su propio partido: joven, universitario, urbanita, europeísta, liberal, reformista, cosmopolita, españolista, "meritócrata" y… mestizo.
Familia currante. Padre barcelonés, madre malagueña. Y un abuelo emigrante en Francia y en Suiza cuya personalidad y fama identificaron muchos años a Alberto Carlos como "el nieto de Lucas".