Más allá de las trifulcas políticas, agotadoras; más allá de los argumentarios, las excusas, las coartadas, la propaganda, están los datos. E incluso en un país como el nuestro, en el que los datos están siendo tan confusos, tan incompletos, tan con criterios cambiantes, son los números los que dan la medida de lo mal que llevamos la segunda ola de la epidemia después de haber sufrido un daño tan enorme en la primera.
El número que más se repite hoy en los diarios es éste: un millón de contagiados. Ya hemos superado esa marca. Desde que empezaron a contarse los contagios en el mes de marzo, más de un millón de españoles se han infectado con el virus. Según la estadística oficial, treinta y cinco mil han fallecido. En estos días de octubre la media de fallecimientos diarios está en torno a 110. Más de cien muertos cada día. La incidencia acumulada en España alcanzó en el boletín de ayer del ministerio los 332 casos por cien mil habitantes. A primeros de mes no llegaba a 270. Siempre decimos que la situación es distinta en cada provincia y cada comunidad autónoma, pero siendo distinta, el resumen del país es que vamos a peor.
El ministro Illa, con el que hablaremos a las nueve menos cuarto, anticipó ayer (o calculó ayer, no sé cómo expresarlo) que tenemos cinco o seis meses duros por delante. Cinco o seis, dijo, como mínimo.
Si los números escuecen por sí mismos, escuecen más en la comparación con otros. Por ejemplo, que de todos los países del mundo, sólo seis han superado ya el millón de contagiados (Francia está a punto). Y los seis, piensen en el tamaño de estas naciones, son Estados Unidos, la India, Brasil, Rusia, Argentina… y España. Sólo Argentina está a la par de nosotros en población y en casos. No en fallecimientos, por cierto. Allí son 27.000 hasta hoy.
De este millón de contagios españoles, la mitad se han producido desde que empezó septiembre. He aquí otro dato que escuece: Alemania suma cuatrocientos mil casos desde que empezó todo. Polonia, doscientos mil desde marzo. Nosotros estamos sumando trescientos mil al mes. Ésta es la velocidad a la que se extiende el coronavirus en España.
Hoy vuelven a verse el gobierno central y los gobiernos autonómicos. A la espera quedamos del diagnóstico y del tratamiento que deciden aplicar a este desastre.
En el Congreso, y para hoy, el naufragio de la moción de Vox.
A la sucesión de distorsiones, exageraciones, manipulaciones y lugares comunes que constituyeron el discurso de Abascal (no defraudó a su parroquia: Sánchez arruina y mata, Iglesias está al servicio de una mafia internacional, Casado es un cobardón que no sirve como líder de la derecha, Arrimadas se ha vendido al sanchismo, al indepedentismo hay que ilegalizarlo, Soros domina el mundo, China nos ha contagiado a todos), a esta sucesión de tuits machacones respondieron los portavoces que fueron tomando la palabra con una suerte de concurso a ver quién se mostraba más duro, más vehemente, más beligerante o más desdeñoso con Vox y lo que representa Vox. Ver a un independentista populista, como Rufián, poniéndose estupendo contra un nacionalista populista como Abascal es un juego de espejos revelador sobre qué representa aquí cada uno. Ver a Matute, el de Bildu, fingiendo equidistancia entre los asesinados por ETA y las víctimas de lo que él llama violencia parapolicial fue un ejercicio de cinismo que, no por repetido, produce menos vergüenza.
Si hubiera que encontrar algo en lo que ayer estuvieran de acuerdo todos los portavoces de acuerdo (salvo Abascal, claro) es en la inutilidad que todos denunciaron de esta maniobra parlamentaria. El único que no debió de considerarla inútil, aparte de Vox, fue el destinatario de la moción, Pedro Sánchez, empeñado en convencer al personal de que esta moción es la prueba del algodón del compromiso de Pablo Casado con la democracia, ahí es nada. Si se abstiene será condenado a la hoguera por aliarse con el fascismo. Si vota que no recibirá el certificado de demócrata que reparten el PSOE y sus grupos afines y hará posible que Sánchez presuma de que la moción naufraga con el menor numero de síes que encajó nunca un gobierno. Sánchez gana por goleada.
A ver, esto es una moción de censura, no una cuestión de confianza.
Que una moción de censura fracase sólo significa que la alternativa que se ha presentado a los diputados es peor que el gobierno que ya hay. Los gobiernos no ganan las mociones de censura, las pierden quienes las presentan.
Dado que el censurado era el gobierno no estará de más preguntarse esta mañana: ¿alguien, aparte de Sánchez, defendió ayer la gestión de Sánchez? Los socios de investidura del presidente salieron con vehemencia contra Abascal y lo que Vox representa. Correcto. Lo que no se percibió fue vehemencia alguna en la exaltación de los méritos y aciertos del gobierno. Modere su euforia el Ejecutivo porque su éxito, a día de hoy, se limita a constatar que no hay moción de censura contra Sánchez que pueda salir adelante en esta cámara. Es decir, lo que ya sabíamos todos. No parece que eso signifique que el desempeño del gobierno de coalición esté siendo sobresaliente.
Es una moción de censura, no una cuestión de confianza.
El presidente del gobierno, que el sábado verá cumplido su deseo de ser recibido por el Papa, invocó ayer con devoción a Francisco para poner en apuros a Vox.
La fe es imprescindible, dice el presidente, que ha debido de estar haciendo ejercicios espirituales para preparar su viaje al Vaticano. La encíclica Fratelli Tutti como fuente de autoridad para condenar los nacionalismos agresivos. Ahora sólo falta que el presidente diga qué opina él de los nacionalismos.
Sánchez está en proceso de descubrir al Papa. Ahora que ya sabe que la Iglesia está en contra del neoliberalismo puede ir comprobando que también está en contra del capitalismo, del socialismo, del comunismo, del liberalismo y de casi todos los ismos. Menos el catolicismo, claro. Y la doctrina social de la Iglesia, que es la suya. Hasta anteayer el presidente prometía obligar a la Iglesia a devolver los bienes que tiene registrados como suyos sin serlo (¡ya está bien de privilegios!, decía en enero). Eso, y denunciar el concordato. ¡Ya está bien del concordato! El sábado seguro que le dirá todo eso a Francisco, ¡ya está bien, Santidad!, mirándole a la cara y mano a mano.
Éste es un Papa que siempre ha tenido buena prensa. Por lo moderno y revolucionario que casi todo el mundo se empeña en verle.
Gran eco tiene hoy la noticia de que el Papa ha apoyado las uniones civiles de parejas del mismo sexo. Revolución en la iglesia, se dice. ¿En la Iglesias? Si de lo que está hablando el Papa es precisamente de lo que no es la Iglesia. Repitan lo que acabo de decir: el Papa apoya las uniones civiles. Es decir, no el matrimonio. Es decir, apoya que en la legislación de los países (no en las normas de la Iglesia) se admita que las parejas del mismo sexo (convivientes, pero no casadas, que por ahí el Papa no pasa) tengan los mismos derechos que los matrimonios a los que él sí casa. Este Papa es especialista en opinar sobre lo que deben hacer los demás, los Estados, los gobiernos, los Parlamentos. Que a estas alturas diga que las parejas del mismo sexo tienen derecho (civil) a serlo sólo revela, visto desde España (que tiene matrimonios gays desde hace quince años), con cuánto retraso va llegando el Papa a los cambios sociales. Lo revolucionario sería que el Papa casara por la Iglesia a una pareja gay. Pero Francisco eso nunca lo va a hacer porque a tanto no llega su vocación revolucionaria. De hecho, y en lo que hace a lo que de él depende, que son las reglas de la Iglesia, no consta que haya hecho muchas revoluciones.
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