opinión

Monólogo de Alsina: "Sacos de odio con patas"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo de Más de uno sobre la libertad de expresión a raíz del apoyo de Unidas Podemos al rapero Pablo Hasel y a los manifestantes que protestan a través de actos violentos.

Carlos Alsina

Madrid | 19.02.2021 08:40

Con acierto rotulaban ayer en 'Al rojo vivo' que Podemos se está haciendo un Torra con esto de los disturbios. El apreteu, apreteu en versión morada. En octubre de 2019, tras la sentencia del Supremo, se multiplicaron los incidentes de grupos organizados que decían exigir justicia pegando fuego y rompiendo cosas. Cobra hoy sentido recordar lo que el presidente Sánchez le exigía entonces al señor Torra: que él y todos los miembros de su gobierno condenaran los altercados sin paliativos.

Hoy tiene una nueva oportunidad el presidente de refrescarse a sí mismo la memoria y hacer esto que él le reclamaba a Torra.

Yo me equivoqué anteanoche. Pensé que a Echenique le había jugado una mala pasada el Twitter. Que él estaba apoyando la concentración pacífica que, en la Puerta del Sol, protestaba sosegadamente por el ingreso en prisión del condenado Pablo Hasel, no los incidentes violentos que protagonizaron luego algunos de los asistentes.

Echenique ha preferido confundirse con el humo de los contenedores ardiendo

Me equivoqué porque Echenique ha tenido ocasión de aclarar que está por la protesta pacífica pero no por el lanzamiento de piedras o la quema de contenedores y no lo ha hecho. Podemos, partido de gobierno en España, ha renunciado a explicar a su parroquia que la vía democrática para evitar que un tipo que canta a favor de la violencia pague por ello con la cárcel es cambiar la ley que está en vigor, no organizar algaradas en la calle para exigir impunidad. Ha preferido confundirse con el humo de los contenedores ardiendo y atribuir a estos tipos de la cara tapada que salen por las noches a romper cosas la condición de representantes del malestar de la juventud por la baja calidad democrática de España.

Cambiar la ley, hacer las leyes, es el trabajo del Parlamento, por eso los partidos aspiran a tener el mayor número de diputados posible: son los diputados los que cambian, por mayoría, el Código Penal. En el Parlamento que hoy tenemos hay mayoría suficiente para modificar las penas con las que se castiga el enaltecimiento del terrorismo. Existe esa mayoría desde diciembre de 2019. Si no se ha hecho hasta ahora es porque a los grupos parlamentarios no ha debido de parecerles que fuera una prioridad.

Si de mi dependiera, Pablo Hasel no estaría en prisión. Estaría pagando una buena multa por promover el odio, indemnizando a todas las personas a las que ha injuriado y sometiéndose a un curso de educación para la ciudadanía. En valores cívicos y democráticos tiene acreditado un retraso notable de aprendizaje.

La normalidad democrática consiste en que si la sociedad, representada en el Parlamento, entiende que las injurias a la corona, o el enaltecimiento del terrorismo, no deben ser castigadas con cárcel procede a reformar el Código Penal ordenadamente y con normalidad plena. El gobierno ha anunciado ahora su intención de proceder a esa reforma. Podemos anunció hace un año su propuesta para no sólo despenalizar, sino eliminar algunos delitos. Ésa es la función del Parlamento, legislar. Con la misma legitimidad con que un Parlamento anterior legisló en su día sobre el enaltecimiento del terrorismo y sus penas, este Parlamento de ahora puede hacer la reforma. De hecho, podía haberla hecho ya, porque el Parlamento actual lleva constituido hace catorce meses.

Lo que ningún partido ha dicho que quiera modificar es el delito de odio, que también forma parte de nuestro Código Penal ---de uno a cuatro años de cárcel--- y que castiga a quien promueve el odio y la hostilidad hacia otras personas por su ideología o sus creencias. Un tipo delictivo en el que encajan como un guante las proclamas contra los judíos en boca de una neonazi o las proclamas contra los peperos en boca de un ultra antisistema que sueña con que le peguen un tiro en la cabeza a todo el que no piensa como él.

Alguien rescató ayer este pasaje de un programa de 2014 en el que Pablo Iglesias responde a la pregunta que le ha dejado grabada el tal Pablo Hasel. La pregunta define al rapero y la respuesta le pone en su sitio.

Amén, Pablo Iglesias de 2014, amén.

Esto, el final, es lo más relevante. Que al margen de si los actos de alguien constituyen delito y qué pena es la proporcionada, estas personas que están todo el día deseando que alguien le pegue un tiro en la cabeza a quien no es de su cuerda, que le pongan una bomba lapa, que le acuchillen; estas personas que banalizan el terrorismo, como aquellas que banalizan el maltrato, la violencia machista, la violación o la pederastia, lo que revelan es su condición de personas miserables que chapotean en su propia indigencia moral. Hay personas que están podridas por dentro. Sacos de odio andantes. Igual que hay personas luminosas, que proyectan luz allí por donde pasan, hay personas podridas. Que cuando suben a una tribuna, a un escenario, cuando escriben un artículo o abren la boca, lo que exhalan es su podredumbre interior. Yo defiendo su derecho a exhibir su degeneración interior, aunque prefiera que este tipo de personas pesen lo menos posible en el debate público por la peste que echan. Y lo mucho que contaminan.