OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Génova confía en que Pedro Antonio Sánchez se quite de en medio ahora y que vuelva si le exoneran"

Se cuenta que, gobernando Reagan, organizó la Casa Blanca una reunión de los siete gobernantes de los países más industrializados del mundo. Lo que empezó siendo una conversación amable sobre la visión que cada uno de ellos tenía de la política económica derivó en acaloramiento de uno de los presentes, Pierre Trudeau, hacia la primera ministra británica, Margaret Thatcher.

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Madrid |

El entonces jefe del gobierno canadiense, padre del Trudeau que gobierna ahora, se creyó con derecho a soltarle a la “Iron Lady” un chorreo de escándalo. Todo lo que hizo ella fue ponerse en pie, mientras él soltaba su perorata, mirarle con la cabeza alta y, una vez se le agotó el discurso, darse media vuelta y abandonar la sala. Reagan, que sentía fascinación por aquella señora tan cercana a él en algunas ideas pero tan alejada en su forma de conducirse y su talante, fue a su encuentro en cuanto terminó la reunión intrigado por el comportamiento de ella. “Maggie”, le dijo, porque la llamaba Maggie, “nunca había visto a Trudeau tan enfadado, cielos, estaba fuera de control, ¿por qué no le dijo usted nada?” (Se trataban de usted). Thatcher miró a Reagan y respondió: “Estimado amigo, una mujer sabe cuando un hombre se está comportando como un chiquillo. No hay que perder el tiempo con sus berrinches”.

La primera ministra May seguro que conoce la anécdota. Y también la oración de San Francisco que escogió su antecesora cuando entró a vivir en el 10 de Downing Street: “Donde haya desacuerdo, llevemos armonía”.

A un tipo que se llama McKenzie y que dirigió diez años el Sun, la frase que le gusta no es de Thatcher sino de Reagan. Un letrero que, dice él, tenía el presidente en su escritorio y que decía: “Si los agarras por las pelotas, sus corazones y sus mentes irán detrás”. Elige la frase el setentón McKenzie para resumir lo que él propone que haga la señora May con los españoles que están tocando las narices con Gibraltar. A saber, prohibir que los aviones españoles usen el espacio aéreo británico para que así los turistas ingleses no puedan volar hasta aquí. (De los vuelos de la British a Málaga no dice nada el pirómano). Expulsar a todos los españoles que trabajan en el Reino Unido (no dice quiénes harían esos trabajos que él, por ejemplo, para sí no quiere). Y…ponerle un impuesto al vino de Rioja. (Que debe de pensar el paciente inglés que lo tendrían que pagar los riojanos, aunque si es un impuesto británico igual lo tendrían que pagar los ingleses, ¿no?).

Se pone así de bravo el ex director del Sun y nos llama a los españoles, atención, “follaburros”. Dice: ¿hace falta recordar que los gibraltareños han dejado claro que no quieren ser gobernados por estos ‘follaburros’?

Amigo Dastis, tome usted cartas en el asunto, que algunos, en efecto, se están poniendo nerviosos. Nerviosos de gusto para vender periódicos.

En el pelotón de los jubilados ardorosos hay que anotar estos cuatro nombres:

• McKenzie el periodista bravucón bocachancla.

• Howard, el lord que evocó las Malvinas y la sangre de acero de la Thatcher.

• Un tal Chris Parry, que es contralmirante de la Armada, y que avisa a los españoles, citando a Drake, de que aún pueden “chamuscarle la barba al rey de España” y que los estadounidenses seguro que nos apoyarían. Seguro que sí, almirante, Rota nunca les ha importado demasiado.

• Y un tal Tebbit, que fue ministro un rato hace treinta años y que aconseja a la señora May hacerle la puñeta a los españoles apoyando el movimiento independentista de Cataluña. Ella no le va a hacer ni caso, pero la cruz de Sant Jordi ya la tiene este mozo en el bote.

Ante este formidable aluvión, de cuatro señores de setenta años, incitando a defender Gibraltar de estos españoles aprovechados, a la señora May no le ha quedado más remedio que decir algo sobre tanta cháchara.

Parece que guerra no va a haber. Ni por el Peñón, ni por Escocia ni por el vino de Rioja.

La bola de nieve, murciana, ha ido creciendo creciendo y ya está lista para reventar. El reloj marca las horas. Y a Pedro Antonio Sánchez se le va acabando el tablón al que está agarrado desde hace un mes para evitar su naufragio. Antes de que se vote la moción de censura, su presidencia se habrá acabado.

En Génova dan por hecho que el presidente murciano terminará pronto de hacer la digestión lenta, asumirá que las reglas de la política son ingratas, y aceptará la sugerencia que se le ha hecho de quitarse de en medio ahora a cambio de ser rehabilitado (ya se vería cómo) si termina siendo exonerado en el caso Auditorio y en el caso de la Púnica. Porque siempre fueron dos los casos que, llegados al Tribunal Superior de Justicia, le convertían inevitablemente en imputado.

El PP ha pasado de ansiar una resolución del juez Perez Templado que archivara el Auditorio a recibir sin aspavientos una resolución del juez Velasco sobre la Púnica que añade más carbón a la parrilla en la que Pedro Antonio Sánchez se ha ido quemando.

Velasco pide al Superior de Justicia que le investigue.

• No, no comparte este juez el criterio de la fiscalía, que no ve caso.

• No, no comparte que, al no haberse llegado a firmar contrato alguno, sea imposible acreditar la existencia de un delito.

• Y no, no ha hecho aquello que algunos desenterados, con información averiada, le hicieron llegar al presidente murciano: que no tienes que preocuparte, que si la fiscalía no acusa esto no va para adelante, quédate tranquilo que el charco de la púnica ya no te salpica más.

Nada acabó saliendo como Pedro Antonio y quienes le asesoraban calcularon.

Rivera aguantó el pulso, amagó con hacer presidente a Tovar, el del PSOE. Y está a punto de cobrarse otra cabeza que pondrá en la vitrina junto a las de Griñán y Chaves.