Hace ya más de un año, agentes de la Unidad de Investigación Tecnológica de la Policía estaban patrullando la red, observando lo que se movía en los foros de pedófilos, cuando descubrieron en uno de estos lugares cientos de imágenes firmadas por el mismo autor, un tal Maxi. Siempre se trataba de filmaciones de niñas muy pequeñas –de entre 8 y 11 años– que se desnudaban o se mostraban en actitudes sexuales bastante explícitas delante de sus webcams.
Los policías patrullan muchos lugares de Internet como se patrullan las calles, pero aquí hay un grave problema al que alguien debería poner solución. A diferencia de lo que ocurre en otros países, nuestros policías no pueden actuar como agentes encubiertos en esos foros de pedófilos. La ley se lo prohíbe. Si, por ejemplo, ellos se hiciesen pasar por pederastas y enviasen imágenes de pedofilia para hacer picar el anzuelo a algún depravado, un juez diría que eso es un delito provocado y echaría por tierra la investigación, la anularía.
Pero los jueces sí avalan la figura del agente encubierto en la lucha contra el tráfico de drogas o el terrorismo, por ejemplo. Es decir, un policía puede hacerse pasar por traficante o hasta por simpatizante de Al Qaeda para desmantelar una red criminal. Sería fundamental que pudiese existir en este ámbito también, porque lo que ocurre ahora es que nuestros agentes pueden ver lo que pasa en un foro, de hecho lo ven, pero llega un momento en el que están limitados, hay filtros que no pueden superar, porque en estos lugares el acceso está restringido exclusivamente a la gente que aporta material pedófilo, que comparte imágenes con el resto de usuarios. Es decir, para poder abrir esas últimas puertas hay que presentar, como credencial de que eres un pedófilo, tu carnet, tus propias imágenes de niños, y eso, hoy por hoy, la policía española no lo puede hacer, con lo cual se queda a las puertas de muchos delitos.
Efectivamente, alguien debería hacer algo para cambiar la legislación. No es cuestión de valorar la gravedad, pero no se entiende por qué para perseguir el tráfico de cocaína sí vale y para seguir a un pedófilo, a un torturador de niños, no. Contábamos que la policía española detecta a este Maxi y sus vídeos, en los que aparecen niñas muy pequeñas, hace algo más de un año.
Es casi imposible tratar de llegar a conocer la identidad real de este pedófilo. Maxi, como la totalidad de los pedófilos que actúan en la red, se mueve en las redes Darknets, que intentaremos explicar qué son. Se trata de rincones oscuros de Internet, redes o zonas en las que es posible enmascarar tu IP, es decir, la identidad real de tu ordenador. Moverse por estas zonas oscuras, de las que no daremos demasiadas pistas, permite asegurar el anonimato del usuario, ocultar la identidad. Así que la policía española tuvo que coger el camino más largo para tratar de llegar a este Maxi: intentar identificar a sus víctimas.
La Unidad de Investigación Tecnológica de la policía española está entre las mejores del mundo y tiene una amplia experiencia precisamente en eso. Hemos contado en otros territorios negros, por ejemplo, como fueron capaces de llegar a una víctima, también a su verdugo, Nannysex, hoy en prisión, gracias al billete del tren de cercanías que sostenía en su mano un bebé víctima de esos abusos, o gracias a la forma de un interruptor o a una toalla, a la forma de una cama… En esta ocasión, su mejor pista, después de repasar cientos de veces, frame a frame, imágenes muy dolorosas –nosotros vimos algunas preparando este territorio negro–, fueron las letras que tenía grabadas como una inscripción la camiseta de una niña de once años, protagonista de un vídeo que Maxi había subido a la red el 18 de diciembre de 2012.
Las letras son las que llevan muchos uniformes escolares de colegios concertados, en este caso era un anagrama con el nombre de un colegio de las Islas Canarias. Los investigadores ya tenían algo por donde empezar. Se fueron hasta el colegio y allí, en efecto, encontraron a la niña. La pequeña accedió a colaborar con la policía y les contó una historia que los agentes conocen bien, la de un consumado especialista en grooming.
Les contó que meses atrás una chica de su edad o algo mayor que ella contactó con ella a través de Facebook y Messenger. Tras ese primer contacto, las dos crías comenzaron a comunicarse a través de la webcam. Lo que esta niña canaria veía era otra niña, con la que jugaba y chateaba. Tras varias charlas, su nueva amiga, la del otro lado de la cámara, le preguntó si le habían crecido los pechos, le pidió luego que se los enseñase y que se los tocase. La niña canaria accedió a ese juego, a esa curiosidad en principio nada sucia entre dos crías. Pero sin saberlo ella, el grooming ya estaba en marcha.
Maxi, como todos los buenos groomer, tiene una aplicación en su ordenador que le permite lanzar una imagen, una grabación. Así hace creer a quien está al otro lado de la pantalla, que él, en este caso, no era un hombre adulto, sino otra cría. Cuando la víctima se desnudó, accedió a sus peticiones, Maxi grabó esa imagen y ya se destapó, se quitó la careta. A partir de aquí, lo que hacía, como todos los groomer, era pedirle a la niña que hiciese más numeritos delante de la cámara, amenazándola con enviar a todos sus contactos, a sus amigos, las primeras imágenes que ya tenía de ella.
La colaboración de esa niña de Canarias fue fundamental, esa pequeña es, como decimos en el norte, toda una jabata, una valiente, porque dejó que la policía explorase su ordenador y allí encontraron la dirección de correo electrónico empleada por el pederasta: “Melygentile”. Ya había algo tangible para intentar llegar hasta él, allí donde se escondiera. La policía fue identificando más víctimas: catorce niñas en España, una en Argentina… Niñas que protagonizaban vídeos que Maxi etiquetaba como “Gordita rica, ricura, aprendiendo cositas ricas…” Los agentes no dejaban de vigilar lo que hacía y se dieron cuenta de que había que darse prisa en cazarlo porque se estaba radicalizando.
Maxi ya no se quedaba satisfecho con esas humillaciones y cada vez exigía más a sus víctimas. La policía contemplaba como ya no se conformaba con ver a las niñas desnudándose ante la webcam: les hacía introducirse objetos, practicar zoofilia con sus mascotas e incluso llegó a obligar a dos hermanas a montar un numerito delante de la cámara…
Además, los agentes españoles detectaron que Maxi estaba haciendo negocio con sus víctimas. Colgó en la red un catálogo de esos vídeos que vendía por entre 20 y 60 dólares. Dejaba ver unos segundos de cada vídeo y para verlo completo los otros pedófilos que navegaban en Internet tenían que pagar. El análisis de ese correo electrónico llevó a la policía española hasta un centenar de IP, todas situadas en la misma zona de los alrededores de Lima. El estudio de esas IP, esos dni del ordenador, condujeron hasta una casa en la que residen un matrimonio de edad avanzada y tres de sus hijos. Uno de ellos, Arturo Dodero Tello, de 29 años, era el principal candidato a ser Maxi.
Pero era un verdadero fantasma, una sombra. La policía española avisó a sus colegas de Lima, que comenzaron entonces una labor policial tradicional: se hicieron pasar por empleados de un banco y llamaron a la puerta de esa casa preguntado por Arturo Dodero. Su madre les dijo que no vivía allí, los vecinos apenas le veían, pero los agentes españoles no tenían dudas de que Maxi se esconde cerca. Dos agentes de la Unidad de Investigación Tecnológica viajan hasta Perú para trabajar sobre el terreno y, sobre todo, para encontrar las pruebas que no dejen escapatoria a Maxi, algo que fue casi más costoso que la propia investigación.
No es fácil que policías españoles participen en una operación en un país extranjero, pero es que además aquí había una complicación añadida: agentes, jueces y fiscales peruanos no tenían mucha experiencia en luchar contra este tipo de delitos. Finalmente, la diplomacia y el buen hacer de los dos policías que viajaron allí sirvieron para convencer a una fiscal de que los nuestros debían participar en el registro y que tenían que buscar in situ las pruebas del delito, que presumiblemente estaban en el ordenador del detenido. Pero las cosas se complicaron.
Nuestros policías contemplaron atónitos como los colegas peruanos aparcaban los coches patrulla –perfectamente identificados como de la policía– en la puerta de la casa del objetivo, así que Arturo Dodero, el pedófilo, intentó huir y ocultar las pruebas. Al final, pudo ser detenido cuando escapaba por una puerta trasera, pero cuando los agentes encendieron su ordenador pensaron que se habían equivocado: no había ni una sola prueba.
Ni rastro, porque Maxi era un tipo muy precavido: en su disco duro no había nada, pero su ordenador tenía todas las herramientas necesarias para el perfecto groomer. Tenía un acceso directo a las redes Darknet, esas zonas oscuras de las que te hablábamos al principio, una aplicación que permite navegar en el anonimato escondiendo la IP, la utilidad con la que simulaba ser una niña o un niño a través de su webcam…
Y aquí llega el momento del policía tradicional, del instinto, del olfato. Los policías españoles se dieron cuenta de que la casa estaba muy sucia y desordenada. La parte trasera del ordenador estaba llena de porquería, salvo un cable, una conexión USB que estaba sorprendentemente limpia, como si alguien acabase de desenchufar algo. Así que se pusieron a buscar y bajo la cama donde estaba sentado el padre de Arturo Dodero encontraron un disco duro externo. Naturalmente, estaba encriptado, no se podía acceder a él si Maxi no facilitaba las claves.
Aquí también hubo mucho de policías tradicionales, de guerra psicológica con el detenido. Los agentes españoles se dieron cuenta de que Dodero estaba aterrorizado, pensando que le iba a caer una tunda por parte de sus compatriotas policías de un momento a otro, así que optaron por hacer de polis buenos y por hacerle sentirse importante, jugar con su ego…
Los policías españoles le decían que el FBI les estaba ayudando a identificar a ese tal Maxi, que sabían que era un pedófilo muy importante. Él sostenía que había muchos Maxis en distintos países de habla hispana. Mientra tanto, iban trabajando con su ordenador y obteniendo datos que le iban dejando muy poca escapatoria a Dodero, que tras más de seis horas acabó facilitando a uno de los policías españoles las claves para acceder a su disco duro, la llave para entrar a un verdadero catálogo de los horrores.
En un primer momento contabilizaron 67 víctimas, aunque hay muchas más. Lo útil que tienen los pedófilos como éste es lo que los criminólogos norteamericanos llaman el collector’s behaviour, es decir, el comportamiento del coleccionista. Dodero guardaba en su ordenador un documento llamado “Recolección” en el que había una larga lista de perfiles de niñas que estaban en Facebook con características que él las iba poniendo sobre sus atributos físicos o sobre su actitud.
Pasará una buena temporada en prisión, porque y esto es otro dato que da que pensar, en Perú los delitos relacionados con la difusión de la pornografía infantil están más castigados que en España: podría estar hasta doce años en la cárcel. Lo que ocurre es que este Maxi puede ser de gran utilidad a la policía de su país e incluso a la española.
Es un pederasta, un pedófilo, un groomer de las élites de ese mundo y por tanto, entre sus contactos, hay unos cuantos como él, otros monstruos que es a los que quiere llegar la policía con su colaboración.