Es observable que de niños nos hace gracia la misma escatología que después puede llegar a darnos asco.
Se dice que la capacidad de sentir asco es innata. De hecho, esa impresión extremadamente desagradable es considerada como una emociones básicas -tal como volumen a volumen vamos detallando a nuestra audiencia-. Pero quizás tenga más de social que de natural de lo que pensamos.
Alimentos y materiales orgánicos en descomposición o ya pútridos, las mucosidades, ciertos fluidos como el pus, la orina, el semen o la sangre (a la cual tiempo atrás también dedicamos su NMHA), los excrementos y algunos olores... suelen dar asco.
Que lo inmundo, disgustoso, horrible, fétido, putrefacto, repulsivo, repugnante, nauseabundo o vomitivo... pueda llegar a producir desagrado máximo, disgusto, sudoración excesiva, aversión, grima, repulsión, repugnancia, nauseas o vómitos e incluso la pérdida del conocimiento, es seguramente más comprensible a que contrariamente ciertos adultos sientan y expresen fascinación por todo aquello que atenta contra la belleza y el buen gusto.
Por tanto, podría deducirse que el asco obedece a la educación cultural o la costumbre propia del individuo, convirtiendo su experimentación en un hecho subjetivo.
De los parásitos, males contagiosos, virus letales y otros insectos espeluznantes... prevengámonos, protejámonos, vacunémonos y distanciémonos... Pues de asquerosos (y asquerosas) la vida se encarga de rodearnos a modo de prueba ¡no nos queda otra!
Te invitamos a descubrir el nuevo #podcast de #NoMiresHaciaAtrás dedicado al asco en su volumen 159