TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: El doble crimen de Almonaster: 18 años en un pozo

Gracias a los casi 300 territorios negros que llevamos hemos conocido muchas caras del mal, pero probablemente la de hoy sea una de las historias más terribles de crueldad de todas las que hemos traído por aquí. Una historia que se destapó gracias al tesón de un veterano policía de Sevilla, un caimán. Vamos a seguir los mismos pasos que dieron los agentes que esclarecieron este crimen, gracias a que hemos tenido acceso y hemos leído el sumario.

Manu Marlasca y Luis Rendueles

Madrid | 22.09.2014 18:14

Antes de empezar, hablábamos la semana pasada de esa violación múltiple en Málaga que no lo había sido y, al final, la supuesta victima ha confesado. La chica, que compareció el jueves en el juzgado imputada por denuncia falsa, admitió que acusó a esos cinco jóvenes por miedo a que éstos difundieran un vídeo que le grabaron mientras mantenía relaciones con dos de ellos, el vídeo del que hablamos aquí el lunes pasado. Ha confesado y todo indica que será condenada a un año y cuatro meses de cárcel (no entrará en prisión al ser su primer delito) y una multa.

Empezamos nuestras pesquisas sobre ese doble crimen del que queremos hablar en este post. Para empezar, viajamos en el tiempo hasta 1994, un viaje de 20 años, que nos lleva hasta Sevilla. Allí, un hombre acude a una comisaría de policía, quiere denunciar que su hija ha desaparecido. Manuel se presenta el 14 de enero de 1994 en la comisaría de Centro, en Sevilla. Dice que desde hace casi cinco meses, el 23 de agosto, no sabe nada de su hija Mari Carmen Espejo, de 26 años, y tampoco de su nieto, Antonio, de 10 años. El hombre cuenta que la mujer vivía y trabajaba en Huelva, en el departamento de Turismo de la Junta de Andalucía. Y le dice a la policía que su hija vivía con un boliviano llamado Genaro Ramallo, padre de su nieto, con el que sí tiene contacto, porque sigue viviendo en casa de su hija y de su nieto. El hombre cuenta que su yerno le dijo que se separaron y que Mari Carmen se marchó a vivir a Madrid, pero que no se llevan mal, incluso a veces hablan por teléfono y quedan para ver a Antonio, el hijo que tienen en común.

Lo siguiente que hace la policía es llamar al tal Genaro, la pareja y el padre de esa mujer y ese niño desaparecidos. De hecho, Genaro tiene que declarar dos días seguidos, el 12 y el 13 de abril de 1994, ante la Guardia Civil y la Policía, respectivamente. Unos días antes, el 4 de abril, Amalia, una tía de Mari Carmen, acude también a la Guardia Civil para denunciar lo mismo: la desaparición de la mujer y su hijo. Genaro Ramallo cuenta lo mismo ante unos y otros: que Mari Carmen se marchó en verano “porque tenía que aclarar su vida”, que a veces contacta con ella por teléfono, que ha visto a su hijo en tres ocasiones desde que se fueron y que cree, dice, que viven en Madrid.

Esa declaración de Genaro no debió dejar muchas lagunas. La policía no hizo más gestiones y la Guardia Civil hace algunas en el departamento de Turismo de la Junta de Andalucía, donde trabajaba la desaparecida. Allí dicen que han recibido alguna carta de Mari Carmen renunciando a su puesto y que esas misivas tienen matasellos de Madrid, lo que coincide con la versión de Genaro. Así que el 15 de abril de 1994, once días después de la denuncia presentada por la tía de Mari Carmen, el juzgado 8 de Huelva archiva el caso y leemos textualmente del sumario, “por no constituir los hechos infracción penal alguna”.

El caso se archiva, sin más, sin comprobar nada. Y sigue archivado hasta que en abril de 2010 –16 años después–, el Grupo de Homicidios de la Jefatura de Sevilla, comandado por un veterano, un caimán, un investigador de pura raza, decide revisar casos de desapariciones pendientes y se topa con la de Mari Carmen y su hijo. Lo primero que hace la policía es volver a tomar declaraciones a los denunciantes. El padre de Mari Carmen dice que la última vez que llamó a Genaro, éste le dijo que no le molestara más, que no quería saber nada de su mujer. Tanto él como la tía de Carmen dicen que la desaparecida era una mujer muy familiar y Amelia, la tía, señala que Genaro es violento y muy mujeriego. Además, entrega a la policía una carta escrita a máquina, firmada por su sobrina y una foto del niño, que supuestamente le remitió Mari Carmen.

La policía también toma declaración a cuatro compañeros de trabajo de la desaparecida. Todos coinciden en que Mari Carmen estaba muy contenta en su puesto y uno de ellos aporta una carta en la que la mujer dice renunciar a su trabajo. Esta carta, fechada el 20 de septiembre, un mes después de su desaparición, también está escrita a máquina y firmada por la mujer desaparecida.

El grupo de homicidios de Sevilla descubre una cuenta bancaria abierta en Unicaja en la que comprueban que hay doce movimientos entre el 24 de agosto de 1993 y el 13 de febrero de 1994, cuando Mari Carmen ya había desaparecido. Son ocho extracciones de cajeros, dos pagos en El Corte Inglés, uno en una gasolinera de Aranjuez (Madrid) y un ingreso de Genaro. Todo ello hecho con una tarjeta a nombre de Mari Carmen.

El tiempo transcurrido impidió a la policía comprobar con las cámaras de seguridad quién había hecho esas extracciones de cajeros, pero los investigadores sí se dan cuenta de que no eran los cajeros que habitualmente usaba la mujer, aunque ese dato, obviamente, no es definitivo.

Los agentes comprueban que la mujer no ha renovado el DNI desde 1993, que no ha vuelto a trabajar, que no aparece en ningún padrón y que su hijo no ha vuelto a ser escolarizado. Y la policía concluye en un informe fechado el 7 de junio de 2011: “Todo hace pensar que las desapariciones no fueron voluntarias, así que se investiga un doble homicidio del que el único sospechoso es Genaro Ramallo”. La policía pone de manifiesto que en todos estos años, Genaro nunca se ha preocupado por su hijo, que ni siquiera llegó a presentar una denuncia por desaparición.

Esta conclusión llega 17 años después de que se denunciase esa desaparición. Ya hay sospechoso, pero la policía se pone a reunir pruebas. Por ejemplo, se comprueba, cotejando la firma del DNI de Mari Carmen, que las cartas supuestamente enviadas por ella no fueron firmadas por su mano. Los agentes comienzan a escuchar, con la autorización del juez, los teléfonos que usa Genaro y el día 16 de junio de 2011 deciden llamarle a declarar a ver “cómo pajea”, como dicen los caimanes, los viejos policías, como el jefe del Grupo de Homicidios.

Genaro describe a la policía que lleva una vida bastante azarosa en lo sentimental. Dice que mientras estuvo con Mari Carmen también tenía relaciones con una mujer llamada Juana Luisa, con la que tuvo una hija, Luisa. Además, tuvo casi a la vez una relación, una tercera, con una mujer llamada Cándida, con la que también tuvo un hijo, llamado Samuel. Sobre la desaparición de Mari Carmen, dice que ella se marchó a Madrid, que vio a su hijo dos veces en Madrid y una en Córdoba. Les cuenta que él ahora está con una chica de Canarias que ha hecho gestiones en una página web de desapariciones para saber algo de Mari Carmen y Antonio.

Es decir, mantiene en esencia su historia, aunque hay un detalle que llama poderosamente la atención del jefe de Homicidios. Uno de esos detalles que solo captan los investigadores más avezados: ve a Genaro como se fija en el membrete de los papeles, en los que pone “Grupo de Homicidios”. Ve cómo el sospechoso se inquieta, se pone tenso… Y le preguntan qué le pasa. “¿por qué es el grupo de Homicidios y no de desaparecidos el que se encarga de esto?”, pregunta...

La policía sigue escuchando las conversaciones de Genaro, que hasta ese momento vivía con absoluta normalidad, dirigiendo una academia de matemáticas en Huelva. Se dan cuenta de que desde el día que declara ante la policía sus conversaciones se reducen a lo mínimo, apenas habla por teléfono. Así que la policía decide investigar a las mujeres con las que el sospechoso se ha relacionado, mientras siguen monitorizando sus conversaciones.

Juana cuenta que empezó su relación con Genaro en 1993, cuando él aún vivía con Mari Carmen. Incluso estuvo casada con él desde 2006 a 2009. Y da un detalle que sigue haciendo crecer las sospechas sobre el hombre: cuando su hija Luisa le preguntaba por su hermanastro, Antonio, el crío desaparecido, Genaro se mostraba muy incómodo. La niña incluso le buscó por Facebook y Tuenti.

Además, la mujer habla de una finca de Almonaster la Real, a la que solía ir con Genaro a acampar algunos fines de semana. Ni ella ni la policía saben ubicar esa finca, pero hay un golpe de suerte. Los agentes escuchan cómo, poco después de ser interrogado, Genaro llama a su hija y le pide los teléfonos de un hombre que debían andar por la casa. Esos teléfonos corresponden a un pastor, cuya finca linda con la de Genaro.

El pastor le cuenta a la policía que Genaro compró la finca 18 años atrás –coincidiendo con la fecha de la desaparición de su mujer y su hijo–, pero que hace mucho tiempo que no va por allí. Pero además, la policía comprueba que Genaro está preparando su adiós, que nada más salir de las dependencias policiales en las que fue interrogado, comienza con una agenda frenética de despedida…

Escuchan una llamada de Genaro a su hija Luisa en la que le anuncia que quiere hacer testamento y que va a poner todos sus bienes a su nombre. Cuando la policía va a ver a Cándida, otra de las mujeres de la vida de Genaro, ésta les cuenta que tres días antes el hombre pasó por su casa para despedirse del hijo que tiene con ella. También se despide de su hermano, René. La hermana de Genaro, Julia, dice que su hermano fue hasta Vizcaya a verla el 21 de junio –cinco días después de que la policía le interrogase– y que le dijo que se iba a Castellón a pasar una temporada. La policía ve que Julia es un filón y le aprietan un poco.

La ven flojear y le sacan varias confesiones: reconoce que las cartas supuestamente escritas por Mari Carmen a lo mejor fueron escritas por su hermano. Julia le dice a la policía que piensa que su hermano se ha quitado de en medio por la investigación abierta y llega a confesar que cree que su hermano nunca vio a su hijo Antonio. La policía además comprueba que Genaro ha dejado abandonada la academia que dirigía sin dar explicaciones a nadie y que Jenny, la chica de Canarias con la que mantenía relaciones en los últimos tiempos, le intenta llamar sin éxito.

El 28 de junio, la policía acude a la finca de Almonaster. Ven que ha habido movimientos inusuales de tierra y que hay un pozo cegado, pero no tienen material para buscar y le piden al juzgado que habiliten una partida de 250 euros para seguir buscando, que la policía no tiene dinero. Y mientras unos y otros deciden quién debe pagar ese dinero, la policía sigue trabajando. Monitoriza los correos habitualmente empleados por Genaro y descubre que tiene conexiones desde Francia, concretamente desde Tolouse.

250 euros tuvieron la culpa de retrasar esta investigación. Hasta septiembre no se regresó a la finca, aunque esta vez incluso se contó con la ayuda de Luis Avial, el hombre del georadar, cuyo trabajo ha sido vital en casos como el del los niños de Córdoba. El día 15, aparecen, a dos metros bajo tierra, en el pozo cegado con piedras y hierros, los primeros restos óseos. Pronto se comprueba que corresponden a una mujer y a un niño y semanas después llega la confirmación, gracias al ADN, de que son los de Mari Carmen y Antonio.

La escena del crimen dice algo más. Junto a los restos óseos hay muchos blisters de tranquilizantes como valium y diazepam, ampollas de fenobarbital –un anestésico–, jeringuillas… Además, hay restos de una tienda de campaña y de sacos de dormir, lo que hace pensar a la policía que la mujer y el niño llegaron hasta allí pensando que iban de acampada y que, casi con seguridad, fueron sedados antes de morir. Pero hay un detalle muy inquietante.

En el pozo hay un látigo de cuero y grilletes. Y, además, los cráneos de la mujer y su hijo están guardados en sacos o bolsas, separados del cuerpo. Es decir, el asesino decapitó los cuerpos. La policía apunta en un informe que el crimen pudo enmarcarse en un ritual andino, consistente en una ofrenda a Pachamam (la tierra madre), algo que se hace en agosto, fecha del asesinato.

Tanta era la normalidad con la que vivía el asesino que la policía encontró una foto, fechada en 1996, en la que se le ve, junto a su hija Luisa  –a la que dijo antes de huir que quizás se tendría que cambiar el apellido, leyendo sobre el pozo en el que tres años antes había tirado a su otro hijo y a la madre de éste. Pero 15 días después del hallazgo de los cuerpos, Genaro fue detenido en Tolouse y comenzó su peculiar campaña de imagen.

Escribió a la jueza asegurando que siempre había querido colaborar con la justicia y mandó una carta a un periódico, Odiel Información, que es una exhibición de cinismo. Leemos textualmente: “No soy un uxoricida y menos un infanticida. Como marido y pareja, pésimo. La infidelidad me ha perseguido siempre como túnica de hierro por todos mis caminos. En la época de los luctuosos hechos yo compartía mi vida entre dos casas y dos mujeres y aún no sé por qué extraña matemática sacaba tiempo para ocasionales deslices. Amaba la vida –prosigue– y me la quería beber a grandes tragos. La que era por entonces mi mujer y mi hijo hacían camping en una propiedad que yo adquirí cerca de Almonaster. Fue allí donde encontré sus cuerpos sin vida. Aquel fatídico día que la desgracia llamó a mi puerta”.

¿Cuál fue el móvil del crimen?

La policía hizo un informe demoledor en el que concluye que, simplemente, Mari Carmen y su hijo le molestaban para proseguir con su ajetreada vida amorosa. En el juicio veremos si Genaro dice algo, porque hasta el momento no ha declarado. La acusación particular, representada por el abogado Luis Romero, pide para él 40 años de prisión, lo mismo que el fiscal.