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Territorio negro: Antonio y Naika, historias de desaparecidos que terminan apareciendo

Escucha Territorio negro. Luis Rendueles y Manu Marlasca nos traen las historias negras de nuestro país. Delitos históricos, los peores delincuentes... en Julia en la onda.

ondacero.es

Madrid | 01.04.2024 17:27

En este espacio de Territorio Negro hemos hablado muchas veces de desaparecidos. En demasiadas ocasiones, esas desapariciones se prolongan en el tiempo hasta caer en el olvido de los medios, pero nunca en el de las familias afectadas, condenadas a no poder cerrar un luto que nunca han podido abrir.

Y otras veces, unas pocas veces, los desaparecidos reaparecen, vuelven al mundo tras unos cuantos años. La historia de Antonio, un hombre que estuvo veinte años desaparecido y que ha sido localizado por la Guardia Civil hace unos días nos ha recordado otra historia aún más increíble que nos va a contar hoy Manu Marlasca – Luis sigue de vacaciones – en el Territorio Negro de hoy.

Empecemos por contar la historia de Antonio, ese hombre aparecido tras más de diez años en paradero desconocido

La de Antonio es una desaparición algo peculiar, porque lo primero que hay que decir es que fue voluntaria. En el año 2003, Antonio tenía 49 años, residía en Bilbao y decidió quitarse de en medio, desaparecer. En ese momento, estaba

recién separado de su mujer, con la que había tenido dos hijos. Esos días de 2003 Antonio recibió una muy mala noticia: uno de sus mejores amigos acababa de morir. Tras el entierro, el hombre se fue de casa de su hermana, donde residía, y comenzó a vivir en la calle, aquejado además de una depresión.

Y supongo que fue en ese momento cuando se desconectó del todo de su familia, cuando desapareció

No, aún no. Pese a estar viviendo en la calle en Bilbao, por el barrio de Zorrotza, sus familiares lo tenían más o menos localizado, pero un tiempo después desapareció por completo: ni sus hermanos, ni su expareja, ni sus hijos supieron nada de él. En el año 2009, la familia de Antonio acudió a un cuartel de la Guardia Civil en Baracaldo (Vizcaya) y presentó una denuncia por desaparición. En la denuncia hicieron constar que Antonio podía tener problemas de salud mental y económicos.

Y a partir de ese momento, ¿qué hace la Guardia Civil para encontrar a un desaparecido que, recordemos, tenía cuarenta y nueve años en ese momento y todo parecía indicar que se había ido voluntariamente de su casa?

La Guardia Civil hizo las primeras gestiones que se hacen en todos los casos de desaparición: se investigó en los

últimos lugares en los que había sido visto, en Bilbao, se comprobó que no había fallecido y también que no estaba empadronado en ninguna otra localidad de España. No se hizo mucho más porque todo apuntaba a la desaparición voluntaria de una persona mayor de edad.

Claro, sin embargo, el caso siguió vivo, siguió abierto.

En este punto hay que matizar que en 2009, cuando se presenta la denuncia por la desaparición de Antonio, los protocolos tenían poco que ver con los que hay ahora. De hecho, ni siquiera existía el Protocolo de Actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad ante Casos de Personas Desaparecidas impulsado por el Centro Nacional de Desaparecidos. Fue gracias a este protocolo y al empujón que dio SOS Desaparecido, asociación con la que contactó la hija de Antonio, por lo que el caso tomó un nuevo impulso a partir del año pasado.

¿Cómo fue ese impulso? ¿Qué se hizo para dar con Antonio?

La Guardia Civil recogió a finales del año pasado una muestra de ADN de un hijo varón de Antonio, por si llegaba el momento de cotejarla con los restos de algún cadáver sin identificar. Al hacer el cotejo, resultó negativo. Además, se volvieron a hacer gestiones en el registro civil en busca de un posible fallecimiento, que tampoco llevaron a ninguna

parte. Oficialmente, Antonio seguía vivo y en alguna parte tenía que estar. Además, los investigadores comprobaron que en 2014 había renovado el DNI, pero tampoco lo localizaron en el domicilio que facilitó en ese trámite. Al final, lo que funcionó, como en tantos otros casos, fue seguir la pista del dinero.

¿Cómo se siguió en este caso la pista del dinero?

Los investigadores localizaron una cuenta corriente a nombre de Antonio en una sucursal bancaria del pueblo navarro de Caparroso. Allí se seguía ingresando la pensión de la persona desaparecida. Los agentes comprobaron que de esa cuenta se extraía dinero en efectivo dos veces al inicio de cada mes y siempre a través de la ventanilla de forma presencial. Esta pista motivó que guardias civiles de Vizcaya se desplazaran hasta Caparroso para localizar a la persona que estaba realizando esas extracciones. Podía ser el desaparecido o alguien que cobrase esa pensión de forma fraudulenta.

Y supongo que dieron con él, claro, siguiendo esa vieja pista del dinero

En efecto, el pasado 19 de marzo, agentes de la Guardia Civil de Vizcaya interceptaron al hombre que acababa de sacar dinero de la cuenta de Antonio y comprobaron que era el mismo Antonio, algo que reconoció él mismo, pero que se comprobó de manera científica, con un cotejo de sus huellas con las de la base de datos del DNI.

Y aquí, supongo, llega un momento complicado y delicado. Porque es localizada una persona que se había ido de forma voluntaria y que tampoco se sabe si quiere que le encuentren, claro.

En este punto, los protocolos de las Fuerzas y cuerpos de seguridad del estado son muy claros. Al tratarse de una desaparición voluntaria de una persona mayor de edad, las investigaciones están orientadas únicamente a su localización. Es decisión de la persona desaparecida informar a los familiares de su paradero o de algún método de contacto. En caso negativo, los familiares, es decir, los denunciantes, son informados de que la persona ha sido encontrada, pero que no quiere saber nada de nadie. Las autoridades judiciales, por otro lado, reciben notificación de la localización exacta con el cese de las investigaciones policiales de localización para que den fin al procedimiento judicial, siempre y cuando no haya algún delito vinculado a la desaparición.

Bien, está claro que si uno no quiere que lo encuentren, puede pedir no ser encontrado. ¿Qué ocurrió en el caso de Antonio?

Lo primero que hizo la Guardia Civil fue comunicar a Antonio el señalamiento que existía sobre él como persona desaparecida y preguntarle si deseaba facilitar los datos de su paradero o de contacto a los familiares que denunciaron su desaparición. Antonio informó a los agentes que, aunque no tenía teléfono, sus allegados podían contactar con una de las personas con las que convivía o llegado el caso, ir a visitarlo. Aclaró que residía con una familia de feriantes y que desde el año 2007 viaja con ellos de feria en feria.

¿Y se produjo ese encuentro? ¿La familia de Antonio lo vio veinte años después?

Así fue. El pasado 20 de marzo, un día después de encontrarlo, la Guardia Civil notificó su aparición a la hermana de Antonio. Al día siguiente se enteró su hija Begoña, de treinta y siete años, que vive y trabaja en Reinosa, como sociosanitaria en la Fundación Residencia San Francisco. Inmediatamente emprendió el viaje al pueblo de Navarra en el que habían encontrado a su padre. Se presentó en la casa indicada, en la que vive con la familia de feriantes, y se encontró con él, que la reconoció enseguida a pesar de haber pasado dos décadas.

La verdad es que la historia de Antonio, que ha acabado bien, es increíble, pero ya verán la que les va a contar Manu. Es la historia de una mujer llamada Naika Méndez Pestaña. Una historia que arranca en 1992.

Exacto. Naika tiene dieciséis años ese 24 de agosto de 1992, un lunes de verano. Naika es alta, morena, toda una belleza. Vive con sus padres y sus tres hermanos mayores en Magaz de Arriba, un pueblecito de dos mil habitantes a tiro de piedra de Ponferrada, en León. Esa mañana de lunes desayunó con su madre, se puso una camiseta, unos vaqueros y unas zapatillas y salió de casa en dirección a la casa de un vecino que le daba clases particulares de matemáticas, una asignatura que había suspendido en su primero de BUP recién acabado y de la que se iba a examinar en septiembre. Nunca llegó allí y nunca se supo nada de ella durante los siguientes once años y sesenta y ocho días.

Más de once años sin saber nada de esta chica, que cuando desapareció supongo que no llevaría nada más que lo que necesitaba para esa clase de matemáticas

Exacto, no llevaba nada más que libros, un cuaderno y un bolígrafo. Ni DNI, ni cartera, ni dinero, ni mucho menos teléfono móvil, que en ese año, 1992, apenas existían. Fue como si se la hubiese tragado la tierra. Los padres de Naika acudieron a los medios de comunicación pidiendo ayuda desesperados, tuvieron que aguantar las bufonadas de unos

cuantos videntes que querían darse sus minutos de fama a costa de la familia, el padre y una de sus hijas acudieron hasta una discoteca de Sevilla tras la llamada de un periodista que aseguró que Naika iba por allí y resultó ser una chica muy parecida a ella. La familia hasta soportó un intento de chantaje de un tipo que les pidió un millón de pesetas, seis mil euros, para ver a Naika.

Y todo eso acabó, como si hubiese sido una broma de mal gusto, la noche de todos los santos del año 2003 en el mismo sitio donde empezó, en el hogar de los Méndez Pestaña en Magaz de Arriba.

Naika llegó a Ponferrada en autobús procedente de algún lugar de Castilla y León, y desde allí, a su domicilio, a unos catorce kilómetros, en taxi. Era medianoche. La casa estaba vacía y cerrada. En un rincón del porche del chalé, situado en medio del campo, sin casas alrededor, Naika esperó la llegada de algún familiar. Su hermana Emma, seis años mayor que ella, fue la primera que llegó a casa, venía de cenar con su novio. Al verla, Naika le dijo: "¿Eres Emy? Soy yo, Naika", le dijo. En la oscuridad, a Emma le sonó como una voz de ultratumba y optó por echar el seguro a las puertas del coche y dar las luces largas. Le costaba reconocer a su hermana. Una cicatriz junto a su ojo derecho por un golpe contra un columpio que se dio cuando tenía tres

años, fue la prueba decisiva con la que Naika convenció a su hermana. Emma llamó a sus padres y en pocas horas todos se reunieron, once años y sesenta y ocho días después.

¿Qué le había pasado? ¿Dónde estuvo esos once años, los que van de los dieciséis a los veintisiete, que era la edad que tenía al regresar?

Ni ella ni sus padres han querido contarlo nunca. Naika sí quiso dejar claro que se había ido voluntariamente y que nunca estuvo demasiado lejos de su domicilio. Se especuló y se investigó si había estado en manos de una secta o si había caído en las redes de tratantes de personas, pero nunca se llegó a una conclusión. Ella contó algunos problemas de salud que tuvo durante esos once años. Durante una larga temporada tuvo oscilaciones de peso importantes. De los 35 kilos que pesaba al desaparecer, pasó casi a triplicar este peso, tras sufrir bulimia y anorexia. También dijo que durante cinco años fumó tres paquetes de cigarrillos al día y sufrió al menos cuarenta y seis cólicos de vesícula, sin acudir a un médico para no ser identificada y descubierta. Al volver a casa, su vista se había deteriorado mucho, tenía una miopía muy grande, seguramente a consecuencia de haber estado mucho tiempo en un lugar con poca luz.

Ella nunca quiso explicar nada; sus padres, Emma y Amable, a los que tuve la ocasión de conocer, tampoco. No sé qué habrá sido de ellos, de Naika o de su hermana, pero desde aquí, un saludo.