Reforzado, lo que se dice reforzado, no me parece el calificativo que merece la renovación. Por lo tanto, elijo “todo lo contrario”. Ayer, al escuchar cómo Félix Bolaños defendía ante tí que lo importante era la renovación, encontré una de las claves del momento político: el fin justifica todos los medios.
El fin de alcanzar el poder justificó la coalición que tenemos o el fin de conservar el poder justifica alianzas que hacen daño al mirarlas. Pero vayamos al Tribunal Constitucional. El fin era llegar a cualquier pacto y se taparon los ojos para no mirar los nombres. Y miren: se trata de una institución básica. Sus decisiones y sentencias tienen que ser aceptadas por indiscutibles.
Para alcanzar ese ideal, es preciso que sus magistrados sean también indiscutibles; sus criterios, respetados por su sabiduría; su independencia, única forma de crear doctrina no partidista; su honestidad, como la de la mujer del César, no solo tiene que existir, sino parecerlo; y su ejecutoria tiene que ser tan limpia, que ninguno corra el riesgo de ser recusado.
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¿Se dan estas circunstancias tan elementales para su altísima función? Repasado lo que se dijo en los medios informativos es cuando menos discutible. La deducción, entonces, es demasiado obvia: el Tribunal Constitucional no sale reforzado; queda bastante herido. Y si queda herido el órgano que interpreta la Constitución, estamos jugando con fuego: se avecinan riesgos para el respeto a la propia Ley Fundamental.