Si alienta la formación del gobierno, le diremos que se sale de sus funciones constitucionales. Si hace la menor insinuación de crítica, le echaremos en cara lo mismo. Si no dice nada, diremos que el Rey se va por los cerros de Úbeda. Y lo mismo cabe aplicar a todas las demás cuestiones que, según el léxico de su jefe de gobierno, nos quitan el sueño.
El Rey, en una noche como esta, puede decir, como Melibea, "¡qué pequeña tengo mi libertad!". En la libertad que la Constitución le deja, lo que podemos y debemos esperar es encontrar a un Jefe del Estado seguro y que transmita seguridad; confiado y que transmita confianza; preocupado por todo lo que preocupa al ciudadano, desde el derecho al trabajo al desastre climático; cercano al necesitado y próximo al emprendedor que crea la riqueza del país; moderado en el tono, porque bastante tensa está la sociedad y, sobre todo, su clase política.
Veo el mensaje del Rey como un bálsamo en medio de las tensiones; como impulso a los gobernantes para que arreglen los problemas de la nación; como un aliento al consenso que se está haciendo partidista y excluyente; como una voz de sosiego frente a la crispación y de esperanza frente al pesimismo, y como un garante de estabilidad, que así lo ve la mayoría del pueblo español.