OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Felipe se ha mirado al espejo y se ha dicho que Cristina no debe ser duquesa"

A las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Les digo una cosa. Si Maquiavelo escribiera hoy El Príncipe incluiría éste entre sus consejos a reyes en ejercicio: antes de que el pueblo te lo exija, procede tú para que parezca que ha sido idea tuya.

ondacero.es

Madrid | 12.06.2015 08:16

Veinticuatro horas antes de que se constituya el nuevo ayuntamiento de Palma, cuyo gobierno cambia de signo político, el rey Felipe hizo saber anoche que su hermana Cristina deja de ser duquesa. Urdangarín, de rebote, deja de ser consorte, o sea, duque. Para una cosa que no les había embargado el juez, el título, va el rey y se lo embarga. Se lo revoca. Los títulos nobiliarios los otorga el rey y los retira también el rey. El rey los da, el rey los quita. Aunque en el caso de la familia del rey, los títulos se consideran (o se consideraban hasta anoche) vitalicios. Cristina sigue siendo infanta y sigue siendo hermana, pero deja de ser duquesa.

¿Y por qué? Qué ha movido al hermano de la fui-duquesa a fulminar el ducado que se inventó su padre. ¿Acaso se lo ha exigido Albert Rivera, cazador mayor del reino? Ésta es la pregunta: qué ha cambiado para que el rey considere ahora casi urgente des-titular a Cristina cuando no lo creyó necesario durante el año que ha cumplido ya en el trono. Dices: es que Cristina está imputada por delito fiscal. Ciertamente, lleva imputada hace meses y desde hace meses es conocido que se sentará, por ello, en un banquillo. No es la situación procesal de la hermana lo que mueve al rey a desvestirla. Es el deseo de evitar (o de evitarse) un choque institucional con el ayuntamiento de Palma. A primeros de este año una formación política minoritaria en Mallorca, MÉS, presentó dos iniciativas gemelas, una en el parlamento autonómico y la otra en el ayuntamiento palmesano. Reclamaban a la jefatura del Estado, el rey, la derogación del decreto que otorgó el título. Ninguna de las dos prosperó porque la mayoría, en ambas instituciones, la tenía el Partido Popular. En pasado: la tenía. El 24 de mayo en Palma, como en tantos otros sitios, las cosas han cambiado. En el Parlamento de Baleares termina de fraguarse una alianza de partidos de izquierda y en el ayuntamiento de la capital el gobierno municipal lo encabezará MÉS, esta formación que ha hecho bandera de la anulación del ducado. Una cosa es que un grupo minoritario inste al Rey a revocar un título y otra que lo haga una ciudad representada por su ayuntamiento —-o un parlamento autonómico—. De manera que para evitar tener que ceder a una exigencia externa, Felipe ha decidido anticiparse y presentarlo como una exigencia propia. Se ha mirado al espejo y se ha dicho que Cristina no debe ser duquesa. A ella le habrá sentado como un tiro pero difícilmente le habrá sorprendido. Su hermano el rey viene dando prueba hace tiempo de su repudio público. No la invitó a la ceremonia de coronación y ha filtrado su voluntad de que renuncie, ella, a sus derechos dinásticos. En la práctica, y sin esperar a lo diga el tribunal, es el rey el que ha condenado ya a Cristina.

Una infanta des-ducada. Siguen ocurriendo en España cosas que nunca antes habían pasado.

Ayer, en Madrid, los profetas del apocalipsis castizo pregonaban la llegada del fin del mundo. “Ved lo que está pasando”, decían, mientras el cielo, espeso y negro, cegaba el paso a la luz y en todas partes llovían piedras. “Ved lo que está pasando”, predicaban mientras caía en la ciudad la madre de todas las granizadas. Los dioses castigando al pueblo, hombres y mujeres salvando calles a nado, por haber hecho posible que esto pasara. ¿Que pasara el qué? Ah, que Carmena gobernara. Lo anunció ya Jeremías, o a lo mejor fue Nostradamus:

Lloverán bolas de hielo,

una manta de pavesas,

la esperanza se desangra,

y Carmena es alcaldesa.

(Centuria IV, profecía para el tercer milenio).

Aupada por el aspirante socialista, un Carmona derrotado y sin voz propia, la candidata de Ahora Madrid, lista auspiciada por Podemos, se convierte mañana en alcaldesa de la primera ciudad de España. Es el mayor exponente de la política de pactos que ha establecido Pedro Sánchez: pudiendo haber sondeado un acuerdo a tres bandas con Ciudadanos y el PP, el líder socialista decidió desde el primer minuto abrir paso a las candidaturas de grupos de izquierdas sin llegar a consumar gobiernos conjuntos. Fijado de partida ese criterio, no ha habido, en realidad, negociación alguna. Carmena siempre ha sabido que el PSOE le prestaría su apoyo independientemente de lo receptiva que ella fuera a los planteamientos socialistas. Ésta es la crítica que, como ayer expuso aquí Tomás Gómez, más se le hace desde un sector del socialismo madrileño a Sánchez. No tanto su noviazgo con Pablo Iglesias como el entreguismo negociador que ha impedido a los socialistas marcar territorio propio e influir en el nuevo gobierno. La rentabilidad política de gobernar la ciudad, entienden, la obtendrá el principal rival del PSOE, que es Podemos, mientras que en la comunidad de Madrid, en la región, seguirá el PP porque Gabilondo no obtuvo escaños suficientes para llevar él la iniciativa.

En Valencia ha estado más hábil Ximo Puig, barón socialista, empujando a Compromís a aflojar en sus pretensiones mediante la eficaz técnica de hacerle ver que no era el único novio posible. Era el PSOE el que podía elegir aliados en el Parlamento autonómico, no Compromís que sólo puede pactar con el propio PSOE y con Podemos. El coqueteo cierto, o impostado, con Ciudadanos y el PP le ha servido a Puig para que Compromís recule por el temor a quedarse, al final de todo, a dos velas. Pero una vez retomado el noviazgo, y firmado ya un acuerdo de gobierno, es el PSOE quien asume la responsabilidad de haber elegido ésta y no oltra pareja.

Veinticuatro horas para que Ada Colau debute como máxima autoridad de la ciudad que ha prometido convertir en modelo de la igualdad, el poder popular y la emancipación de las élites financieras, Barcelona. Veinticuatro para que Carmena sea alcaldesa de Madrid, convirtiendo a Esperanza Aguirre —la carismática Espe— en una concejal de oposición. En la capital de España hoy ha escampado el granizo. Debe de estar Carmena dándole gracias a los dioses porque el día de perros, y de sapos, que se vivió ayer se haya producido antes de que le toque a ella gestionar los servicios municipales de una ciudad enorme, exigente y diversa.

Queda en el aire la pregunta que sólo el tiempo habrá de responder: estos nuevos gobiernos municipales que echan a andar mañana en minoría, ¿aguantarán los cuatro años? Los pactos que estos días se han firmado, ¿seguirán siendo sólidos una vez que hayan pasado las generales y sepamos cómo queda el puzzle político definitivo? La nueva temporada está a punto de empezar. Todo lo que hemos visto hasta ahora sólo eran trailers.