Monólogo de Alsina: "Hasta que llegó la corrupción"
Ya pasó. El debate a cuatro. Tampoco fue para tanto, presidente. Debutó Rajoy en un cuatri-debate y no parece que le fuera mal. Se lo dijo en La Sexta a Ferreras, en el coche que le llevaba de regreso a La Moncloa.
Carlos Alsina
Madrid | 14.06.2016 08:08
Le pareció menos duro este debate que un cara a cara. Y viendo las opiniones que hoy publica la prensa (la de papel y la digital) tiene motivos para sentirse satisfecho. La idea que más se repite es que Rajoy salió vivo y Sánchez, medio muerto.
Usted, si vio el debate, tendrá su propia opinión. Por si acaso le interesara, yo le traslado la mía: quien mejor toreó la primera parte fue Rajoy, el debutante. Que haya tres contendientes que coinciden en querer quitarte a ti para ponerse ellos te permite reivindicarte como lo que eres, el que más votos saca habiendo gobernado ya cuatro años. Y eso hizo Rajoy, convertir esta aparente desventaja que supone un tres contra uno en una ventaja táctica. Reinvidicándose él mismo, y reivindicando su gestión —nadie lo iba a hacer por él—. Y porque enfrente tenía a tres aspirantes que lo son a todos los efectos: nunca han gobernado, porque para todo hay una primera vez, y eso le permite a Rajoy cuestionar su aptitud y su competencia. Tratando a tres diferentes como si fueran una misma cosa: amateurs, aficionados, opciones de riesgo.
Hasta que tocó hablar de corrupción, Rajoy ganaba el debate.
Y de los tres que hicieron oposición a Rajoy, el que más provecho sacó a sus intervenciones fue Albert Rivera. Mucho más sólido y más hábil anoche que en el debate a cuatro de diciembre. Crecido en el cuerpo a cuerpo con Rajoy y crecido en el cuerpo a cuerpo con Iglesias.
El líder de Podemos no tuvo su mejor noche, pero sí tuvo la habilidad de poner todos los huevos en la misma cesta. A diferencia de los otros dos aspirantes, Iglesias no diversificó la críticas entre sus competidores: el foco lo tuvo todo el tiempo en Rajoy, desdeñó a Rivera y neutralizó, con su condescencencia, a un Pedro Sánchez que se ha quedado a vivir en el lamento por su investidura frustrada. Su antagonista era Rajoy. La táctica era nítida: quien quiera enterrar politcamente al PP, mejor que me vote a mi porque el PSOE ya se ha visto que no puede. “La oposición soy yo”, ése era el grito de guerra. O expresado de otra manera, los de izquierdas no debemos pelear entre nosotros, Pedro. Que tu adversario no soy yo, Pedro.
Fue Sánchez quien no encontró ni el tono ni el sitio. Martilleó con tanta reiteración que él no pudo ser presidente porque Igleisas no le djó, la PP-Podemos que acabó dando la impresión de que no tenía mucho más discurso que ése.
Hasta que tocó hablar de corrupción, Rajoy ganaba el debate.
Toreaba con aplomo y sin inmutarse. Sólo Vicente Vallés consiguió ponerle en algún apuro. Preguntándole por qué hemos de creerle ahora cuando dice que no hará recortes si también lo dijo hace cuatro años y luego los hizo. Pero devolvía la pelota con soltura. Se sabe los indicadores económicos, sabe contraponer los de hoy a los de hace cuatro años y se defiende bien al hablar de economía, de creación de empleo, de impuestos y de pensiones.
Hasta que llegó la corrupción. Su talón de aquiles. Ahí Rivera subió a la red y le estampó de nuevo los sms a Bárcenas, la Punica, la Gurtel, Valencia. Dijo que no acusaba a Rajoy de ser corrupto, pero que debería quitarse ya de enmedio. Y ahí Rajoy le llamó inquisidor y le pidió que explique si ha cobrado alguna vez en negro.
Con Rajoy las tuvo tiesas Rivera por la corrupción, con Iglesias las tuvo por Venezuela. El debate fue educado y, la mayor parte del tiempo, manso. Pero se respiraba mal rollo: de Sánchez y Rajoy, de Iglesias y Sánchez, de Rajoy y RIvera.
Los objetivos estaban claros: Rajoy a recuperar los votantes que se le fueron en diciembre agitando el discurso de “ojo, que puede ganar Podemos, los rojos radicales al asalto no de los cielos sino de la Moncloa”. Sánchez a despertar a sus votantes desmotivados más por lealtad a las siglas históricas que por entusiasmo por él mismo —salvemos al PSOE ya que no lo salva Sánchez—. Pablo Iglesias a coronar su operación zen: fui rojo y revolucionario, pero no encontrarás una izquierda más moderada que la que yo, yo, yo, encarno. Y Albert Rivera refutando la idea de que en los debates no termina de cuajar, que es el escudero a ratos de Sánchez a ratos del PP. El que está en medio tiene más dificultades para asomar la cabeza en escenarios muy polarizados y Rivera anoche lo consiguió. Indultando, por cierto, a Pedro Sánchez en una alianza tácita entre los dos ex socios porque donde algo hubo algo queda.
Veremos qué efecto tiene el debate en la intención de voto. Hay espectadores que son más racionales (o analíticos) y los hay que son más emocionales (más de piel). Y, como hace años aprendió Manuel Pizarro: en los debates no gana quien se ciñe más a la realidad o emplea datos más rigurosos. Gana el que se gana al espectador para su causa.
Por cierto, y aunque no sea lo esencial, una conclusión más: el próximo debate a cuatro que lo organice Atresmedia. Técnicamente, televisivamente, el de diciembre estuvo mucho mejor resuelto que éste de anoche. La Academia de la Televisión es una asociación encomiable, pero tiene un problema: sólo hace televisión cada cuatro años. Y se nota.