Es decir, que aunque ya sepamos cómo será el Congreso de los Diputados nuevo, la competición aún no ha terminado. Y eso, como comentamos ya en la noche del domingo, eso lo distorsiona todo. Porque la ceremonia del cortejo, que es la propia de los días siguientes a las elecciones, se ve desplazada por la ceremonia del camuflaje. Nadie quiere —ni puede— enseñar todas sus cartas porque nadie sabe qué cartas, en realidad, van a ser ésas. Sólo tenemos a la vista aún una parte pequeña de la baraja.
¿Qué sabemos? Cuántos diputados tieneSánchez, cuántos tienen los demás y cuántos escaños cuesta una investidura en primera o en segunda vuelta. ¿Y qué no sabemos? Todo lo demás. No sabemos cuántos diputados autonómicos tendrá el PSOE en Madrid, o en Castilla y León, o en Aragón. Y cuántos tendrá Podemos, o Ciudadanos, o el PP. No sabemos cuántos concejales sacará Pepu Hernándezen Madrid, o quién tendrá la llave de que siga o no siga Carmena. O de que siga o no sigaAda Colauen Barcelona. Cuántos concejales sacará Esquerra Republicana, cuántos el PSC.
Hay barajas enteras de cartas que todavía no conocemos. Y a la mesa de negociación se quieren sentar los líderes políticos sabiendo con qué cartas cuentan. En el bombo de la negociación que se avecina va a estar todo a la vez: gobiernos autonómicos, gobiernos municipales y gobierno de España. Y por eso todo lo que se diga ahora debe interpretarse no como anticipo de lo que acabará sucediendo en el Congreso sino como prórroga de la competición por el voto. Eso incluye el empeño de Pablo Iglesias en presentarse como imprescindible para un gobierno de izquierdas, eso incluye a José Luis Ábalosdiciendo nada…
…y eso incluye la trompetería con que Ciudadanos sigue entonando su estribillo del no es no (a Sánchez) como si aún no se hubieran contado los votos. Porque eso es justo lo que sucede, que aún no se han contado. Ni siquiera se han emitido los votos de mayo.
Aquí el más interesado en formalizar cuanto antes el noviazgo con Sánchez es su compadre Iglesias. Podemos se ha dejado otro millón de votos en estas elecciones y la única manera de convertir el fiasco en un éxito (abracadabra) es sacarle dos o tres ministerios a Sánchez. Pero incluso Iglesias éste dice que la cosa va a ser larga. Claro que Pablo lo dice dando por hecho que él ya está manos a la obra diseñando el gobierno nuevo.
Ay, la discreción. Qué pronto enterró Podemos la doctrina de la transparencia total, cuando este mismo Iglesias predicaba contra los reservados de los restaurantes y todo aquello. Ahora es él quien se va a comprar una gafas oscuras, una nariz postiza, una gabardina de cuello vuelto, para poder ir de incógnito a la Moncloa a hacer gobiernos. Después de todo, ya estuvo visitando a escondidas el palacete durante la baja de paternidad más cacareada que ha vivido nunca España, que fue la suya. De manera que vaya usted a saber si hay, o no, una negociación ya en marcha. O si será verdad, como dice Arrimadas, que el gobierno de coalición ya está amarrado.
Como estamos en un mes de entretiempo —entre las elecciones generales y las elecciones municipales y europeas— los partidos tienen poca prisa en cambiar el paso y mucho empeño en mantener viva la campaña electoral, es decir, martilleando con lo de antes y sobreactuando.
En vísperas del primero de mayo, los sindicatos de clase meten presión (la poca que van teniendo) para que Sánchez anuncie ya el casamiento con Iglesias y le invite de nuevo a la Moncloa a hacerse fotos y firmar papeles. En vísperas del primero de mayo, la patronal CEOE mete presión no a Sánchez sino a Ciudadanos para que se abra a un posible acuerdo de centro izquierda, es decir, que sea Rivera quien se ofrezca a Sánchez para pararle los pies a Iglesias. Aquí el presidente de la principal patronal del país, de nombre Garamendi.
La patronal por la resurrección del pacto aquel de 2016 Sánchez-Rivera, los sindicatos por la consumación del matrimonio Sánchez-Iglesias.
Y en Vox, asumiendo que lo suyo dio para lo que dio. DigiriendoAbascal que su España viva estaba lejos de ser la mayoría de España y que el discurso encendido de los valientes, los desacomplejados, la reconquista, don Pelayo, las feminazis y el resto del repertorio de Abascal en sus mítines sólo da para 24 escaños y para cero influencia, ahora mismo, a la hora de decidir el gobierno de España. Covadonga se quedó en Sarandonga.
Encajando la decepción de saberse un político más, y no el salvador de la patria, Santiago Abascal encontró rápido, ayer, la explicación de que se haya quedado corto.
Los malvados medios de comunicación son aún más malvados y eficaces en la maldad de lo que él pensaba. Las redes no le bastaron para ganarle a la prensa la batalla. Su gurú, el joven Mariscal, se le quedó en brigada.