La guerra contra el narco en el campo de Gibraltar
El ministro del Interior anunció hace un par de semanas que el Estado le había declarado la guerra a los narcotraficantes que intentaban convertir el Campo de Gibraltar en un territorio sin ley. Desde entonces, las operaciones policiales se suceden, cada día se intervienen cientos de kilos de droga y el acoso a los narcos no cesa. Hoy, en Territorio Negro, contamos qué ha pasado, que está pasando y qué pasará en el Campo de Gibraltar.
Comencemos por contar de qué o de dónde hablamos cuando hablamos de ese narcoterritorio. Situemos y contextualicemos la zona.
El campo de Gibraltar está compuesto por siete municipios de la provincia de Cádiz: Tarifa, Jimena de la Frontera, Castellar de la Frontera, San Roque, Los Barrios, La Línea de la Concepción y Algeciras. Las dos últimas localidades (63.000 y 120.000 habitantes) son las más pobladas y también en las que el narcotráfico tiene una mayor presencia. Hablamos de la zona más próxima al peñón y, sobre todo, de las costas que forman la Bahía de Algeciras, el lugar por el que transitan a diario las narcolanchas que transportan el hachís desde las playas de Marruecos.
¿Qué ha pasado en los últimos tiempos para que el ministro del Interior haya decidido hacer toda una declaración de guerra?
Lo primero que hay que dejar claro es que el problema del contrabando y del narcotráfico en esa zona no es, ni mucho menos, nuevo. En el campo de Gibraltar se lleva conviviendo con esto desde hace 40 años, primero con el tabaco, luego con el hachís y últimamente con la cocaína, de la que hablaremos después. Lo que ha pasado en los últimos tiempos es que los narcos se han venido arriba, hacen cosas que no hacían hasta ahora: se enfrentan a las fuerzas de seguridad del estado, apedrean patrullas, tratan de impedir incautaciones, agreden a agentes a los que reconocen cuando están fuera de servicio y hasta son capaces de sacar del hospital a Samuel Crespo, un narco que estaba custodiado allí tras sufrir un accidente y ser detenido.
La primera señal de alarma se encendió hace algo más de un año, en abril de 2017, cuando en la playa del Tonelero, siete agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil fueron atacados por más de cien personas cuando pretendían capturar un alijo. De los insultos pasaron a las agresiones con piedras y ladrillos. Tres agentes resultaron heridos leves, dos coches patrulla con las lunas rotas, dos detenidos y la droga perdida.
Los narcotraficantes mandaban señales de poderío y de fuerza, algo que ningún estado se puede permitir. Ni siquiera en los tiempos de opulencia para los narcos gallegos se vivieron episodios similares. Así que el ministerio del Interior decidió acabar con la impunidad o al menos con la sensación de impunidad que estaban dando los traficantes. Pero África está ahora tan cerca de estas costas como lo estaba hace veinte o treinta años.
Es solo una de las razones del auge del narcotráfico allí. Marruecos es el principal productor de cannabis del planeta. Se calcula que entre el 65 y el 70 por ciento del hachís que se consume en el mundo se produce allí. El dinero que proporciona esta droga supone el 10 por ciento del Producto Interior Bruto de Marruecos y para 800.000 marroquíes es su modo de vida. El campo de Gibraltar está a tan solo 14 kilómetros de las costas marroquíes y por ello España ha sido siempre la principal vía de entrada de esta droga en Europa. Se calcula que por esas costas llega el 70 por ciento del hachís que se consume en todo el continente.
En el campo de Gibraltar se produce lo que el comisario de Algeciras, Luis Esteban, califica como la tormenta perfecta: esa proximidad con Marruecos y unos índices de desempleo altísimos, muy por encima de la media de España, y que en el caso de las tasa de empleo juvenil llega al 70 por ciento. Los narcos dan una salida fácil y rápida a jóvenes que ven su futuro muy negro.
El movimiento vecinal ha sido muy activo en su lucha contra la droga desde hace décadas e incluso han puesto en riesgo su propia seguridad. Muchos líderes vecinales aseguran que se miraron en el espejo de Carmen Avendaño y sus Madres contra la Droga de Galicia para emprender una cruzada parecida a la de ella, pero también confiesan que se han sentido muy solos, al menos hasta ahora. Lo cierto es que en la última década, el problema del narcotráfico se había asimilado, se había normalizado, entre otras cosas porque los cálculos hablan de que entre 3.000 y 6.000 personas viven de alguno de los ‘empleos’ (entre comillas) que dan los clanes de narcotraficantes.
Hay, como en otros casos, empleos directos e indirectos. Por ejemplo, entre los indirectos están los busquimanos: son chicos jóvenes que acuden temprano a las playas donde se desembarca la droga en busca de algún fardo que se haya perdido o que se haya quedado a tiro tras una huida precipitada. Los chavales se lo llevan y le dan salida por su cuenta. Son el escalafón más bajo. Seguimos de abajo a arriba: los puntos son los vigilantes, los jóvenes que las noches de desembarco se encargan de dar el agua, de avisar de la presencia policial. Ganan entre 500 y 600 euros por noche.
En los últimos tiempos se han detectado puntos más sofisticados: operadores de radar que desde la playa manejan estos aparatos en busca de helicópteros o lanchas de Policía, Guardia Civil o Vigilancia Aduanera. De esta forma, los narcos tienen cubierta la presencia policial en tierra, mar y aire. Los alijadores, los que efectúan el desembarco del hachís desde las lanchas a los todoterreno ganan entre 1.000 y 1.500 euros por noche.
Los empleos más cualificados y, por tanto, los mejores pagados, son los que tienen que ver con el transporte, los de los pilotos y conductores. Un buen piloto de narcolancha puede ganar 30.000 euros en dos horas, lo que se tarda en ir y volver desde las costas marroquíes. Las lanchas son capaces de llevar a bordo entre dos y tres toneladas de hachís. El copiloto de la lancha gana algo menos de la mitad, más o menos lo mismo que ganan los conductores de los todoterreno que llevan la droga a las guarderías, a las caletas, a los escondites donde duerme hasta que el comprador la recoja.
No son las mafias del Campo de Gibraltar las destinatarias finales de esta droga, no son ellos los que la venden… Los clanes de esta zona no son los destinatarios finales de la mercancía, ellos solo ponen la logística, la ponen en tierra y se la entregan a los compradores, que suelen ser grupos criminales procedentes de Reino Unido, Francia, Italia, Holanda y, en contadas ocasiones, de otras partes de España. Los clanes del Campo de Gibraltar están especializados únicamente en el transporte del hachís, no en su distribución, a diferencia de los grandes clanes gallegos, que hacían el trabajo completo.
¿Qué particularidades tienen estos clanes, son muy distintos a otras organizaciones criminales?
Se trata de grupos locales, de clanes formados por gente que ha nacido o ha crecido en la zona y cuya base es la familia. No tienen la habitual estructura en forma piramidal del crimen organizado, sino que son horizontales. Su estructura es muy simple, pero muy eficaz y funcional. Y hay una curiosa particularidad: comparten servicios. Un punto, un alijador o un caletero puede trabajar para distintos clanes sin ningún problema. Lo que no se suele compartir son los pilotos de coches y de lanchas, que solo trabajan para una organización.
Las Fuerzas de Seguridad calculan que hay unas 30 organizaciones dedicadas al tráfico de drogas en la zona. Las organizaciones más activas en la actualidad son Los Pantoja, Los Chachos, Los Peludos, la de Samuel Crespo –el hombre al que rescataron de un hospital cuando estaba detenido- y, por encima de todos, Los Castaña, un grupo liderado por los hermanos Isco y Antonio Tejón, ambos en busca y captura.
Se calcula que estos dos hermanos manejan el 60 por ciento del tráfico de drogas en la zona y mantienen una poderosa red clientelar que les hace sentirse casi impunes, hasta el punto de que no han abandonado La Línea, su ciudad, porque allí se sienten más seguros que en ninguna otra parte. Se trasladan por la ciudad a bordo de motocicletas, con sus rostros tapados por cascos y protegidos por sus hombres.
Solo había una organización, la más profesional de las que actuaba allí, que estaba por encima de ellos. La lideraba y la lidera aún por Abdellah El Haj, el Messi del hachís. Abdellah, un marroquí que llegó a España con 12 años, mantiene un perfil bajo desde que el pasado mes de diciembre pactó su entrega –estaba en busca y captura- a cambio de 80.000 euros, una cifra que escoció por lo baja. Y es normal: una noche en la que su clan meta en la costa dos toneladas de hachís. Messi gana 600.000 euros…
Es muy frecuente que de las grandes organizaciones surjan otras: los Castaña, por ejemplo, trabajaban para Messi y Crespo trabajaba para los Castaña. Y esta es una de las razones de los recientes enfrentamientos con las fuerzas de seguridad: los pequeños grupos no tienen los códigos de las organizaciones y tratan de establecer su poder por la fuerza, son mucho más anárquicos y además tienen miedo de ser víctimas de un vuelco, un robo de mercancía, algo frecuente cuando se trata de clanes más débiles que los grandes. Nadie se atrevería a hacerle un vuelco a Messi o a los Castaña, pero sí a un clan más pequeño.
¿No hay guerras, rivalidades entre esas organizaciones? Cuando haces esa pregunta a alguien que trabaja en la zona siempre responde que hay negocio para todos, que la demanda es tan grande que no hay rivalidades. Los clanes conviven bien y las tensiones puntuales se resuelven de manera amistosa y con dinero. En los últimos tiempos, se están empezando a cobrar tasas por zonas de desembarco, es decir, se alquilan las playas para alijar. Ni siquiera la muerte accidental de un niño de nueve años, miembro de una familia relacionada con los narcos, a manos del piloto de una lancha de apoyo a las narcolanchas, ha disparado la tensión. Las familias hablaron y sellaron la paz porque la guerra no le interesa a nadie. Los viejos clanes ya se sienten con suficientes focos encima como para poner en marcha una guerra.
Y ante todo este panorama, el Ministerio del Interior tienen un plan a medio plazo, porque calculan que se tardará dos años en debilitar a las organizaciones que actúan allí. Se trata de atacar en todos los frentes posibles, de hacer, como está pasando estos días, que los narcos sientan el aliento del Estado en sus nucas con controles, identificaciones y también operaciones contra el corazón de los clanes. Pero no solo eso, se quiere concienciar a los más jóvenes de que el narcotráfico no es un buen camino y se combatirán todos los negocios ilegales que hay alrededor del tráfico de drogas.
El primer objetivo son las narcolanchas, embarcaciones que solo sirven para transportar hachís. Provistas de tres motores que las hacen inalcanzables, se esconden en guarderías y ahí se tratará de golpear, tal y como se hizo en Galicia. También se perseguirá a los encargados de dar cobertura a estas embarcaciones. Sin ir muy lejos, hace cinco días se detuvo a unos tipos que llevaban más de 3.000 litros de combustible que iba a acabar en los motores de narcolanchas.
El robo de motos y de todoterrenos de alta gama –los Toyota Land Cruiser son los preferidos- es otro de los frentes abiertos. Los narcos necesitan estos coches para transportar la droga y lo hacen con coches robados lejos de allí –muchos de ellos en Madrid-, que dejan dormir unos días y a los que después arrancan los asientos traseros para que quepa más droga y tiñen las lunas para que no se vea lo que transportan.
¿Y están siendo eficaces los primeros pasos de este plan? Sin duda: en los primeros cuatro meses del año se incautó más de la mitad del hachís incautado en 2017. Los narcos se sienten hostigados y hasta las tiendas de La Línea que venden objetos de lujo a los traficantes se quejan en voz baja de la presión. Ya no se venden sellos de oro con el rostro de Camarón de la Isla o riñoneras Louis Vuitton.
Pero el problema de Algeciras no es solo el hachís, y la muestra fueron los 9.000 kilos de coca intervenidos hace una semana que habían llegado en un contenedor al puerto de Algeciras. Ese punto, el puerto, se ha convertido en la vía preferida de entrada de cocaína sudamericana a Europa y es lógico porque por allí pasan al año más de tres millones de contenedores y es fácil meter droga en ellos. Sito Miñanco lo tenía de base de operaciones hasta que fue arrestado y además, como en el caso del hachís, las mafias de la droga han logrado corromper a empleados portuarios y a agentes que miran para otro lado en el mejor de los casos o colaboran en la descarga en el peor.