TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: El monstruo de Moraña estrena la prisión permanente

Hace dos años, el Partido Popular logró aprobar en solitario una reforma del Código Penal que introducía la prisión permanente revisable, lo más cercano que ha habido en España a la cadena perpetua desde que en 1928 se aboliera en nuestro país. La prisión permanente revisable está reservada a unos pocos delitos de especial gravedad. Han pasado algo más de dos años para que llegue el primer condenado a prisión permanente. De él, de David Oubel, el monstruo de Moraña, y de su terrible crimen nos hablan en su Territorio Negro Luis Rendueles y Manu Marlasca.

Luis Rendueles y Manu Marlasca

Madrid | 10.07.2017 18:13

Antes de empezar a hablar de este monstruo, qué implica esa prisión permanente revisable. ¿Es a todos los efectos una cadena perpetua? ¿Saldrá alguna vez de prisión el monstruo del que hablaremos ahora?

Lo primero que hay que aclarar es que la ley, que aprobó en solitario el Partido Popular, está recurrida ante el Tribunal Constitucional, así que nos podemos encontrar con este y otros condenados a una pena que el tribunal tumbe en unos años. Si eso no sucede, David Oubel pasará un mínimo de 25 años entre rejas. Pasado ese tiempo, el tribunal que le ha sentenciado revisará cada dos años si puede o no puede salir en libertad. En otros países que contemplan también la cadena perpetua existen estas revisiones: Charles Manson –el asesino de Sharon Tate– o Marrk Chapman, el hombre que mató a John Lennon llevan 48 y 36 años en prisión, respectivamente, y periódicamente pueden pedir su libertad, que se les ha negado siempre.

David Oubel tiene 42 años y a principios de este siglo regresó a Galicia con su hermana, Silvia, y sus padres desde el País Vasco, hasta donde los padres habían emigrado. Al llegar a Caldas de Rei, en Pontevedra, David montó una gestoría con su hermana que poco después creció y se convirtió en una agencia inmobiliaria llamada Gaubica En el año 2005 conoció a la tercera víctima de esta historia, Rocío Vieites, una mujer con la que se casó, pese a la oposición de la familia de ella, a la que nunca convenció Oubel.

Y de ese matrimonio nacieron dos hijas, las dos víctimas de este monstruo. Candela nació en el 2006 y Amaia en el 2011. Toda la familia residía en una casa antigua de Moraña, una mansión que Oubel restauró para convertirla en una exclusiva vivienda de 400 metros con un jardín de 600. La relación de la pareja se torció tras el nacimiento de la segunda niña. Varios familiares de Rocío han hablado del carácter fuerte e intolerante de David e incluso han narrado un episodio en el que él le habría apretado el cuello con las manos mientras la amenazaba. En 2013, Rocío se fue a vivir a un piso con sus hijas cuando él le confesó que mantenía une relación homosexual con un dentista de Cuntis, una localidad cercana a Moraña. En 2014 se divorciaron y la madre se quedó con la custodia de las niñas.

Tras la separación, Rocío intentó empezar de nuevo, recompuso las relaciones con sus padres y trató de alejarse de David. Rechazó una oferta para irse a trabajar a Londres porque él no le autorizó a llevarse a las niñas, así que trabajaba desde casa como traductora de la Seguridad Social. Él se volcó en una nueva afición, el mundo de las exposiciones caninas, en el que triunfó con un bulldog inglés llamado Horatio, al que llegó a hacer campeón de belleza. Se le solía ver por los rings como comisario y soñaba con convertirse en juez, algo que no logró.

Además, montaba unas fiestas enormes en su casa de Moraña, lo que provocó quejas de los vecinos, que le llamaron la atención por el volumen de la música. En varias ocasiones, la Guardia Civil acudió a la casa para poner fin a la fiesta y una vez, un vecino muy cabreado optó por arrancarle los fusibles como medida drástica. En 2014, su doctora de cabecera le denunció porque la agredió cuando se negó a darle una baja, aunque nunca fue condenado porque la médico no se presentó en el juicio de faltas.

Todos los testimonios hablan de una buena relación, especialmente con su hija mayor, una cría aficionada al patinaje, la pintura y, sobre todo, a las matemáticas. Oubel veía con regularidad a sus hijas y así estaban las cosas en el verano de 2015, la fecha de los crímenes. Amaia y Candela llevaban con su padre desde mediados de julio para pasar con él parte de las vacaciones, que además coincidieron con las fiestas patronales. La noche del 30 de julio, varios testigos recuerdan al padre en la plaza del pueblo, bailando con sus hijas.

Y así llegamos a esa mañana del 31 de julio de 2015. El relato de lo ocurrido esa mañana, en esa casa de Moraña, es terrible pero necesario para comprender a qué clase de sujeto ha condenado la justicia.

Vamos a ceñirnos al escrito del fiscal del caso, Alejandro Pazos, que tuvo que interrumpir varias veces su relato en el juicio porque, sencillamente, no podía seguir. Esa mañana, entre las 8.30 y las 11 de la mañana, David Oubel hizo beber a sus hijas agua de una botella en la que había introducido un cóctel de fármacos (nordiazepam, oxacepam y tizanidina) para adormecerlas o al menos lograr que estuviesen con un nivel bajo de conciencia.

Acto seguido se aproximó con una sierra eléctrica radial a su hija menor, Amaia, que estaba dormida. Con la sierra, le produjo, según el escrito del fiscal, “varios cortes muy profundos a la altura del cuello y unos instantes después finalizó la incisión en el cuello con un arma blanca monocortante (un cuchillo de cocina), con lo cual le ocasionó el degüello y la muerte inmediata.”

Así asesinó este monstruo, David Oubel, a su hija menor, Amaia, una niña de cuatro años. En la casa también estaba Candela, una niña de nueve años.

Volvemos a reproducir textualmente lo que dice el fiscal: “el homicida se dirigió con la sierra eléctrica y el cuchillo de cocina a la habitación dónde se encontraba su otra hija, a quién ató previamente con una cinta americana puesto que presentaba un elevado nivel de consciencia ya que no le habían hecho casi efecto lo fármacos ingeridos. Una vez atada le produjo varios cortes muy profundos con la sierra eléctrica, la cual mantuvo encendida, a la altura del cuello”.

Oubel forcejeó con la niña, que por un instante logró liberarse de la cinta americana con una de sus manos e intentó darse la vuelta y huir. Pero en ese momento el padre “finalizó la incisión en el cuello con la sierra eléctrica en marcha y el cuchillo de cocina”. Los forenses contaron en el juicio que Candela tenía hasta diez cortes distintos y que su padre la remató con el cuchillo porque la sierra se enganchó en la camiseta de la cría.

Se fue al cuarto de baño, se hizo unos cortes superficiales en las muñecas, se sirvió una ginebra, se metió en la bañera y esperó la llegada de alguien a la casa, porque tenía todo previsto…

Si el asesinato de las dos niñas es horrendo, los actos preparatorios quizás sean aún peores. David Oubel no actuó, ni mucho menos, en un rapto de locura. En primer lugar, hay que decir que el día del crimen era el último que Amaia y Candela iban a pasar con su padre, que tenía que entregar a las niñas a su madre a la mañana siguiente. El día antes de los asesinatos, Oubel compró la sierra radial en Eladio Bricotiendas por 60 euros. Bromeó con el dependiente, al que le insistió en que quería una herramienta de primera calidad y le preguntó si cortaba dedos y si se ofrecía a probarla.

Esa sierra fue el arma que empleó para matar a sus hijas. Pero ese no fue el único acto preparatorio… David Oubel envió dos cartas: a su prima Pilar y a su entonces pareja, un hombre llamado Jorge, al que preguntó su dirección exacta, con la excusa de que le iba a enviar una documentación relativa a sus perros. Oubel envió esas cartas por correo certificado, calculando que llegarían a sus destinatarios durante la mañana en la que él había decidido matar a sus hijas.

Esas cartas, quizás, sean el mejor retrato de este asesino. Jorge, el hombre con el que llevaba algo más de un año de relación, no recibió la carta antes de enterarse de la tragedia que había protagonizado su novio. La noche antes del crimen le dijo por teléfono que no pensaba ir a trabajar al día siguiente. En su carta a Jorge, David le enviaba su Iphone con cargador, le confirmaba la compra de un colchón y el cambio de titularidad de los perros y de los planes de pensiones, que le cedió. Las únicas palabras que tuvo para sus hijas con estas: “Al final, la presión me venció. Me llevo conmigo parte de lo que más quiero”, anunciando que se iba a suicidar, algo que no cumplió.

Quien sí recibió su carta a tiempo fue su prima Pilar… Es una mujer con la que Oubel tenía una muy buena relación, más allá de su parentesco. Pilar recibió la carta a eso de las 10.30 de la mañana. Al leerla, pensó que pasaba algo muy grave, llamó a su primo y éste le dijo que estaba en Oporto con las niñas. La mujer no se lo debió creer, porque se fue a la casa de Moraña con su marido y su hijo, aunque no pudieron entrar con el juego de llaves que tenían porque las puertas estaban selladas con pegamento. Fueron los agentes de la Guardia Civil los que lograron acceder a la vivienda y descubrir el horror…

Leemos textualmente partes de la carta: “Sé que no estoy en situación de poder pedir nada pero no quiero duelo, no quiero falsos hipócritas ese día. La muerte será el regalo que pondré al presente de mi vida”. Además, visto lo ocurrido en la casa de Moraña, Oubel se permitió hasta una broma macabra: “Puedes venir a mi casa que es la tuya y coger lo que quieras tv, aspiradora y el limpiacristales, je je je”. Junto a la misiva David le enviaba a si prima las llaves de su coche, como regalo para su hijo, y terminaba la carta con un mensaje terrible: “No te preguntes por qué no lo viste venir. Recuerda que soy muy buen actor. Un beso. Gracias”.

Todo eso pasó antes del crimen, pero ¿qué pasó después? ¿Cómo se comportó David Oubel?

En primer lugar fue trasladado a un hospital para atenderle de los cortes superficiales que se hizo en los brazos. Después, fue trasladado al cuartel de la Guardia Civil, donde la primera noche durmió de un tirón y a la mañana siguiente desayunó tranquilamente. Incluso se permitió bromear con los agentes, a los que llegó a decir: “A quién hay que matar para conseguir un cigarro”. Nunca desde su detención se le ha visto un ápice de ansiedad, de arrepentimiento… Ni en la cárcel de A Lama, donde estuvo en un primer momento, ni en Mansilla de las Mulas, donde ha pasado la mayor parte del tiempo que lleva encarcelado, siempre en la enfermería para protegerle del resto de internos.

Lo cierto es que nunca ha declarado. Ni ante la Guardia Civil ni ante el juez instructor. Fue en el juicio, celebrado hace unos días, cuando se le oyó por primera vez. El fiscal leyó su relato de hechos y le preguntó por ellos. Y Oubel dijo: “reconozco todos los hechos de los que me acusa el fiscal, todos los que ha mencionado. He hecho algo cuando estaba en una situación límite y de lo que me arrepiento y que ya no tengo manera de solucionar". Después, reconoció que no tenía ninguna enfermedad mental, echando por tierra la línea de defensa de su abogado, que acabó el juicio adhiriéndose a la petición del fiscal y pidiendo la prisión permanente para su cliente.

Nadie ha podido contestar a la pregunta de por qué mató a sus hijas. Lo único que podemos hacer es trasladarte a ti y a todos los oyentes lo que dijeron los psiquiatras de Oubel, al que definieron como un hombre “frío y sin empatía, no es un loco, es un psicópata con una percepción diferente de lo que ha pasado y con afán de notoriedad”. Y sobre el posible móvil no se ha podido encajar la hipótesis de un posible caso de violencia de género proyectado en las niñas para provocar el dolor de su madre. “Desde un punto de vista psicológico y humano es inexplicable, obra de un sádico, y no parece claro que hubiese intención de venganza hacía su expareja porque no había una conflictividad seria entre ambos progenitores”, dicen textualmente.