Berlín ha dado la impresión, hasta el momento, de manejar los hilos de esta crisis como si fuera inmune. Pero su economía se basa, sobre todo, en vendernos a los demás coches o lavadoras. Si los países periféricos no compramos ellos no crecen y si los datos empiezan a avalar este principio de perogrullo, puede que las políticas comiencen a cambiar.