Hoy, en efecto, es el último día de enero y si de la oposición venezolana dependiera, sería también el último día de Maduro al frente de ese país. El hijo político de Hugo Chávez tomó posesión hace hoy veinte días de una presidencia que ya no le corresponde. Fue elegido en unas elecciones que sólo para el chavismo y sus palmeros merecen tal nombre. Si dependiera de la oposición, o de Estados Unidos, o de Colombia, Brasil, Argentina, Chile, si dependiera de la Unión Europea, Maduro saldría por la puerta del Palacio de Miraflores hoy mismo. Pero no depende de ellos (o no sólo). Depende, sobre todo, de cómo asimile (digiera) el chavismo el movimiento que se está produciendo y hasta cuándo quiera prolongar la agonía de la decadencia. La degeneración a que ha llegado eso eso que Chávez llamó revolución y que ha terminado siendo, como su referente cubano, una máquina de coartar la libertad, la pluralidad y los derechos.
Maduro presume de que tiene detrás a Rusia en el intento de resucitar en su favor la dinámica de bloques de la guerra fría. Agita la carta de Putin y entona, por enésima vez, el estribillo éste de que Estados Unidos y Colombia están metiendo mercenarios en Venezuela para asaltar por la fuerza la presidencia y abrir camino a una invasión. En eso también es de la escuela propagandística de los hermanos Castro. Guaidó, por su parte, sigue sumando apoyos internacionales,nombra representantes diplomáticos en las naciones que le han reconocido, llama a la población a la constancia en las manifestaciones y pide ayuda económica para proveerla de bienes de primera necesidad. Es el factor económico, la precariedad, el desabastecimiento, los precios y la corrupción el que cree que puede decantar la posición de la mayoría del pueblo.
Hoy será el Parlamento Europeo (no la Unión como tal) quien reconozca como presidente de Venezuela a Guaidó y único interlocutor de esta institución. Lo hará con los votos de socialdemócratas, conservadores y el grupo de Ciudadanos. Y con el voto en contra de Izquierda Unida y Podemos.
El lunes nos preguntábamos aquí si Pedro Sánchezrepetiría en México, y teniendo a su lado al presidente izquierdista López Obrador, esto que dijo con tanta vehemencia el domingo en un mítin en Valencia.
En efecto, Sánchez no lo hizo. Ni media crítica a la izquierda que aún considera a Maduro uno de los suyos. Lo que pasó anoche es que el mexicano repitió su doctrina de no meterse en los asuntos de los demás (él sí dio por buena la toma de posesión de Maduro) y abogó por el diálogo y la conciliación. Que es justo lo que el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Almagro (bestia negra del chavismo) dijo ayer que es una estupidez.
¿Y qué dijo Sánchez, en el quinto día ya de los ocho que le dio a Maduro el sábado? Pues del ultimátum ni palabra. Esta vez, y con Obrador a su lado, en lugar de poner el acento en lo que debe hacer Maduro lo puso en eso que llama el grupo de contacto, países que hagan de mediadores (otra vez) entre el régimen y la oposición. De látigo del tirano Maduro a profeta del arbitraje.
La novedad de la rueda de prensa de anoche fue, en todo caso, esta otra: Sánchez ha inaugurado una práctica inédita. Hasta ahora habíamos visto a líderes de la oposición que viajan fuera de España y critican al gobierno. Lo hacen y se les censura porque queda feo. Ahora lo que hemos visto es al presidente del gobierno haciendo, fuera de España, oposición a la oposición.
En Podemos, ¿cómo va la operación control de daños? Echaron la tarde ayer los miembros del aparato, la cúpula morada, con Pablo Iglesiasal aparato, porque actuó desde casa para no saltarse la baja de paternidad (repartía su tiempo entre atender a sus niños y atender a los niños del partido). Se conjuraron todos para dejar de aparecer ante la opinión pública (y ante su parroquia votante) como un hatajo de cainitas autodestructivos que están todo el tiempo urdiendo maniobras de poder en lugar de ocuparse un poco de la gente, el pueblo, la ciudadanía (todo eso). La prioridad era dejar de dar espectáculo. Y lo siguiente, aparentar que no hay partido más acogedor, más generoso, más abierto y más dispuesto a agrandar la familia que el partido-familia que es Podemos. O sea, que parezca que con Íñigo seguimos enfadados, pero no tanto como para despreciarle del todo.
En realidad lo que salió de la reunión es lo que ya había sugerido la compañera Irene que saldría. Se llama "Íñigo no es Manuela, segunda parte". O si usted lo prefiere: "tratemos a Íñigo como si fuera Equo". ¿Está dispuesta la pareja galapagueña que dirige Podemos a negociar una lista con el hijo adoptivo de Carmena? Sobre el papel, por supuesto que sí. Pero veamos en qué términos. Errejón, para los generales de Podemos, ya no es parte de la familia. Insisten en decir que ha fundado un partido nuevo que, por otra parte, nadie conoce. Ellos, como son muy acogedores, crearán primero la lista de Podemos, ya veremos con qué candidato o candidata, y luego aceptarán negociar las alianzas con otras siglas. Oye, IU,Garzón, que si te apuntas en plan confluencia. Oye, Equo, que si te animas a tener ahí un par de puestos. Oye,Más Madrid, ¿cómo te llamabas tú, ah sí, eso, Errejón, que si te apetece unirte a Podemos e ir, por ejemplo, de número doce detrás del Jemad, que no hay manera de colocarle. A esto le llaman negociar la integración. Que es la manera de conseguir que Errejón sea él quien se marche de Podemos.
Con infinito desdén Iglesias llama a su antiguo oficial "la izquierda amable". Blandita, digamos. Pastelera. Hasta ahora teníamos aVox diciendo lo de la derechita cobarde, los moderaditos, y ahora tenemos a Iglesias diciendo esto de la izquierda amable. No es país para moderaciones y amabilidades.