Treinta años después de su fundación, el IAACC Pablo Serrano mantiene su vocación de espacio vivo, incómodo y resistente a las modas. Su director, Julio Ramón Sanz, recuerda los orígenes del museo: “Inicialmente, era la planta baja de un edificio industrial reconvertido. Con la fusión del Museo de Arte Contemporáneo y la Fundación Pablo Serrano en 1995, y la ampliación de 2007, el centro asumió el reto de convertirse en referente”.
El IAACC no solo preserva la obra de Serrano, sino que se proyecta como lugar de creación y encuentro. “Queremos que sea un museo abierto, donde los artistas tengan su casa, como quería Pablo Serrano”, afirma Sanz. Prueba de ello es la exposición de Sylvia Pennings, nacida de una convocatoria de residencia artística: “Ella trabajó aquí durante un año para construir este bosque textil que ahora nos rodea”.
La importancia en la cultura de Aragón
Tomasa Hernández subraya el papel del IAACC como motor cultural de Aragón: “Es la locomotora de nuestra cultura hoy en día. Queremos que esté a la altura del Reina Sofía”. Defiende además que el centro encarna la modernidad aragonesa y su apertura al mundo: “Desde lo local, ascendemos a lo general. Somos modernos, innovadores. Goya es un exponente claro”.
Ambos reivindican el papel del museo como espacio accesible y cotidiano: “Queremos un efecto de zapador, de calar poco a poco en la sociedad”, explicó Sanz. “Ya hay gente que dice ‘me paso por el museo’, porque se siente suyo”.
Además, destacan el valor de figuras como Juana Francés, “probablemente la segunda más importante del museo”, y recuerdan la generosidad de Pilar Citoler, que ha donado una parte importante de su colección.