Si una mañana me levanto con la noticia de que Errejón monta su propia lista en el área de Carmena y fuera del área de Podemos, me entraría la alarma: algo va muy mal en mi partido para que uno de sus fundadores ponga tierra por medio.
Si poco después escucho a Carmena en Alsina diciendo que no acepta una imposición como la del general Julio Rodríguez, me empezaría a sonar a final de una relación que había sido cordial y a quiebra de una alianza que conquistó una alcaldía.
Y si, como reacción, mi partido decide no presentarse a las elecciones de Madrid, entiendo que no es por dar facilidades a Carmena, sino por no perder ante ella. Un partido que no aspira a gobernar Madrid no es un partido que pueda aspirar a la gobernación de España.
Me temo que este ejercicio de imaginación no es muy distante de la realidad. El militante tiene que estar, de entrada, desorientado. A continuación, desencantado, con ese desencanto que empezó aquel día en que conoció la compra del chalé. Pero, como es un hombre o una mujer que creyó en el proyecto de Podemos, quizá espera una voz que le diga, como a Lázaro, "levántate y anda". Pero el redentor que lo puede decir está de permiso de paternidad.