Si Cataluña tuviese una política normal, el presidente podría ser Junqueras, pero los del PDeCAT sólo quieren a Puigdemont. Se juntan así las dificultades legales, los problemas de coherencia, los de ridículo y los enfrentamientos personales y de partido. Y añadan ustedes que Arrimadas tiene casi imposible reunir la mayoría suficiente para superar el esperpento, porque los indepes se llevarán a matar, pero se unen para que ningún otro los aparte del poder.
Es la tormenta perfecta para servir un buen caos de gobernación. Y de una tormenta así no se sale con un paraguas. A esta hora no se puede aventurar nada y se puede aventurar todo, porque en política todo es posible y en la política catalana todo es probable. Todo depende de lo que hagan los protagonistas, pero también el Tribunal Supremo, porque no es lo mismo un Junqueras preso que un Junqueras en libertad.
A mí lo que me sorprende es que el Estado no esté moviendo alguna pieza; que asista el esperpento sin hablar con nadie ni encauzar nada. Parece que asiste al espectáculo adoptando y adaptando el chascarrillo conformista: si sale con barba, San Antón. Y si no, la purísima Puigdemont.