Rubén Amón | @Ruben_Amon
Madrid | 23.03.2018 09:46
Lo demostró en la manifestación que organizó Sociedad Civil Catalana el 18 de marzo. Valls hablaba en perfecto catalán. Y asumía el megáfono como un antídoto al oscurantismo independentista. Aportaba a las tensiones locales la perspectiva del político cosmopolita. Fomentaba una mirada cartesiana, racional, contra las supersticiones del pueblo oprimido.
Corría el riesgo Valls de terminar en la marginalidad. Todo el poder que había reunido en cinco años -ministro de Interior, primer ministro, Edipo en el palacio de Hollande-se resentía de una insólita precariedad. De ahí el interés que reviste evocar una imagen realizada en Bolonia -2015- en la que aparecen retratados Matteo Renzi, Manuel Valls y Pedro Sánchez como el triunvirato mediterráneo de la nueva socialdemocracia.
Se ha convertido la foto en un documento carbonizado, pero el pasado catalán y español de Valls parece haber funcionado como el sortilegio de una resurrección, hasta el extremo de que el exprimer ministro galo ha encontrado en su primera patria un territorio fértil a su discurso antinacionalista y neosocialista, no se sabe si de la tercera vía, de la cuarta o de la vía muerta.
Y no reniega del patriotismo. Todo lo contrario. Por eso el PSOE lo observa con escepticismo. Y por la misma razón Valls parece haber encontrado mejor acomodo en la casa sin puertas del partido naranja.