Monólogo de Alsina: "Rivera abrió su corazón y confesó ante España entera que su único novio posible es Pablo"
Ya sólo tiene ojos para Casado. Albert Rivera abrió ayer su corazón y confesó ante España entera que su único novio posible es Pablo. No el de la coleta sino el otro. El que no rapea. El de la chaqueta con corbata a juego. El que sonríe siempre. El que habla casi tanto y tan rápido como él. Pablo, el del PP. Oficializado el compromiso, pronúnciese la frase que remata la liturgia: "Lo que Sánchez ha unido en matrimonio, que no lo separe Sánchez".
Es Sánchez, antigua pareja de Rivera, quien ha precipitado el compromiso. O más que Sánchez, su escudero de palabra llana, José Luis Ábalos. Fue el fontanero jefe de Ferraz quien pronunció el domingo la frase que ha hecho que los acontecimientos naranjas se precipiten. Cuando le preguntaron en El Español si preferiría los votos de Ciudadanos a los del independentismo catalán para investir a Sánchez.
Ábalos mira por lo suyo, su estrategia, y a Ciudadanos le abrió una vía de agua. Otra. No está el partido de Rivera para más fugas, a juzgar por la tendencia menguante que le atribuyen, desde enero, las encuestas. La amable invitación del ministro en campaña para que los naranjas coronen a su jefe Sánchez pudo sonar a un cese de hostilidades, pelillos a la mar, volvamos a aquella primavera del 16 en que Rivera y Sánchez iban a modernizar el país con el permiso de aquel señor antiguo, ¿cómo se llamaba?, Rajoy, y del otro señor que iba de moderno pero quería moqueta y CNI, ¿cómo era el otro?, eso, Pablo Iglesias. Lo de Ábalos pudo sonar a reconciliación, incluso a rectificación. El PSOE le perdobana a Rivera la foto de Colón, dejaba de llamarle 'derecha-trifálica-socia-de-Voz-y-enemiga-del-progreso' para volver a verle como un centrista, una progresista, una fuerza del cambio. Ah, pero Ábalos está en lo suyo, que no es darle cancha a Ciudadanos sino quitársela. No son sus votos para después de abril los que busca. Son los votos del día 28, los del votante Ciudadanos de 2016 al que pueda escamarle el acuerdo carambola (o a tres bandas) en Andalucía. Sánchez mira los posos del café demoscópico y le sale que ir de centrista empático y filo-anaranjado le da votos a él y se los quita a Ciudadanos.
Pero en Ciudadanos, claro, los posos les dicen otra cosa. En Ciudadanos están convencidos de que la simple mención de un hipotético pacto de Rivera con Sánchez le provoca al partido una hemorragia. Porque no hay nada que movilice hoy más al votante de centro derecha —dicen— que evacuar a Sánchez de la Moncloa. Fuera el okupa, que devuelva el Falcon (esas cosas). Y no hay nada que trasvase más voto de Ciudadanos a los partidos que están a su derecha que la duda sobre la solidez de ese cordón sanitario. Ya abandonó Rivera aquella táctica (frustrada) de distinguir al Partido Socialista del Partido Sanchista. Si los barones volvían a matar a Sánchez entonces ya veríamos. Ya volvió a hablar del PSOE como uno solo y, por supuesto, todo él sanchista y blando con el independentismo.
Por eso después de que Ábalos sembrara la semilla de la duda quien salió fue Girauta, a decir: con nosotros no cuente, nunca, jamás, para nada. Y en vista de que el mensaje seguía sonando tibio, remató la actuación Rivera haciendo anoche lo que nunca hasta ahora quiso hacer en una campaña: casarse por adelantado con otro de los candidatos. Qué distinto de aquel Rivera del 16 que rehuía aclarar si actaría a su derecha o a su izquierda.
Ni con el PSOE ni con PP. Ni Sánchez ni Rajoy. Después de todo Ciudadanos había venido a desplazar a los partidos tradicionales, no a ser ni su escudero ni su marca blanca. A eso también había venido Podemos.
El problema de Rivera entonces, y ahora, es que descartaba investir a Sánchez (a quien ya había intentado investir) y descartaba investir a Rajoy (a quien acabaría invistiendo). De ahí que sus compromisos de campaña deban ser puestos, por pura experiencia reciente, en cuarentena.
Ciudadanos, en todo caso, cambia el paso y confirma no sólo que su único socio posible es el Partido Popular, sino que aspira a repetir la fórmula andaluza y sólo esa. Gobierno de coalición. No hay más opciones. O no quiere que el votante piense que las hay.
Pablo Casado respondió anoche a la propuesta de casamiento haciendo honor a su apellido: él estará encantado de casarse con Rivera (con quién si no) siempre que les salga la suma. Que para Casado incluye a Vox y para Rivera también pero sin decirlo (a la andaluza, que sean Casado y Teodoro quienes se sienten a negociar el contrato de asistencia con Abascaly el señor que siempre habla alto, ¿cómo se llama?, eso,Smith, Ortega Smith). Si todos dicen que vamos para trío, será que vamos para trío. Pero claro, dice Casado que si tan claro está que el PP y Ciudadanos están condenados a entenderse, y si Rivera no contempla otra pareja que no sea la suya, ya podían haberse casado antes y haber ido a las urnas con una sola lista, que eso a la hora del reparto mejora mucho la cosecha de escaños.
La emergencia de evacuar a Sánchez nunca llegó tan lejos como para renunciara uno de los dos novios a aspirar a la presidencia. Si van cada uno por su lado es porque uno (ya veremos cuál) tendrá más escaños que el otro y reclamará para sí la jefatura del hipotético gobierno. Que a día de hoy es tan hipotético como todo.
Hoy vuelve él, otra vez. No, Iglesias no, ése ya volvió y está sufriendo el implacable acoso de los grupos de comunicación: entrevistado el sábado en La Sexta, el lunes en Tele Cinco, elmartes en El Hormiguero. No es justa esta presión, esta persecución, esta ofensiva que sufre Podemos. Hoy quien vuelve es Aznar, a pedir el voto para el PP en Valencia.
Sánchez, presidente candidato, lo que presenta hoy es su programa electoral. No parece que vaya a hacerlo con una bandera de España tamaño descomunal, como aquella que encargó en el 2015 antes de Torra. El programa contiene, según ha adelantado el PSOE, 110 decretos ley, perdón, 110 medidas (ni una más ni una menos, señora) para convertir España en un país súper. Lo más de lo más en bienestar, progreso, justicia social, reinhumaciones de Franco y al independentismo-ni-agua. Lo que Mariano llamaría el sentido común y Sánchez, también. Porque se mira al espejo y se confiesa a sí mismo que nunca conoció a nadie más sensato.