EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: De Guindos es más de pronósticos que de apuestas

Les voy a decir una cosa.

Mañana es fiesta y eso pone de buen humor a casi todo el mundo, pero el estado de ánimo con el que los seguidores del Atleti amanecerán mañana depende de lo que pase en las tres próximas horas. Stamford Bridge, el estadio que debe su nombre a una batalla que se libró hace mil años.

ondacero.es

Madrid | 30.04.2014 20:41

Los ingleses de Harold frente a los vikingos de Harald. Harald el despiadado que se había aliado con Guillermo el bastardo. Las crónicas dan cuenta de aquel choque épico y de la frase que pronunció el inglés antes de la batalla: “el invasor noruego sólo conseguirá dos metros de suelo inglés, los dos metros donde cavaremos su tumba”. Mourinho es portugués, pero de buena gana haría suya tan demoledora sentencia. Esta noche la épica se escribe, como hace mil años, en Stamfrod Brigde. Y hoy no son los vikingos los que van a la conquista del puente, ¡esta noche son los indios!

Decididos a tomar posesión del león azul como el Madrid tomó posesión anoche de Munich, deseando que a Mourinho se le quede la misma cara que se le quedó anoche a Guardiola, cara de quedar eliminado. Caso de que esta noche se metan en la final, los colchoneros celebrarán mañana no el día del trabajo, sino el día del orgullo rojiblanco. Y el domingo, en lugar del día de la madre celebrarán el día de viva la madre que parió al Cholo.

Hay un aficionado en concreto que está deseando que eso pase para tener algo real y tangible que celebrar. Colchonero confeso y a mucha honra, Luis de Guindos Jurado, cincuenta y cuatro años, economista y empleado temporal del gobierno de España, sueña con salir a la calle a pegar botes, envuelto en la bufanda rojiblanca, sin que nadie le mire como si se hubiera vuelto loco. Y sin que nadie le pregunte si de verdad cree que hay motivos para andar celebrando. Se ha abonado con tanta entrega el gobierno a esto de celebrar como grandes logros no sólo los empates, sino incluso las derrotas, que uno sospecha cuando ve a un ministro festejando un (presunto) buen resultado.

Porra para esta noche no consta que haya hecho De Guindos. Él es más de pronósticos que de apuestas. Y la porra del día, en su caso, no iba de anticipar marcadores sino indicadores macroeconómicos. 1,2 cree que terminaremos el 2014. 1,8 para la temporada próxima. ¿Eso qué es, victoria del visitante? No hombre, es el PIB, la variación del PIB de un año a otro. La última vez que apostó -perdón, que estimó- calculó el ministro un 0,7 de crecimiento en este año. Pero las cosas en el primer trimestre han ido mejor de lo esperado -un poquitín mejor, seguimos moviéndonos en variaciones minúsculas- y eso le ha llevado a mejorar la previsión y calcular ahora más de un punto de crecimiento. Que visto en términos absolutos (un uno y pico por ciento) no es gran cosa, pero que visto en términos relativos -o sea, teniendo presente de dónde venimos y la mengua continuada de actividad económica que hemos sufrido- hasta parece un señor dato.

No pasa por ser el ministro colchonero de los más vendemotos del gobierno –hay otros compañeros suyos que llevan un año diciendo que ya vamos dejando atrás la crisis mientras el empleo sigue cayendo-, y hoy ha vuelto a insistir en dos elementos que conviene tener presentes: el primero, que esto son estimaciones, previsiones, que se pueden cumplir o no (en ningún lugar que el PIB vaya a crecer un 1,2 %, es un mero cálculo); el segundo, que en caso de que no se cumplan puede ser porque la realidad sea mejor de lo esperado o todo lo contrario, porque surja algún acontecimiento imprevisible (un cisne negro) que ponga patas arriba todos los pronósticos. Ya pasó con la quiebra de Grecia y puede pasar de nuevo si Escocia se declara independiente o si aún se pone peor lo de Ucrania, léase lo de Rusia.

Los imprevistos siempre suelen estropear las previsiones, nunca mejorarlas. El gobierno prevé un escenario y sobre eso trabaja, pero no es profeta. La parte más amable del nuevo cuadro macroeconómico de hoy es ésta del crecimiento del PIB, revisada a mejor. El resto, siendo las previsiones menos malas que las anteriores, sigue siendo bien poco entusiasmante. Principalmente, el paro. Habiéndose publicado ayer una EPA que ha deshinchado el perro que el propio gobierno había ido engordando, lo más sensible de cuanto se ha presentado hoy son las estimaciones sobre creación o destrucción de puestos de trabajo.

Y ahí hay poco que celebrar. La tasa de paro de paro en el conjunto de 2014 se calcula en el 24,9 %, es decir, que seguirá estando sin empleo la cuarta parte de la población activa cuando concluya el tercer año -tercer año ya- de gobierno de Rajoy. Un año después -si el horizonte se cumple- estaremos un poco menos mal, pero poco: 23 % de paro en 2015. Y sólo para 2017, largo lo fiamos, se situará la tasa en torno al 20 %. Veinte por ciento (uno de cada cinco trabajadores en disposición de trabajar sin encontrar empleo) para dentro de tres años: no parece una meta muy ambiciosa. Un veinte por ciento de paro es el doble de lo que hoy tiene Francia y cuatro veces lo que tiene Alemania.

Para que esa reducción de la tasa se produzca tiene que reducirse, claro, el número de parados, y a ser posible, reducirse porque esos parados encuentren un trabajo, no porque dejen de buscarlo. De Guindos calcula que entre 2014 y 2015 habrá seiscientos mil ocupados más y ochocientos mil parados menos. No ha prometido “crear” seiscientos mil empleos, en contra de lo que dicen hoy algunas crónicas, porque salvo que Montoro vaya a multiplicar de golpe la plantilla de empleados públicos -que viniendo años electorales, cualquiera sabe- los empleos no los crea el gobierno sino la iniciativa privada. Seiscientos mil ocupados más suena a cantidad muy respetable porque evoca los ochocientos mil puestos de trabajo que prometió Felipe en sus años mozos, ¿verdad?, pero teniendo presente que en España trabajamos hoy menos de diecisiete millones de personas con seis millones de parados y 47 millones de habitantes, igual tampoco son tantos.

Muchos menos de los que hace falta que se creen para que alcance nuestro país una relación mínimamente equilibrada entre población que trabaja (y cotiza) y población que, por razones diversas, no lo hace (menores, estudiantes, pensionistas, dependientes, parados). Ochocientos mil parados menos de aquí a dos años, veremos. Fue a primeros de 2011 cuando Rajoy, entonces látigo de Zapatero, hizo aquella declaración tan contundente que El Mundo llevó a portada: “Cuando yo gobierne, bajará el paro. Arreglaré la economía en dos años. Habrá crecimiento sólido y habrá empleo”. No fue un pronóstico. Ni una estimación. Ni una porra. Fue una promesa que nunca estuvo basada, en realidad, en ningún dato. Si acaso se basó en el “porque yo lo valgo”.