EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Comienza el reinado de Felipe VI

Les voy a decir una cosa.

Primer mandamiento que se autoimpone el nuevo rey, observar una conducta íntegra y transparente. Primera demanda social que dice percibir y de la que se hace portavoz, la regeneración ética de España.

ondacero.es

Madrid | 19.06.2014 20:15

Recién comenzado un reinado, es imposible saber cómo será éste. Hacia dónde vaya nuestro país no depende, como sabemos, del rey, o no sólo de él. Como don Feliperecordó en su discurso, la dirección de la política nacional corresponde al gobierno -poder ejecutivo-, hacer las leyes corresponde al Parlamento -poder legislativo- y aplicarlas para administrar justicia corresponde al poder judicial (los jueces, a los que, por cierto, tampoco elegimos en las urnas los ciudadanos -no es el rey el único cargo público que no sale de la voluntad popular-).

Hay una parte, por tanto, de cuanto mencionó esta mañana como anhelo o esperanza de un país mejor -la España renovada- que no está, en realidad, en sus manos; hay otra, sin embargo, que sí, que sí es de su exclusiva responsabilidad: y ésa es el gobierno de su casa, los actos, afirmaciones y comportamientos de esto que llamamos la familia real.

Con la abdicación de don Juan Carlosha cambiado de manos la jefatura del Estado y el mando supremo de los Ejércitos, pero antes incluso que eso ha cambiado la jefatura de la Casa y de la familia, porque ésta, pese a la insistencia del Hola en convencernos de que es una familia más, es una institución en sí misma ordenada conforme al principio de jerarquía. El nuevo rey, que no gobierna España, sí gobierna la Zarzuela, la Casa del Rey, y ahí todo lo que suceda sí es responsabilidad suya.

La autoridad moral es imprescindible, lo ha dicho él, para que la corona pueda ejercer las funciones que la Constitución le atribuye. Caso de perder esa autoridad moral -esto ya no lo ha dicho pero es la consecuencia lógica de sus palabras- el rey queda incapacitado para cumplir con su tarea.

Felipe inició hoy su reinado no con un cheque en blanco -porque eso no existe ni para aquellos a los que ponemos o quitamos cada cuatro años- pero sí con un índice de popularidad, y de afecto ciudadano, bastante alto. Superior al que venía arrastrando su padre estos últimos años y superior -o infinitamente superior- al de la mayoría de los cargos públicos, singularmente políticos. Qué idea tiene él de su tarea, qué entiende él por “servir a los españoles”, cómo mide, digamos, la utilidad de la corona es el punto de partida para saber qué podemos esperar. Y es también el único pasaje de su discurso que cabe interpretar como destinado, aunque fuera de manera implícita, a quienes hoy reclaman en España un régimen republicano.

No hubo alusión directa a los republicanos, como no la hubo a quienes reclaman que Cataluña se separe de España, pero presentándose el nuevo rey a sí mismo como alguien que pisa tierra y está al cabo de la calle, cabe pensar que ambos desafectos estaban en su cabeza cuando defendió la vigencia de la unidad de España y de la monarquía parlamentaria.

Por qué entiende don Felipe que la corona puede (“y debe”, dijo) seguir prestando servicio a España. Por su neutralidad política y su sintonía con la sociedad, de cuyas aspiraciones ha de ser intérprete.

He aquí, en boca del monarca, la defensa del sistema que él encarna -monarquía parlamentaria- frente al régimen republicano: un presidente de República pertenece a un partido, tiene filiación y tiene ideología. En opinión de don Felipe (huelga decir que él mismo es parte interesada) una jefatura del Estado no significada políticamente y con vocación de integrar las distintas posiciones sirve para cohesionar a los españoles. Él coloca ahí la piedra angular de su tarea: el arbitrio y la moderación de que habla la Constitución lo traduce en escuchar a quienes representan a los ciudadanos, los legisladores y gobernantes, escuchar, comprender, advertir y aconsejar. Hoy mismo les dio ya un consejo a los legisladores y cargos institucionales que petaron el Congreso para asistir a la proclamación. Lo hizo en este pasaje de su discurso que, una lástima, no se arrancaron a aplaudir los presentes.

“Ciudadanos castigados por la crisis hasta verse heridas en su dignidad como personas”.

Y, naturalmente (porque desde hoy es el jefe del Estado), hizo el rey una defensa de la unidad de España, que con el puesto que desempeña, va de suyo. Ésta debió ser la parte del discurso que no gustó a Artur Mas e Iñigo Urkullu, y por eso no lo aplaudieron. Pese a que el rey nuevo evocara la diversidad de España, pese a que subrayara que “unidad” no equivale a “uniformidad”, pese a que hablara de los sentimientos y las distintas formas de sentirse español, Mas y Urkullu se abstuvieron de respaldar nada de lo que dijo el monarca, pese a que todas estas afirmaciones bien podrían hacerlas suyas los dos presidentes autonómicos.

No esperarían que abogara el jefe del Estado por la autodeterminación, es como pretender que Artur Mas haga campaña por el derecho a decidir del Valle de Arán o la secesión de Tortosa. Si Felipe, que no incluyó ni media broma en todo su discurso, hubiera querido dar un golpe de efecto, al hablar de los desafíos a que se enfrenta habría levantado la cabeza y mirando a Mas habría dicho: “Mi desafío eres tú”. “Y tú”, dirigiéndose a Urkullu.

Golpes de efecto no hubo, pero momentos inolvidables de la sesión parlamentaria de hoy, sí.

Artur Mas, por ejemplo,lamentando no haber escuchado hoy un “discurso nuevo”. Y lo dice él, que lleva dos años diciendo todos los días la misma cosa: consulta, consulta, consulta.

O el propio nerviosismo del rey entrante, al que se percibió más que inquieto, agobiado antes de pronunciar su discurso y yo diría que con la boca seca. Oye, por mucho que te prepares toda tu vida, el día que te hacen rey es tu primera vez.

El hemiciclo, como si fuera el metro en hora punta con diputados, señadores y asimilados compartiendo humanidad y contacto físico, como piojos en costura.

El aplomo de la reina nueva, Letizia, que parece que asista a una proclamación todos los días.

Las niñas, Leonor y Sofía, tan en su sitio, tan atentas, tan obedientes. ¿Te imaginas lo que habría sido Froilán de príncipe de Asturias?

Su madre, la infanta Elena, que siempre pone calor a estas transmisiones porque viene de casa emocionada.

O, por ejemplo, la poca conversación que tienen Aznar, Felipe y Zapatero entre ellos. No es que no se dirijan la palabra, es sólo que no se hablan (mucho).

O ese plano impagable en el que pudo verse al director de la oficina económica de la Moncloa, Álvaro Nadal, dándole la chapa de manera inmisericorde a un señor obispo...y viceversa.

O ese empeño de algunos comentaristas en convencernos a todos de que en las calles del recorrido hacia palacio no cabía un alma, cuando caber, desde luego habría cabido porque multitudes abrumadoras es verdad que no hubo.

La plaza de Oriente sí estaba más completita, con tanta gente fuera celebrando el saludo real desde el balcón como invitados dentro esperando a celebrar que los nuevos reyes les saludaran.

Hoy ha empezado a reinar Felipe. El hombre que, según ha dicho, cree obligado situar a España en el siglo XXI, que en su visión equivale al siglo de la educación, el conocimiento y la cultura. El hombre que ejerce de rey sabedor de que la confianza y el orgullo hay que ganárselos.