OPINIÓN

VÍDEO del monólogo de Carlos Alsina en Más de uno 15/10/2018

No, no es verdad que a Pablo Iglesias le hayan puesto un sillón al lado del presidente en la sala del Consejo de Ministros.

Y tampoco que vayan a recibir Pedro y Pablo en pareja a los ministros que asisten esta mañana al Consejo, innovando en el protocolo.

Tampoco parece que a Pedro Sánchez le vaya a afectar en su estado de ánimo que el viernes le abuchearan en la Castellana o que el personal hiciera guasa sobre el error de protocolo en la recepción de palacio. Ni es el primer presidente que patina en un acto oficial (sea culpa de Zarzuela o del empedrado) ni es, por supuesto, el primero al que el público abuchea. En realidad, abucheados en algún momento han sido todos. Unos en la Castellana, otros en la Autónoma y otros, como Rajoy, en Girona, en Burgos, en León, en Cádiz y en Alicante, que yo recuerde. En Pontevedra no es que le abuchearan, es que un tipo le soltó un puñetazo en la cabeza y hubo gente a la que le hizo gracia.

Lo raro en este país no es encontrar gente que se escandaliza cuando el abucheado es de los suyos y lo festeja cuando el abucheado es de los otros. Lo raro es encontrar gente con coherencia suficiente como para repudiar la falta de educación en cualquier circunstancia. Sea quien sea el abucheado.

Sánchez tiene mili suficiente para no venirse abajo porque algunos le piten en la calle y otros le acusen de querer hacer de rey en palacio. El examen que Sánchez habrá de pasar, y para eso lleva sembrando desde que llegó a la Moncloa, es el de las urnas. Más tarde o más temprano llegará la hora de que los votantes juzguen —ahora que ya se le conoce como gobernante— si merece más diputados que la última vez y, en ese caso, cuántos. Cuántos él y cuántos el resto. Si crece su respaldo popular por la izquierda, en detrimento de Podemos, crece por el centro, a costa de Ciudadanos, o decrece por un lado y por el otro.

De momento, el presidente sigue con su calendario. Ha consumado el casamiento con Podemos, primera meta volante, y tiene que pasar la segunda: el examen de Bruselas a su primer proyecto económico. Hay Consejo de Ministros esta mañana en la Moncloa.

Como el gobierno tiene más ministerios que futbolistas un equipo de fútbol nadie lo va a notar, pero en la reunión de esta mañana se ausentan Calvo, Borrell, Ábalos, Pedro Duque, un señor que se llama Planas (y que resulta que es ministro de Agricultura) y Magdalena Valerio. La ausencia de la ministra de Trabajo es la más interesante, porque una de las cosas que esta mañana se ventilan es cómo va el pulso que mantiene Valerio con la señora Calviño, no confundir con la señora Calvo, que es la que hace cada día alguna declaración que le pueda agradar a Oriol Junqueras.

Nadia Calviño es la ministra de Economía, que se prodiga lo menos que puede en los medios de comunicación (da una entrevista cada tres o cuatro siglos, de ruedas de prensa ni hablamos) y a la que corresponde defender ante la comisión europea este documento que hoy sale de la Moncloa con destino a Bruselas. El plan presupuestario. Dícese de los ingresos y gastos que prevé tener el gobierno de España para el 2019 junto a las novedades que introduce en pensiones, salarios, prestaciones, empleo público e impuestos. O como dice el texto oficial: medidas e impacto de las medidas.

Es decir, cómo pretende hacer encajar las nuevas políticas económicas —esto que con trompetería llamaron Pedro y Pablo el final de la austeridad— con el marco que sigue vigente en la Unión Europea: cada vez menos déficit público hasta que alcancemos alguna vez (ya nadie se lo cree) aquello que se llamó, también con gran trompetería, el déficit cero. ¿Se acuerdan? La regla de oro del pacto fiscal de la zona euro, año 2012, el camino para salir de la crisis con los Estados saneados y fortalecidos. Lo de no gastar más de lo que ingresa el Estado y mantener la deuda controlada.

Hoy conoceremos los números concretos que hace el gobierno. De ahí que lo llamemos borrador de Presupuestos o primer esbozo. ‘Borrador’ porque los números de verdad se negocian luego con los grupos parlamentarios y hasta última hora no se sabe cómo quedan (que se lo digan a Rajoy, que estuvo hasta última hora concediendo cosas a Urkullu para que, al final, le descabalgara del gobierno). Pero ya sirve este documento de hoy para ver cómo intenta persuadir el gobierno a la comisión europea de que, en contra de lo que sostienen aquí la mayoría de los analistas, es creíble que vaya a ingresar cinco mil millones de euros más para compensar los cinco mil más que quiere gastarse. Sin poner en peligro el déficit público, sin encarecer la deuda y sin endeudarse más. La deuda está siendo la gran olvidada de este debate previo a los presupuestos. Y si algo le reprochaban Sánchez e Iglesias al que gobernaba antes, acuérdese, es que hubiera disparado el endeudamiento del Estado. Al cien por cien del PIB. Vamos a ver cuánto se comprometen a recortarla ellos.

A Podemos le ha cedido Sánchez la campaña publicitaria de su pacto y a ello se ha entregado con pasión Pablo Iglesias. Que se ha vuelto tan pragmático y tan pactista que va a convertir a Errejón en un autócrata.

Iglesias presume de haber sido él quien ha obligado a Sánchez a hacer un programa de izquierdas. Aunque el programa que salió de la Moncloa la semana pasada sea más socialdemócrata que rupturista y revolucionario. El Podemos de 2018 considera un éxito poder presentarle a la comisión europea unas cuentas que garanticen no sólo la reducción del déficit, sino el superávit. Nada que ver con aquel Podemos de 2014 que repudiaba la autoridad de la comisión, rechazaba la doctrina del equilibrio presupuestario y reclamaba el regreso de la soberanía plena a los gobiernos nacionales. Cuando Pablo hablaba griego y la bestia negra era la troika, quién se acuerda.

Cuando el modelo era Syriza y cuando Tsipras no se había rendido aún a las directrices de Alemania.

Ahora que Iglesias, aunque no tenga sillón, es coautor del plan presupuestario del go-bierno Sánchez, habrá de exhibir todas sus dotes persuasivas para convencer a sus amigos de Esquerra y del PDeCAT para que les aprueben las cuentas a Pedro y a él. Con Puigdemont tiene línea directa, como ambos han contado, y con Junqueras tiene franqueado el paso para ir a verle a prisión cuando quiera.

El único mensaje posible es éste: mientras el precio sea la autodeterminación o la rendición de la fiscalía en el Supremo, no hay pago posible. Abaratadle el precio a Sánchez, proponed una concesión que él sí pueda pagar, y lo tenemos hecho.