Tú tienes la inmensa suerte de contar con tertuliamos superdotados que igual te calibran la subida del IPC, que un terremoto en Santorini… pero tanto abanico no abunda: no tengo ni papa de fútbol americano. No entiendo el juego, ni las reglas, yarda por aquí, por allá, y menos la parafernalia ritual de una cita que congrega a millones de americanos con sus combos de pollo y sus bebidas azucaradas.
Humean los rescoldos de la Super Bowl de Nueva Orleans en la que se impusieron los Eagles de Philadelphia. Como es tradición, en el descanso se lo pasaron pipa tras montar un universo andamiado en torno al rapero Lamar y sus 5 Grammys. Y todo esto ya lo exportan a Europa colonizando como quiere Trump, partidos en Inglaterra, en Francia y en otoño aquí, en el Bernabéu, aunque sea sin altavoces.
Lo anuncio: el deporte sin espectáculo ya no es viable. Si quedan románticos o descendientes del Barón de Cobertin, que lo asuman. Las teles quieren productos que enganchen y cuando la disciplina per se no chifla, pues se la dopa para que en el sofá te sea difícil juntar los labios: cámaras por aquí, actuación por allá, un plano del interior del vestuario para la arenga del míster, aunque haya señores en gayumbos.
Menos mal que hay una vertiente natural que no nace inyectada. La vemos en la actual versión de Carlos Alcaraz que ayer tuvo el honor de ganar su primer torneo indoor en pista rápida. Consiste en ser él mismo como herramienta de concentración, sabiendo que además con ello, contribuye a que el público se pirre por verlo. Un bailecito, un malabar con la raqueta, unos gestos al respetable… así se desestensa, trabaja su cabeza, y a la par, se hace consumible. Por eso, aún somnoliente, pienso… ¿y si lo de las pifias arbitrales fuese por esto? por el bien del espectáculo. Podría explicarse todo…