El mundo VIP es fascinante, pero hay muchas voces que quieren ponerle coto. Ayer acabó el Mutua de tenis en Madrid y siempre con el San Benito a cuestas de que está desproporcionado el porcentaje de palcos y de entradas de público general. Es debatible.
Se disputó también el GP de Fórmula Uno en Miami, y entre curva y curva, paneo televisivo por gente guapa, con una acreditación colgante y siempre gafa de cristal tintado con toque de diseño. Y en nada, veremos como la UEFA apadrina sus 3 finales en Múnich, Bilbao y Breslavia con ese criterio que aplica y que nunca falla: la mitad del aforo para mí, y la otra mitad, que se la repartan los finalistas como gusten.
El dinero, el negocio, las influencias y la dosis de pavoneo se pueden ver ya campando en cualquier competición y además, este ‘combo’ lo hemos interiorizado. Las aficiones de grada cada vez están más encogidas porque lo que se pretende con más descaro es fabricar hincha de sofá y no de butaca en estadio, y esto tiene una alta dosis de peligrosidad.
El abonado, el fiel que se rasca el bolsillo para tener una localidad y mostrar su sentimiento, es el mismo que paga 120 euros por una camiseta o que se encadena mensualmente a una plataforma, y si se le ningunea, si se le limita, si se le maltrata, es posible que termine acabando con todo lo que le apasiona.
El sábado me confesaba un socio del Real Madrid que ha estado en las oficinas de atención al ídem a presentar una queja: ‘no me cabe el culo en mi asiento después de las obras que han hecho’. Por lo visto la estrechez para ampliar aforo es palpable. Ya no digamos como se sienten los culés con el destierro de Montjuic o esos vallecanos abnegados que van a ver a su Rayito siempre tratando de ingerir poco líquido para no tener que usar los baños… O lo que sea eso con agujeros en el suelo. Profesión de riesgo la del fan… ¡Como la de perito de Renfe!