opinión

Monólogo de Alsina: "Póngale un moño a Puigdemont"

Carlos Alsina habla en su monólogo de Más de uno sobre el aumento de casos de coronavirus y sobre el endurecimiento de las medidas que han tomado los gobiernos autonómicos. Además, analiza las polémicas declaraciones de Pablo Iglesias en las que compara a Puigdemont con los exiliados del franquismo.

Carlos Alsina

Madrid | 19.01.2021 08:32

A finales de octubre, en plena controversia (otra) sobre cuándo debían los gobiernos autonómicos tomar medidas severas para atajar los contagios, el ministerio de Sanidad difundió aquello que se llamó el semáforo. Los distintos escenarios de riesgo en función de varios indicadores.

El escenario más grave, riesgo extremo, el de color más rojo, se alcanzaba –-se lo recuerdo-- si la incidencia acumulada superaba los 250 casos por cien mil, el porcentaje de positivos en los test era del 15 % y las camas de UCI ocupadas superaban el 25 %. Doscientos cincuenta casos, 15 % positividad, 25 % camas UCI. Hoy, 19 de enero, el escenario es éste: casi 700 casos por cien mil, 17,4 % de positivos, 33 % por ciento de camas UCI ocupadas. No es que estemos en riesgo extremo, estamos más allá del riesgo extremo. Con regiones como Exrtremadura que se acercan a los 1.400 casos, Murcia y Castilla La Mancha por encima de mil, con regiones como la Comunidad Valenciana que tienen el 53 % de sus camas de UCI ocupadas por pacientes de covid.

El pasado fin de semana 85.000 personas más han dado positivo. Como hoy destacan todas las crónicas, ha sido el peor dato de un fin de semana en los últimos diez meses. Naturalmente siempre cabe decir que ahora se detectan mejor (y más) los casos que en primavera. Y también se puede decir que como la incidencia ha aumentado 115 casos en tres días y antes llegó a subir 50 en una sola jornada, a lo mejor tenemos suerte y la velocidad de la expansión se está moderando. Igual esta vez lo clava Fernando Simón y estamos ya en el pico.

Ésta es la doctrima Simón: o estamos en el pico, o cerca del pico o incluso ya pasado el pico. Claro, si ya estamos en la meseta de la curva es que las medidas ya han dado fruto y no hace falta ir más allá. Pero si no estamos ni en el pico ni en la meseta y las medidas no están siendo suficientes, hasta dentro de cuatro o cinco días no empezaremos a hacer más. Porque lo que fallan nunca son las medidas, según el ministerio de Sanidad, lo que falla es la aplicación rigurosa de las mismas. Por eso si el ministro Illa le hubiera preguntado ayer a su asesor epidemiológico, el alto cargo Simón, si es partidario de anticipar el toque de queda le habría dado esta respuesta que no sé si al ministro le resuelve algo.

Ni partidario ni no partidario. En realidad ésta es la forma de decir que no es partidario. Es Simón quien todo el tiempo insiste en que hay alternativas al adelanto del toque de queda y que en España lo que más efecto ha tenido es sacar a la gente de los bares.

Traducido: que es más fácil para un gobierno autonómico decir que adelanta el toque de queda que cerrar los bares. Pero es más eficaz lo segundo que lo primero. Es Simón quien sostiene que las medidas que ya se están aplicando, y que tienen a su disposición los gobiernos autonómicos, son suficientes para atajar la epidemia. Y que si no se ataja es porque no se aplican con rigor. Lo que ocurre es que ya se va haciendo a la idea de que su jefe, el ministro Illa, va a ceder y el toque de queda podrá empezar antes.

No represento al gobierno. Pues quién lo diría. Siempre ha estado el responsable de alertas en sintonía con el gobierno y siempre ha defendido lo que al gobierno le parecía en cada momento oportuno defender. Simón ejerce de portavoz del ministerio de Sanidad para la pandemia, y en ese sentido, naturalmente que representa al gobierno. ¿A quién si no?

Hoy el Supremo se pone a estudiar si a Mañueco se le ha ido la mano y se ha atribuido competencias para limitar derechos fundamentales que no tiene. Pero mientras el Supremo lo mira, el gobierno central estará hablando con los gobiernos autonómicos (los de su mismo color político, para empezar) con el fin de llegar mañana al Consejo Interterritorial con los deberes hechos. Abrió camino ayer en este programa la ministra Darias.

Con la bandera del consenso, y dado que nadie estará obligado a aplicar el toque de queda a las ocho, lo probable es que los gobiernos autonómicos que no lo piden tampoco lo impidan. Porque todos ellos miran la curva de hospitalizaciones y, en ausencia de pico al que agarrarse, quieren tener al menos algo que poder aplicar de nuevas para contener la saturación hospitalaria.

Pablo Iglesias peroró en la televisión (perorar: pronunciar una oración, Isa Serra) y no parece que le saliera muy bien la cosa. Este Iglesias de hoy no es aquel que arrollaba en los platós del año catorce y quince con su aire de polemista enterado y fresco. Este Iglesias de hoy, enmoñado, empoderado, enlentecido para que parezca que todo lo que dice es muy reposado y muy profundo (enlentencer, imprimir lentitud, según la Rae) abusa tanto del victimismo, el calimerismo éste tan del gusto de los suyos ---el líder político más atacado, el más difamado, el más perseguido, el más temido--- que de pronto el espectador recuerda que está escuchando al vicepresidente del gobierno de España, de una España en estado de alarma con todos los recursos públicos y privados del país a disposición del gobierno para hacer frente a la emergencia en la que nos encontramos, y no puede menos que esbozar una sonrisa cuando le escucha decir las terribles presiones que padece a cargo de ricos y poderosos. Resiste, Pablo, resiste. Nunca hubo vicepresidente de gobierno más presionado y, a la vez, más firme.

No parece que a estas alturas cuele un gobernante que a todas horas está explicando lo duro, lo sufrido, lo valiente y lo meritorio que es su trabajo. Extenuado de tanto aguantar presiones y de tanto combatir a sus compañeros de gabinete socialistas, tan serviles a los poderosos, tan conservadores, tan mansos. No parece que a estas alturas resulte muy creíble el personaje del gobernante impotente.

El mayor patinazo de la entrevista fue, sin duda, lo de los exiliados. Las semejanzas entre los españoles que abandonaron nuestro país durante la guerra civil o al terminar ésta (y ganar Franco) con el ex presidente catalán Puigdemont que salió del país para evitar responder de una querella por rebelión.

Creo que sí. En el afán por blanquear a Puigdemont acabas banalizando la represión franquista. Hasta Podemos sabe que su líder supremo la pifió. Por eso salió Isa Serra a explicar que en modo alguno se les ocurre equiparan el sufrimiento de los exiliados con los padecimientos de Puigdemont, menos mal.

Pero aún prueba más que el líder patinó esto de irse a buscar en el diccionario de la Real Academia ---¡hasta la Rae!, dice Isa Serra--- qué significa exiliado.

¡Hasta la Rae! Como si estuviera la Rae metida en este debate sobre los parecidos entre los exiliados de verdad y Puigdemont que sólo existe en la cabeza de los independentistas y del líder de Podemos. En efecto, el exiliado lo es por motivos políticos. Pero ahí es donde persevera Podemos en blanquear al cabecilla de la sedición. Puigdemont, Isa Serra, no ha salido del país por defender determinados planteamientos políticos. Sus planteamientos políticos, de hecho, son los mismos que defienden en el país la señora Borrás, el señor Aragonés, el señor Rufián. Puigdemont salió del país para no hacer frente a las consecuencias penales de sus actos. Eso es todo. Lideró un levantamiento contra la voluntad popular representada en el Parlamento español y fracasó. Y se largó para no tener que ir al juzgado cuando la fiscalía presentara su querella. Abandonó el país para que no se le pudiera juzgar. Y en eso triunfó, porque hasta hoy, en efecto, ha conseguido esquivar el juicio. No sólo no se le ha juzgado sino que hay un vicepresidente del gobierno que, admitiendo que este señor pudo delinquir, lo exalta como víctima de una represión que no existe y lo compara con aquellos miles de españoles que hubieron de exiliarse cuando aquí alcanzó el poder absoluto el cabecilla de una rebelión que delinquió contra la Constitución y atentó contra la voluntad popular encarnada en el Parlamento que había salido de las urnas. Hay comparaciones que son un insulto a la memoria histórica.