OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Desconexión en el independentismo"

“Españoles, catalanes, la desconexión independentista se ha consumado”. La CUP ha mandado a Junts pel Sí a hacer puñetas. Y viceversa. Desconectada la tribu cupera de este matrimonio de conveniencia que aún forman (aún) Junqueras y Puigdemont, la ruptura —no con España sino entre ellos— es un hecho. Han hecho sus consultas, los de la CUP a su militancia, y ha salido que no y que no. Adéu Puigdemont.

Carlos Alsina

Madrid | 08.06.2016 08:11

Si fuera una película, la escena cumbre habría tenido como escenario un precipicio. Dos hombres colgados en el vacío. Uno, Puigdemont agarrado a la pierna de Junqueras. El otro, Junqueras, agarrado a la superficie con una sola mano. Poco a poco se va resbalando. Aprieta los dedos contra el suelo. La vida de él y del otro que tiene colgando depende de que aparezca alguien a rescatarlos. Y aparece, alguien. Es Anna Gabriel. Imposible confundirla porque viene acompañada de una legión de niños que no son, en realidad, hijos de nadie. Y Junqueras dice: “Anna, por dios, que estamos cada vez más inestables”. Y ella les dice: “si hubiérais sido más echados p’alante no estaríamos así, blandos, tibios, apalancaos, que sois independentistas de boquilla, hombre”. Y mientras la cámara enfoca los dedos de Junqueras apretando el polvo, Anna Gabriel le pega un pisotón y se despeñan los dos al fondo del precipicio mientras se oye decir a Puigdemont: “la mare de deu, qué trompazo nos vamos a pegar”. Y se la pegan.

Gobernar en minoría es lo que tiene. Tu socio parlamentario te aúpa al poder y tu socio parlamentario tiene en su mano quitártelo. Junts pel Sí es el grupo más grande del Parlamento catalán pero no tiene la mitad más uno. Pudo haber intentado alcanzar un acuerdo de gobierno con el PSC, que se ofreció, con Cataluña sí que es pot, que ahí estaba, pero escogió —porque lo principal era el proceso independentista— apoyarse en la CUP anticapitalista y revolucionaria. “El agua y el aceite”, admitían ambas partes, “imposible fiarse”, decían los veteranos convergentes, pero el procès era la nueva religión que permitía justificar matrimonios contra natura.

Se firmó un acuerdo, como recordarán. Que supuso la decapitación de Artur Mas. Y el morir matando del braveheart, que presumió de haber arrancado a los cuperos la firma de un acuerdo de estabilidad que permitiría gobernar con holgura a su discípulo Puigdemont, el desconocido. La CUP se comprometía a votar siempre con Junts pel Sí, y dos huevos duros. Cinco meses ha durado la cosa. La CUP se rebeló contra los Presupuestos del gobierno autonómico. ¡No son suficientemente rupturistas!, proclamaron, “desobediencia ya, sin retrasos”. El gobierno autonómico les dijo: si vetáis los presupuestos, damos por roto el acuerdo. Y ellos anoche dijeron que adelante con los faroles. Roto queda.

La CUP da la puntilla, devuelve el presupuesto a los corrales, el gobierno sale empitonado, Puigdemont en la enfermería. En Cataluña habrán prohibido los toros, pero no han prohibido la terminología taurina.

Banderillas para Pablo Iglesias desde el tendido socialista y desde el pequeño tendido que aún conserva, en la plaza pública, el Partido Comunista. Ni a los unos ni a los otros les ha hecho gracia que se defina como socialdemócrata.

Bienvenidos a la semana del orgullo socialdemócrata. Recién firmado su pacto electoral con Alberto Garzón —que en este programa se declaró comunista y a mucha honra— Iglesias cambia aquello de la transversalidad, que tanto cultivó en la campaña anterior, y aquello otro de lo nuevo frente a lo viejo, para proclamarse socialdemócrata él, socialdemócratas Marx y Engels y la nueva socialdemocracia su partido, Podemos. Una “astucia táctica”, abronca El País, “un retorcimiento de los conceptos, una contradicción flagrante con los postulados que defiende Podemos y el grupo al que pertenece en el Parlamento Europeo”. En horas de angustia electoral para el PSOE y con Sánchez recabando el apoyo de todo el que puede, El País proclama que la única socialdemocracia en liza es la que encarna Pedro Sánchez y da protagonismo hoy al coro de figuras históricas del PSOE que responden, dice, al intento de Iglesias de apropiarse de una etiqueta que no es la suya.

Sigue el pulso, sigue la carrera, sigue la competencia por el votante de izquierdas. Algunos de aquellos que se pasaron meses torpedeando la figura de Sánchez el amateur, el irresponsable, el que dinamitaba las estructuras del partido al comportarse como si el PSOE fuera la CUP (qué de cosas dijo el diario sobre el candidato socialista en enero)— se ven urgidos ahora a rescatar al mismo al que arrastraron por el barro. Aprovechando la reinvindicación socialdemócrata, alguna figura histórica (y de otro tiempo), como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ha aprovechado para criticar la falta de pulso de su partido y defender que se quede en la oposición si pierde las elecciones. Que es lo que todos, en el PSOE, creen que va a pasar: que perderlas, las van a volver a perder por tercera vez consecutiva ante el PP al que en otros tiempos llegaron a sacarle una ventaja larga.

Dentro del partido todo lo que hace y dice Sánchez se examina a la luz, no de lo que pase de aquí al 26 sino de lo que pase luego. De su intento de permanecer pese a la derrota y el posible retroceso. Sánchez dijo aquí el lunes que su ánimo es seguir al frente del partido. Añadió que volverá a consultar a la militancia los posibles pactos de gobierno. Y lo dijo con Susana al lado. Actuando ella —-y el verbo actuar cabe sustituirlo por el de inteprretar—- como telonera o ayudante (así se presentó) del candidato a la presidencia.

Ayudando Susana. A darle el empujón definitivo a su secretario general. El empujón definitivo. Si fuera una película, la escena cumbre tendría como escenario un precipicio.