Cuatro semanas en la cuenta atrás para la disolución de las Cortes. Con el reloj en marcha, esta mañana empezaremos a saber si hay opciones, o no, de que el tic tac funcione como desatascador y modifique la postura o de Podemos o del PSOE. De los dos a la vez, en detrimento de Ciudadanos.
Gran velada esta mañana en el Congreso. El vis a vis de dos adversarios políticos, dos rivales, que han dedicado los dos últimos meses a predicar su deseo de entenderse mientras jugaban a bajarse los humos el uno al otro y a retratarse mutuamente como tipos más preocupados por el poder, y el sillón, que por resolver los problemas de los españoles. Sánchez e Iglesias, Iglesias y Sánchez. Uno recordándole al otro que le saca veinticinco escaños de ventaja y el otro recordándole al uno que apenas obtuvo trescientos mil votos menos que el PSOE. La pugna entre estos dos dirigentes por la hegemonía de la izquierda en España —la pugna que empezó la noche electoral de las europeas cuando aún Sánchez no había reemplazado a Rubalcaba— sigue sobrevolando, y ayudando a explicar, la infértil relación que hasta ahora han mantenido ambos. No hay gobierno Sánchez sin la bendición de Pablo Iglesias y no hay poder posible para Pablo Iglesias si no es de la mano de Pedro Sánchez.
O alguno de los dos corrige el discurso que viene haciendo, o el reloj llegará al dos de mayo…
…sin que el actual gobierno en funciones haya dejado de serlo.
¿Expectativa para hoy? ¿De verdad puede salir de ahí alguna noticia? Impresión más extendida: no habrá novedad en el fondo del asunto. Paripé, o postureo. Ni Pablo ni Pedro quieren pasar como aquel que se cerró a un acuerdo pero ni Pedro ni Pablo han mostrado la menor prisa ni por verse (les ha llevado dos semanas encontrar el momento) ni han llegado a avanzar en dos meses un solo milímetro en su hipotético acuerdo. Mientras ninguno de los dos diga lo contrario, el PSOE sigue apostando por gobernar en solitario con el respaldo de Ciudadanos (y de Podemos, desde fuera, si se animara a hacerlo) y Podemos sólo acepta como fórmula repartirse entre los dos el gobierno: esto que dice siempre Iglesias: que tenemos que estar dentro para marcar de cerca al PSOE porque si no se relaja y se nos hace de derechas. El presidente Sánchez tutelado por el camarada Iglesias.
¿A qué se debe entonces que anoche se extendiera por el Congreso el runrún de que hoy podíamos llevarnos alguna sorpresa? ¿Por qué empezó a hablarse de un acuerdo tripartito de PSOE-Ciudadanos y Podemos? Pues en primer lugar, porque estamos todos un poco aburridos de este baile del cortejo imposible y nos está apeteciendo que pase ya algo nuevo —confesión profesional, los cronistas políticos también acaban por aburrirse de contar todos los días lo mismo—. Y en segundo lugar, porque ayer pasaron dos cosas: que Sánchez se ofreció a hacer un gobierno de PSOE, sólo PSOE, pero con ministros enviados por Ciudadanos y Podemos —no es un tripartido, pero se le parece muchíiiisimo— y que a Errejón, el reaparecido, le preguntaron por esa fórmula y, recobrada la voz, no la despachó a la manera en que hasta ahora lo hacía Podemos. No dijo: si hay ministros de Ciudadanos nosotros no queremos saber nada, vade retro. Sino: aún no hemos recibido la propuesta, cuando la recibamos la estudiaremos.
Esto fue. Ahí empezaron los rumores de cambio de chip morado. Sin veto a Ciudadanos ha abierto a que Sánchez los seduzca. Naturalmente, tres no se ponen de acuerdo si uno de los tres pone pie en pared. Tres no pactan si el naranja se queda fuera. Y por eso apareció Albert Rivera para citarse con Sánchez de manera inmediata —los novios no sufren nunca de problemas de agenda— y lanzar el mensaje de que ellos no cambian de criterio: si hay Podemos no están ellos. Vuelta a la casilla de salida…
…y el reloj —reloj no marques las horas porque voy a enloquecer— descontando minutos hacia las nuevas elecciones del mes de junio.
Versión oficial: Rajoy llamará a Sánchez si la reunión Pedro Pablo fracasa. Versión real: Rajoy tiene tantas ganas de llamar a Sánchez como de irse de veraneo con José María Aznar. Cero zapatero.
El cuatro de marzo —se lo recordé ayer al presidente en funciones— ya dijo que iba a llamar a Pedro. De entonces a hoy ha ido agarrándose a cualquier razón que se le pusiera al alcance para aplazar esa llamada. Primero que se enfriaran los ánimos de la sesión de investidura —aquella tarde parlamentaria a torta limpia—, después que llegaban las vacaciones y no era plan de ponerse más tarea, y ayer que mejor espera a ver cómo le va con Pablo. Patada al balón y a diferir el telefonazo. A este paso le llama el dos de mayo: qué lastima, Pedro, que ya no nos va a dar tiempo a pactar nada.
Desdén y displicencia recíproca. Rajoy ya está en candidato, otra vez, la campaña va a durar tres meses, y Sánchez, diferido el congreso de su partido, se asegura volver a medirse con Rajoy como adversario electoral: misión cumplida.