Hace un año acababa de aprobarse la primera de las mociones independentistas en el Parlamento catalán —por el rodillo de la mayoría absoluta del independentismo catalán— y ensalzó el Rey la diversidad de las nacionalidades y las regiones, las distintas formas de sentirse español, el valor de lo que hemos construido juntos —todos los clásicos de los discursos regios cada vez que habla de Cataluña y los que abogan por la autodeterminación pero sin pronunciar ninguna de esas dos palabras—. También sabemos lo que pasó luego: que el Parlament siguió aprobando resoluciones inconstitucionales cuyo único fruto palpable es la imputacion judicial de Artur Mas y su escudero Francesc Homs.
En la víspera de este último discurso del año, la corte independentista catalana vuelve a manifestarse hoy. Otra concentración de los mismos de siempre: Junqueras, Puigdemont, Forcadell, Artur Mas, Anna Gabriel, Lluis Llach. Pasan más tiempo juntos que con sus familias respectivas. La gran familia del independentismo. O la familia y uno más, si se cuenta a Ada Colau, reclutada hoy para un cameo y cortejada por Puigdmeont para que insista también ella con la matraca de referéndum pactado. El truco de siempre: te ofreces generosamente a pactar con el gobierno central un referéndum que sabes que no puede convocarse y en cuanto vuelvan a decirte que es que no puede ser, te revuelves indignado denunciando que son ellos los que no quieren pactar nada.
La gran familia reservando para su celebración particular el Parlamento.
Al señor Puigdemont hay que reconocerle la habilidad de convertir la merienda navideña de un grupo de colegas que echan la tarde hablando de sus cosas y felicitándose las pascuas en un acto político de tantísima envergadura que algunos se atreven a llamarlo nada menos que 'cumbre'. "Cumbre independentista", el procés siempre en la cima. De escalada en escalada hasta el aburrimiento total. Cómo transmitir a tu público la falsa idea de que siempre estás batiendo tus propias marcas, conquista tras conquista, cada vez más cerca de la meta, cuando estás empantanado desde hace meses en las arenas movedizas que tú mismo has generado.
Puigdemont cumplirá el día 12 un año al frente del gobierno de Cataluña. O al frente compartido, en su condición verdadera que es la de copresidente de un gobierno que cada vez lidera más Junqueras. En este año de gestión envidiable ha conseguido tambalearse en su sillón cada vez que la CUP ha puesto en duda su convicción para proclamar la secesión el año que viene, no sacar adelante aún los presupuestos autonómicos de 2017, manejar encuestas electorales que anticipan que su partido se hundiría si mañana hubiera elecciones autonómicas y eludir una cuestión de confianza en el Parlamento pagando el peaje que le impusieron los cuperos: y que incluye esto de hoy, el belén viviente para anunciar al personal la misma buenanueva de siempre, que sí que sí, que harán alguna vez algún sucedáneo de referéndum.
Pablo Iglesias y ésta que ya es, con diferencia, su expresión de cabecera: dejarse la piel. Este hombre lleva dejándose la piel desde hace tantos meses, y tantas veces cada día, que es admirable que aún presente —su piel— tan buen aspecto. Después de dejarse la piel en dos campañas electorales, en las movilizaciones populares, en la durísima vida del Parlamento, ahora promete dejársela también para alcanzar acuerdos dentro de su propio partido. Se dejará la piel habiéndosela dejado ya, en realidad, en el empeño por neutralizar a Errejón y sofocar dos meses antes del congreso del partido la revuelta interna.
Errejón ha perdido el pulso en las urnas de esta semana, pero por mucha menor distancia de la que esperaba el sector oficial. Cuarenta mil votos para Pablo, treinta y ocho mil para Iñigo. Es francamente dudoso que el sistema de votación que regirá en el congreso de febrero tenga interesadisima a la mayor parte de la sociedad española —han participado en la votación cien mil personas— pero dado que los medios, por simplificar, estamos presentando esto como un mano a mano entre Errejón e Iglesias, hoy el primero está un poco más entero que ayer y el segundo, un poco menos líder carismático.
El PSOE, que ha tenido pocas razones para celebrar nada este año que termina, estaba ayer celebrando que el Gordo se había acordado de Ferraz —qué buen final, decía la dirección, para este año tan difícil— sin saber que estaba a punto de empezar otra guerra interna: la guerra de la lotería. Qué gran final, sí sí. Está el PSOE tan hecho a la trifulca interna que ya levantan ampollas hasta los décimos. A perro flaco todo son pulgas. Sólo había cinco décimos del gordo, no eran del numero oficial que juega el partido, los había regalado la administración y no habían sido repartidos. Un cuento que les haya tocado el gordo a los trabajadores de la sede, se quejaban los que no han visto un euro, los cinco décimos se los quedaron cinco. Quién le iba a decir a la gestora que dirige los destinos del PSOE que, entre pacto y pacto con el gobierno, entre susanas y terceras vías, entre operaciones internas para matar por agotamiento a Pedro Sánchez, tendría que sacar un comunicado aclarando que los décimos de lotería no son cosa suya. Solemne comunicado que dice que la gestora lo que gestiona es el partido, no las participaciones de la lotería. El diagnóstico sigue siendo preocupante: cómo estará el PSOE que se convierte en un problema hasta que le toque la Lotería.