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Ngorongoro, reino del león de melena negra

El cráter del volcán del Ngorongoro, en Tanzania, es el lugar idóneo si queremos salir al encuentro de los leones más famosos y más fotografiados de África, los leones de melena negra. Abran paso al rey.

Mariano López

Madrid |

El cráter del Ngorongoro, en Tanzania, es, para algunos, la más perfecta representación del Jardín del Edén. Por sus paisajes, por los animales que alberga. Entre ellos, los leones más fotografiados de África. Por su imponente figura, su actitud tranquila, reposada, y, sobre todo, por la melena densa y oscura de los machos, a veces completamente negra. Los leones del cráter del Ngorongoro, machos y hembras, son diferentes al resto de los leones de África. El cráter actúa como una especie de isla. Una isla genética. Todos los leones que hoy viven en este cráter, una población de unos 60 ejemplares, descienden de un pequeño grupo original, el que sobrevivió, en el año 1962, a una epidemia que redujo su número a nueve hembras y un solo macho. En los años siguientes llegaron siete nuevos machos y no se han registrado nuevas llegadas en las siguientes décadas. Entre otros factores, porque los leones residentes se han encargado de impedir la presencia de competidores. Se entiende. Porque la vida de los leones del Ngorongoro es un chollo. No necesitan recorrer grandes distancias para cazar, tienen multitud de presas a su alcance, no pasan hambre ni siquiera durante la estación más seca. Se nota en su aspecto. Fuertes, robustos, bien alimentados. Especialmente diferentes los machos, por su pelaje oscuro, que se explica porque el clima es más fresco que en el Serengueti y porque la genética ha ido acentuando ese rasgo, la melena negra, que los distingue y convierte en protagonistas de cuanto sucede, a diario, en este maravilloso escenario.

Paisaje del Ngorongoro
Paisaje del Ngorongoro | Unsplash

El Ngorongoro, uno de los lugares más bellos de África.

No hay un lugar igual en el planeta: el cráter de un volcán, extinguido, que acoge la mayor concentración permanente de fauna salvaje de la Tierra. El lecho del cráter, el suelo interior, tiene unos 20 kilómetros diámetro, y en ese espacio, prácticamente circular, hay manantiales, arroyos, dos lagos de agua dulce, un lago salado, un bosque y, sobre todo, una enorme pradera donde nunca faltan la hierba, alimentada por lluvias cortas frecuentes, la luz del Sol y un clima de eterna primavera en el que influye, también, claro: la altura: la base del cráter está a 1.800 metros de altura y la corona del cráter a 2.600, un desnivel que define, explica, gran parte de su belleza, porque cuando lo recorres percibes que estás en el interior de un cráter, te acompañan siempre en el paisaje las paredes que rodean el lecho del volcán, paredes rocosas con más de 600 metros de altura. En este paisaje, en este lecho, viven unos 25.000 animales. Algunos, como los leones, son residentes permanentes. Ocupan, se distribuyen en los diferentes hábitats del cráter. Otros migran, se van, vienen, por los escasos caminos en los que se puede acceder al lecho del volcán.

Flamencos en el Ngorongoro
Flamencos en el Ngorongoro | Unsplash

Un microcosmos del Serengueti

El cráter del Ngorongoro es a menudo descrito como un microcosmos del Serengueti, el parque vecino. ¿Por qué? Porque en ese círculo de 20 kilómetros de diámetro hay cinco espacios, pequeños en el Ngorongoro, que se corresponden con los que definen el Serengueti. En un extremo del cráter, hay un bosque. Es el espacio del leopardo, y de los elefantes. Solo hay elefantes machos en el volcán. Una pequeña población de machos viejos. Las hembras, las manadas, evitan subir por precaución, para que no sufran las crías. Al oeste del centro del cráter hay un lago salado, que, en temporada, acoge miles de flamencos rosa. Y al este del centro, un lago de agua dulce que acoge hipopótamos y una gran variedad de aves acuáticas. La zona central del cráter, una llanura de hierba corta, es el hábitat del ñú, la cebra, la gacela de Thomson, los protagonistas de la gran migración. Hay también zonas húmedas de pastizales, territorio de los búfalos, los servales, y zonas pedregosas, por las que deambulan zorros orejudos. ¿Qué no vamos a ver? Pues por ejemplo jirafas, tienen difícil subir por las empinados, restrictivos, caminos de acceso al cráter donde, además, no hay árboles de hojas altas, lo que buscan las jirafas. Tampoco se ven guepardos, porque en cuando aparece uno, los leones se encargan de disuadirle.

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Masai en el Ngorongoro
Masai en el Ngorongoro | Pixabay

Las maravillas del Área de Conservación del Ngorogoro

Para disfrutar de ese paraíso, necesitamos dedicar un mínimo de dos días completos, tres noches de alojamiento, para poder recorrer los distintos hábitats del cráter, un recorrido que no está sometido, no puede, a una agenda concreta, porque según vas moviéndote, surgen los avistamientos, los encuentros, la posibilidad de ver historias espléndidas protagonizadas por la fauna del Ngorongoro. Pero es que, además, conviene tener en cuenta que el cráter se encuentra dentro del Área de Conservación del Ngorogoro, un espacio protegido, en el que hay otros ocho volcanes, y, cerca, uno de ellos aún activo: el Oldoinyo Lengai, su última erupción sucedió en 1966. Los masai consideran a este volcán el hogar de Engai, dios supremo de los masai, creador del mundo y responsable de que los masai tuvieran el privilegio de ser pastores de ganado. En esta área de conservación del Ngorongoro hay varias aldeas masai, algunas se pueden visitar. Fueron los masai los que dieron nombre al Ngorongoro, con una palabra derivada del sonido que atribuyen a los cencerros de las vacas, ngorong, ngorong, Por último, de camino al parque vecino y hermano, el Serengueti, merece la pena detenerse en el desfiladero conocido como Olduvai. Aquí, en este lugar, que pertenece al Área de Conservación del Ngorongoro, los antropólogos Louis y Mary Leakey y sus continuadores han realizado algunos de los descubrimientos de homínidos y herramientas ancestrales más reveladores, más importantes, que se han dado en África, la cuna de la Humanidad.