EL PAÍS EN ALERTA MÁXIMA

Todo lo que se sabe sobre la alerta por erupción de un volcán en Islandia

Desde la semana pasada el país se encuentra en alerta y algunas zonas han sido evacuadas ante la proximidad del magma a la superficie. Además, se han detectado indicios que sugieren actividad volcánica inminente.

David Pyle y Tamsin Mather, University of Oxford

Madrid | 16.11.2023 10:46

El humo sale de la grieta en una carretera en el pueblo pesquero de Grindavik, Islandia
El humo sale de la grieta en una carretera en el pueblo pesquero de Grindavik, Islandia | REUTERS/Marko Djurica

La península de Reykjanes, en el suroeste de Islandia, tembló con un intenso enjambre de terremotos en la tarde del viernes 10 de noviembre. Las redes regionales de sismómetros detectaron cientos de temblores y varios fueron lo suficientemente fuertes como para sentirse en Reikiavik, a 50 kilómetros de distancia.

Se emitió entonces una alerta de protección civil advirtiendo del riesgo de una erupción, que sería la cuarta desde 2021. ¿Por qué se repite y qué puede ocurrir a continuación?

Islandia se extiende a lo largo de la dorsal mesoatlántica, donde las placas Norteamericana y Euroasiática se separan unos 2 cm al año. En el manto terrestre, donde las rocas se comportan como caramelo muy rígido, las placas pueden expandirse continuamente.

Pero cerca de la superficie, las rocas de la corteza terrestre son frías y quebradizas, y sólo pueden estirarse rompiéndose. Como si se tirara de los extremos de una tableta de chocolate con un interior blando pero una cubierta dura, la tensión acumulada a medida que las placas se separan se libera en ráfagas al romperse la cubierta.

La península de Reykjanes forma el extremo suroccidental de Islandia, donde la dorsal mesoatlántica surge del mar. Aquí, la corteza responde a fuerzas tectónicas inexorables rompiéndose cada cientos de años, formando una grieta.

La última secuencia de grietas y erupciones se produjo hace más de 800 años. Desde entonces, las placas se han separado unos 16 metros.

Ahora nos encontramos en otra fase de fisuración marcada por cientos o miles de terremotos, muchos de ellos lo suficientemente grandes como para sentirse en todo el suroeste de Islandia, y todos impulsados por la llegada de magma cerca de la superficie.

Cada terremoto y erupción libera un poco más de movimiento reprimido en estas placas tectónicas y, finalmente, cuando la tensión se haya liberado, las erupciones cesarán. En los últimos 50 años, hemos visto erupciones similares un par de veces en todo el mundo.

Entre 1975 y 1984, 18 enjambres sísmicos y nueve erupciones de lava asolaron el norte de Islandia durante los incendios de Krafla. Entre 2005 y 2010, se produjeron 14 enjambres sísmicos y tres erupciones a lo largo de una sección de 80 km del Valle del Rift en Afar, al norte de Etiopía.

Como en todas las dorsales oceánicas, el proceso de ruptura está lubricado por el magma. El magma se forma continuamente en profundidad, y su flotabilidad indica que está destinado a ascender.

En la corteza frágil, el magma sólo puede ascender cuando hay fracturas que seguir. Pero una vez que empiece a ascender, se abrirá camino a profundidades cada vez menores, aumentando el riesgo de erupciones.

La vista desde arriba

Los científicos de la Oficina Meteorológica de Islandia pueden detectar lo que ocurre en profundidad y localizar las sacudidas más pequeñas mediante redes de sismómetros. Éstos alertan al equipo de la rotura de rocas en la corteza y señalan con precisión dónde se está produciendo.

Los sensores que se comunican con constelaciones de satélites de navegación pueden proporcionar mediciones puntuales de los minúsculos movimientos de la superficie terrestre, y las imágenes de radar por satélite pueden utilizarse para cartografiar y medir la forma tridimensional de la superficie cambiante.

El enjambre de terremotos que comenzó a finales de octubre es el último de una secuencia de acontecimientos que comenzó a principios de 2020 y que hasta ahora ha culminado en tres erupciones en el sistema volcánico de Fagradalsfjall, en el suroeste de Islandia, en 2021, 2022 y, más recientemente, en el verano de 2023.

Cuando comenzaron los terremotos esta vez, se agruparon alrededor y debajo de otro sistema volcánico: Thorbjörn, a 10 kilómetros al oeste de Fagradalsfjall. Al principio, no se apreciaba ninguna deformación de la superficie terrestre y no estaba claro si se trataba sólo de un reajuste de la corteza tras el anterior episodio de ruptura.

Pero una vez que las señales mostraron que la superficie de la Tierra empezaba a abombarse, esto indicaba que nuevo magma estaba entrando en la corteza. Durante el pasado fin de semana, las cosas evolucionaron rápidamente. El tamaño, el número y la localización de los terremotos indicaban que una fractura de la corteza se estaba llenando de magma a unos 5 km de profundidad.

A medida que el magma seguía fluyendo hacia ella, las puntas de la fractura se abrieron, discurriendo a través de la corteza hasta que el nuevo dique tuvo unos 15 km de longitud. El magma aún no ha llegado a la superficie, pero los patrones de movimiento del terreno y los modelos informáticos sugieren que ya se ha acumulado un charco de magma a menos de un kilómetro de la superficie.

¿Es inminente una erupción?

En el momento de escribir estas líneas, parece bastante probable que este magma salga a la superficie e inicie una erupción. Pero los equipos de vigilancia sólo sabrán cuándo y dónde está a punto de producirse cuando detecten los signos reveladores de magma en movimiento. Estas señales podrían incluir el “zumbido” repetitivo de un temblor volcánico, señal de que el magma puede entrar en erupción en cuestión de horas, o de la proliferación de terremotos a muy poca profundidad.

Por ahora, el dique parece extenderse directamente por debajo de la ciudad de Grindavik, una comunidad pesquera cercana al extremo suroccidental de Islandia. Si se produce una erupción en la superficie terrestre, es probable que sea similar a las erupciones de 2021-2023 en Fagradalsfjall, con una grieta o fisura que se abre en la superficie de la Tierra y fuentes de roca fundida al rojo vivo, con lava fluyendo cuesta abajo y alejándose del lugar de la erupción.

Esto supondrá una amenaza dependiendo de dónde empiece la erupción y hasta dónde fluya la lava. Los vapores de gas liberados por el magma en erupción combinados con la quema de turba y vegetación podrían crear un aire tóxico dependiendo de la velocidad de la erupción y de la dirección del viento.

Si se produce una erupción en la ciudad de Grindavik, los efectos podrían ser similares a los de la erupción de Eldfell que sepultó una parte de la ciudad de Heimaey en 1973. De ahí la evacuación preventiva de la ciudad, de la cercana central geotérmica de Svartsengi y de la laguna azul, una de las atracciones turísticas más conocidas de Islandia.

Si se inicia una erupción en el extremo sur del dique, que se extiende mar adentro, el encuentro de la lava caliente con el agua de mar en una erupción submarina podría generar explosiones a pequeña escala y nubes de ceniza locales, y liberar más gases nocivos procedentes del agua de mar hirviendo.

Aunque probablemente no tendría efectos tan generalizados como los de la erupción del Eyjafjallajökull de 2010, que cerró el espacio aéreo sobre una amplia zona del norte de Europa durante varias semanas, hasta una pequeña erupción submarina se sumaría a los retos que las autoridades deben gestionar incluso en un país bien preparado como Islandia.

David Pyle, Professor of Earth Sciences, University of Oxford y Tamsin Mather, Professor of Earth Sciences, University of Oxford

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation