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Una de las ideas mantra más repetidas en los últimos años es que la Tierra produce suficientes alimentos para todos y que el hambre es resultado de un problema de mala distribución. ¿Les suena?

ondacero.es

Barcelona | 29.04.2014 16:45

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Superpoblación, ¿tenemos futuro en la Tierra?

Una de las ideas mantra más repetidas en los últimos años es que la Tierra produce suficientes alimentos para todos y que el hambre es resultado de un problema de mala distribución. ¿Les suena?

Sin embargo, se están levantando voces muy autorizadas que ponen en duda esa afirmación y que alertan de que el crecimiento de la población mundial pone en cuestión nuestra propia supervivencia como especie: no hay –ni habrá– alimentos suficientes para tanta población, a menos que nos aboquemos a un desastre ecológico –sustitución de selvas, sabanas y praderas por campos de cultivo– cuyas consecuencias serían catastróficas.

Una primera constatación para los lectores: La cuenta atrás, de Alan Weisman en traducción de Francisco J. Ramos para Debate, no es un libro apocalíptico al uso. Es un muy documentado trabajo fruto de dos años de investigación en más de una veintena de países. El autor ha reunido voces de todos los continentes, orientaciones políticas y credos religiosos; pocos trabajos recientes se sustentan en tantas opiniones y tan diversas.

Vaya por delante, también, que, pese a la dureza del tema, me lo he pasado muy bien con su lectura, un ejercicio intelectual estimulante en el que me he enfrentado a hechos, datos y opiniones que han puesto a prueba muchas de mis convicciones. Estoy seguro de que a ustedes les sucederá lo mismo.

 

En este sentido, es especialmente inquietante el análisis que Weisman –y sus interlocutores, no lo olviden– dedica al papel de la cooperación internacional en la lucha contra el hambre; es un ejemplo de la complejidad del tema y de su hondo calado ético. Las más de 600 páginas del libro están más que justificadas.

Weisman demuestra que la supervivencia inmediata de muchas comunidades supone su condena a una inevitable dependencia a medio y largo plazo. En muchos lugares donde la agricultura es especialmente dificultosa –y con el cambio climático cada vez son más–, se están abandonando los cultivos para malvivir con lo que les llega de fuera. En unos pocos años, esas tierras abandonadas serán irrecuperables.

Un dato. Cada cuatro días y medio, el planeta suma un millón de personas más. De seguir así alcanzaremos los 11.000 millones de habitantes a final de siglo, aunque la ONU maneja hipótesis que elevan esa cifra a los 15.000 millones. Es insostenible en términos de materias primas, energía y medio ambiente. Para alimentar y elevar el nivel de vida de la población actual de la Tierra a límites de país desarrollado, necesitaríamos los recursos de tres planetas.

Problemas como la pobreza, la desigualdad, la contaminación y el cambio climático hunden sus raíces en esa superpoblación. Y muchas guerras enmascaradas como conflictos religiosos o étnicos no son más que la vieja lucha por los recursos; lo que sucede es que es más fácil que alguien vaya a morir o a matar por su dios o por su patria que por el petróleo o el agua.

 

El libro empieza en Israel y Palestina. Weisman se hace preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿por qué Israel se empecina en la política de asentamientos que, en teoría, solo beneficia a unos cientos de personas? ¿Por qué persistir en unas acciones que enfrentan al país con la comunidad internacional y lo mantienen en conflicto permanente con sus vecinos?

 

La respuesta es Agua. Así, con mayúsculas. Bajo la zona de expansión israelí se encuentran los principales acuíferos de la zona. En Oriente Medio no hay agua suficiente para tanta población, así que quien controle los acuíferos, tendrá agua para los suyos.

 

Y en este punto es donde nos damos de bruces con una de esas derivadas en la que no solemos reparar. Para alimentar a una población tan por encima de la capacidad del medio, se están sobreexplotando los acuíferos y desecando ríos. El antiguo río Jordán, por ejemplo, no pasa de ser una enorme cloaca al aire libre en muchos de sus tramos. Lleva más orines que agua. Así de duro.

 

Luego están las bombas demográficas que nadie sabe dónde y cuándo pueden estallar.

 

La más evidente es Pakistán: casi 200 millones de habitantes en un territorio que es solo 1,5 veces España. Y sigue creciendo exponencialmente. Los bosques casi han desaparecido devorados literalmente por una población que se expande sin límites, como una plaga humana. Sin bosques, el agua disminuye y sus tierras cultivadas cada vez producen menos.

 

A mediados de siglo, Pakistán será el tercer país más poblado del mundo, con unos 400 millones de habitantes. Y su población será joven, inculta, sin trabajo, sin futuro, con pocos alimentos y mal distribuidos. Una bomba demográfica, insisten incluso los expertos del mismo país. Además, dispone de armas atómicas. Un panorama desolador.

 

Más hechos. Níger, uno de los países más pobres del mundo, tiene una tasa de fecundidad de 7,5 hijos por mujer. El problema es que con las vacunas, medicinas y ayuda alimenticia, la mortandad ha disminuido pero la fecundidad no lo ha hecho, de modo que cada año el problema va a más.

 

Y llegados aquí, Weisman propone la que, para él, es la única solución posible: una política mundial de planificación familiar, la universalización del uso de anticonceptivos. Hasta ha calculado su coste anual, unos 8.000 millones de dólares, equivalentes a lo que Estados Unidos se dejó en un solo mes en Afganistán e Irak.

 

Esa propuesta tropieza con la oposición de muchos credos religiosos, anclados en unas convicciones demográficas de hace siglos –cuando no milenios– que se han convertido en actitudes suicidas en la actualidad. Insisto en la palabra: suicidas.

 

El autor ha entrevistado a dirigentes de esos diferentes credos, incluyendo a influyentes autoridades vaticanas. En este último caso, el de la iglesia católica, se pone de manifiesto lo absurdo de aplicar una visión italocentrista –por llamarla de algún modo– a su política mundial de natalidad. Su oposición al uso de los anticonceptivos puede resultar –en parámetros religiosos– lógica para un país como Italia, con una fecundidad de 1,4 hijos por mujer, pero resulta peligrosamente absurda para lugares con más de 5 hijos y hambruna permanente.

 

En el mundo islámico resulta muy interesante el caso de Irán, opuesto al de Pakistán.

 

Veamos. Tras la propuesta del ayatolá Jomeini de convertir el Islam en una arma demográfica expansiva, sus sucesores han dado un giro de 180 grados y han iniciado políticas de planificación que han mejorado sustancialmente el nivel de vida del país.

 

El libro estudia muchos más escenarios, como México y sus programas de agricultura sostenible o Filipinas, donde la pesca, una actividad vital, está en serio riesgo a causa del descenso de capturas debido a la sobreexplotación para alimentar a una población que se dispara.

 

Estudia también lugares, como Japón, que se enfrentan al problema opuesto, la caída de la natalidad y el envejecimiento.

 

Como insiste el autor, no se trata de repartir mejor a la gente propiciando flujos migratorios, sino de reducir la población global a una cifra sostenible en torno a los 1.500 millones de personas. Si se aplicara la política China de hijo único –corrigiendo los excesos en la selección de sexo– esa podría ser la población de nuestro planeta a finales de este siglo.

 

Guionistas y novelistas, viajes de ida y vuelta

 

En las décadas de 1930 y 1940, en Estados Unidos muchos novelistas de prestigio –incluyendo a algún premio Nobel– fueron contratados como guionistas de cine. En la España del siglo XXI, muchos guionistas de prestigio son reclamados por las editoriales y publican novelas.

 

En una época en la que los lectores se inclinan mayoritariamente por la literatura de –digamos– entretenimiento o evasión, los guionistas aparecen como unos maestros en la construcción de tramas y en el uso de elementos narrativos capaces de “enganchar” –esa es la palabra de moda– a quienes buscan, simplemente, emociones fuertes.

 

En poco más de dos meses han coincidido en el mercado varios títulos escritos por guionistas de un cierto peso en nuestra ficción televisiva. He seleccionado tres que incluyo por orden cronológico.

 

En febrero apareció Apaches, de Miguel Sáez Carral (Planeta), que ya recomendamos en otro programa.

 

Sáez Carral ha colaborado en series como Sin tetas no hay paraísoAl salir de claseHomicidiosAmistades peligrosas.

 

La suya es una historia suburbial situada en el Madrid de los 80. Se sustenta en una doble relación: la del protagonista, un periodista que ha escapado del barrio, con su padre y con su mejor amigo de infancia, Sastre, un delincuente de largo recorrido. Una estafa y la venganza posterior, centran el argumento.

 

El 6 de marzo apareció La vida desatenta, de Antonio Mercero hijo (Debolsillo), guionista de Hospital CentralFarmacia de GuardiaLobos o la película 15 años y un día.

 

La suya es una historia familiar de abogados por cuyas vidas pasan personajes muy poco recomendables; esa suciedad moral acaba impregnando, también, sus propias vidas y sus relaciones.

 

Una semana después se lanzó Cartas a palacio, de Jorge Díaz (Plaza y Janés), que ha escrito para las series MIRHospital CentralEl don de Alba o la próxima Víctor Ros.

 

Cartas a palacio es una novela ambiciosa, dentro del género, una obra de casi 600 páginas sobre la amistad, el amor y la guerra en la Europa de la I Guerra Mundial. De paso, cuenta un episodio bastante desconocido de nuestra historia, el nacimiento de la Oficina Pro-Cautivos, quizás la primera misión de paz española, que liberó a más de 200.000 prisioneros.

 

Díaz ha construido una narración en la que recrea una etapa de nuestra historia especialmente atractiva.

 

Y cerramos con uno de los premios más prestigiosos de la novela negra en España, L’H Confidencial 2014. Se trata de La chica que llevaba una pistola en el tanga, de Nacho Cabana (Rocaeditorial), aparecida en abril.

 

Cabana ha trabajado, entre otras series, para Médico de familiaCompañerosColegio MayorMás que amigos... Nos propone una novela dura, directa y de ritmo cinematográfico.

 

En Madrid, dos skinheads atacan a un matrimonio rumano y matan a su hija pequeña. Violeta y Carlos, agentes de la comisaría de Leganitos, detienen a los agresores y siguen su pista hasta un burdel de Murcia. Sospechan que el caso no tiene nada que ver con el racismo.

 

María, la hermana mayor de la niña rumana, trabaja como prostituta y parece estar en el centro de un asunto de mucha envergadura.

 

En México DF, Pedro, un español casado y con una hija pequeña, trabaja como taxista y consigue buena parte de sus ingresos a través de las comisiones que le pagan los burdeles por llevar clientes. Poco a poco, se enreda en una red de trata de blancas y prostitución infantil.

 

Estos dos casos acaban relacionándose y poniendo en jaque la vida de todos sus protagonistas.

 

Les señalaba unos párrafos arriba que se trata de una novela de ritmo vertiginoso, muy cinematográfico, para lo bueno y para lo malo.

 

En el lado positivo, se lo pasarán muy bien porque el autor no da un minuto de respiro al lector y los diálogos y la acción son muy ágiles. La documentación sobre la que se sustenta es, también, sólida. En el apartado de los peros, situaría el dibujo de los personajes, algo epidérmicos porque el autor ha primado un argumento complejo –con varios personajes principales y escenarios–, que toca temas de mucho calado –trata de blancas, prostitución infantil, connivencia entre policías y mafias...–, sin alargar la novela más allá de lo estrictamente necesario para que el lector se lo pase bien.