OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Vuelve la España de los treinteañeros que suscriben hipotecas; y los jóvenes de Podemos no son distintos"

Vuelve la España del ladrillo en propiedad. La España de jóvenes treintañeros que se meten en hipotecas a cuarenta años.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 22.05.2018 07:55

La construcción deja de estar satanizada. La inversión inmobiliaria se recupera. Y aquel cambio de mentalidad del que tanto se habló cuando la burbuja hizo pum y se nos vino encima la recesión va pasando a la historia. Aquello de que no era bueno endeudarse por decenas de miles de euros cuando tienes treinta años y una situación laboral inestable. Aquello que tanto escuchamos en los peores años de la crisis: el alquiler frente a la compra, la libertad que te daba vivir de alquiler sin deberle al banco un dineral y entramparte para toda la vida.

Los partidos políticos enarbolaban la bandera de las ayudas al alquiler. Porque era lo propio de los jóvenes, ¿se acuerdan?, alquilar. Porque España había comprado por encima de sus posibilidades. Porque éramos una anomalía europea: país de propietarios hipotecados hasta las cejas.

Ahora el alquiler ha subido, el mercado inmobiliario ha espabilado y el espejismo de la España de inquilinos se esfuma para volver a ser lo que fuimos: un país de propietarios. Debiéndole el dinero al banco.

Ha hecho una encuesta Fotocasa que lo pone de manifiesto:

• Ocho de cada diez españolas vive en una casa que es suya. Y del banco. Sólo dos de cada diez viven de alquiler.

• Y cuatro de cada diez encuestados cree que un piso es la mejor herencia que se puede dejar a un hijo. Si en lugar de uno pueden ser tres o cuatro pisos, pues tanto mejor. Pablo Iglesias estará de acuerdo en esto.

Vuelve a triunfar entre los jóvenes aquello de que pagar alquiler es tirar el dinero mientras que pagar la letra es invertir en patrimonio. Ya lo dijo Monedero, que no es joven, en su tuit sobre la joven pareja: "Qué sentido tiene que Pablo e Irene paguen mil euros de alquiler pudiendo pagar una letra de quinientos euros". Luego la letra se supo que era de 1.600 (es un crédito blando) pero como idea general sigue valiendo. La compra es inversión, el alquiler es tirar el dinero. El día que se jubile como animador de tertulias puede buscar trabajo como comercial de préstamos hipotecarios.

Lo cierto es que Pablo e Irene, como Alberto Garzón que se ha comprado también él un piso con hipoteca, son jóvenes que piensan como la mayoría de las jóvenes. El sistema es el que es, prefiero comprar a alquilar, para comprar tengo que endeudarme hasta las cejas y eso es que lo hago, pedir dinero. El sistema es el que es y a veces te rindes y gaces tuyo el sistema. España es un país de propietarios y Unidos Podemos también lo va siendo. Con la desigualdad que el sistema supone: cuanto más dinero ganas y más bienes tienes con los que avalar tu préstamo, más grande puede ser la casa que te compres y más cara. Eres tú quien decide cómo de grande la quieres, cómo de cara y dedicando a pagarla qué porcentaje de tus ingresos.

Lo de Podemos no se sosiega. La operación callarle la boca a Kichi ha resultado más accidentada de lo que Pablo e Irene habían calculado.

Callarle la boca a Kichi es el objetivo de la consulta que decidió Pablo, como secretario general que es, sin consultar a la dirección de su partido. A excepción de Irene, que sí fue consultada al cincuenta por ciento, como la hipoteca. El objetivo, poco disimulado, es poner a los militantes como escudo para neutralizar las críticas internas. Si nos queréis, acabad ya con este tema.

El problema para la dirección es que la jugada de la consulta a las bases ha convertido el debate sobre el tamaño del chalet en un debate más peligroso: el de la conveniencia de esta consulta y el del uso que Irene y Pablo están haciendo de un instrumento como éste.

El goteo de voces discrepantes que se escuchó ayer (el asturiano Ripa, la andaluza Rodríguez, la madrileña López Huerta) no lo es —discrepante— con el chalet, sino con la consulta. Porque la consulta ha irritado aún más que el chalet a quienes discrepan de la deriva que está teniendo el partido: este solapamiento de la vida de Podemos con la vida de la pareja Iglesias-Montero. Como si el chalet hubiera sido el detonante para que afloren antiguos recelos a esta circunstancia, poco frecuente, de que el secretario general y la portavoz parlamentaria (escaño con escaño) sean pareja. La relación personal que era tabú mencionar mientras ellos no confirmaron en público y que, siendo un asunto personal, siempre fue también un asunto político. Lo que entonces incomodaba a algunos ahora vuelve a plantearse a cuento, o con la excusa, del chalet.

A todos ellos les vino a decir ayer Pablo, con el tono más suavemente avisador que se le conoce, que arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.

Apuntado queda, y Pablo pasará factura el día que pueda.

Ay, el otro serial.

El de siempre. La cuestión catalana. El tiempo entre imposturas.

El capítulo de ayer, con personajes nuevos y grabado todo en exteriores.

Empezó con el viaje —casi aventura— que hizo el doble de Puigdemont, Joaquim Torra, a territorio hostil. En un alarde de coraje, el valeroso presidente que debe su cargo a Berlín salió de territorio catalán y se internó primero en Aragón y luego en Castilla.

Fueron minutos de suspense. En los que los espectadores se preguntaron cuántos sobresaltos se producirían durante el viaje. Después de todo, viajaba a la capital del reino expoliador, opresor, atrasado y fascista. En contra de lo que él mismo, seguramente, esperaba, ni le paró la guardia civil de tráfico en Fraga, ni le cachearon al llegar a Medinaceli, ni le salió al paso un grupo de bandoleros con sombrero calañés, fajín, pañuelo y trabuco. La España antigua y subdesarrollada ayer libraba.

Superada este primera escena de tanta emoción, el presidente entró y salió de Estremera, entró y salió de Soto, entró y salió de Alcalá Meco. Y cuando ya no le quedaron prisiones de las que entrar y salir se dirigió a la prensa para anunciar que él prisa no tiene.

Sin prisa, pero sin pausa, se volvió el president a Cataluña a seguir esperando a que vuelvan los reclusos, pero ya en su sillón de la Generalitat, que es más cómodo que el deprimido páramo madrileño.

Se le vio al final del capítulo, allí, esperando. A ver si el que se cansa es Rajoy y le publica los nombramientos de los consejeros virtuales. Rull, Turull, Comín, Puig. Primero que me los publique, y luego ya si quiere que los impugne. Pero así levantamos (entre los dos) el 155 y Urkullu se relaja y le aprueba de una vez los Presupuestos.

Mientras la trama principal discurría por aquí, en otra localización del serial, localización playera, una señora se encaraba con un hombre que plantaba cruces en la arena.

Ésta fue la escena sorpresa del serial. La escena 'qué es aixó'. Qué es esto. De las cruces. El hombre que responde "es una petición". Para que suelten a los presos. Y la señora le dice que la playa es de todos y que quite esas cruces que no vienen a cuento.

Fue la escena más tensa del episodio de ayer. La campaña ésta de las organizaciones independentistas dispuestas a demostrar que la playa, como la calle, es suya. Y eso que no sacaron la de Canet, la otra playa en la que hubo tres heridos leves. En ésta de Llanfranc no se llegó a las manos. Aunque a punto estuvieron.

La señora terminó desclavando todas las cruces que pudo entre la división de opiniones del respetable. Aplausos y pitos.