OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Los trenes que Carme dejó pasar"

No dejan de suceder cosas que nunca antes habían sucedido. El Parlamento se disuelve cuatro meses después de ser constituido, Sánchez reconoce que se pasó de frenada, Rajoy anuncia acuerdos con el presidente independentista de Cataluña y Jordi Hurtado se coge una baja: Saber y ganar sin el presentador que ha tenido los últimos doscientos diecinueve años. Definitivamente, algo está pasando en España.

Carlos Alsina

Madrid | 28.04.2016 08:08

Bueno, y Carme Chacón abandona, que esto, a diferencia de todo lo anterior, no es la primera vez que pasa. Coge otra vez la puerta la ex ministra de Defensa y ex aspirante a dirigir el PSOE y se baja de la lista del PSC al Congreso. ¿Por qué? Hoy dará ella las explicaciones que considere pertinentes: siempre le cabe el comodín de las “razones personales”¸que viene a ser la forma de decir “ya se imaginan ustedes” ---ya se imaginan que no es eso, no suspiro por volver a dar clases en Miami---. El Periódico de Cataluña, que avanzó anoche la noticia, dice (y esto es sorprendente) que lleva madurando su adiós desde el mes de diciembre, es decir, nada más salir elegida diputada. Eso debe de ser la convicción para el desempeño del cargo electo. Y el diario El País cita fuentes socialistas para afirmar que el detonante ha sido la convocatoria de primarias en su partido, es decir, que Chacón pretendía repetir como cabeza de lista sin necesidad de pasar otra vez el examen pero se ha encontrado con que el PSC, Iceta, quiere que haya. Y Chacón, que ni se entiende con Iceta ni se entiende con Sánchez, ha optado por dar portazo.

Aún no se han convocado las elecciones y un nombre relevante para el electorado socialista –la niña de Felipe, apadrinada por Zapatero y afín a Susana Díaz-- abandona el barco de Pedro Sánchez. No es el único nombre que se va a caer de una lista aprovechando que se repiten las elecciones.

Teoría de los trenes que pasan, dedicada a Carme: si renuncias al primero y pierdes el segundo, lo raro es que llegue a haber para ti un tercero. Susana, aunque no lo parezca, también lo sabe.

Resulta que Puigdemont, el president carambola, ha gustado en La Moncloa. Le causó buena impresión a Rajoy. Eso dicen los suyos. Tanto tiempo porfiando con Artur Mas, el líder más correoso que ha pisado Barcelona desde Ramón Berenguer el viejo, hacen que casi cualquiera le resulte simpático al presidente en funciones del gobierno. Puigdemont cayó bien porque, aunque habla, poco, del procés y de este yugo terrible con el que Cataluña tiene sometida a España, no se pone pesado y enseguida pasa a otra cosa. El déficit, la financiación, el traspaso de competencias, los conflictos judiciales que “mejor, Mariano, si a tí no te parece mal, podríamos ir aparcando”. Qué necesidad de andar recurriendo a todas horas al Tribunal Constitucional cuando podemos, tú y yo, ponernos de acuerdo en tres o cuatro cosas.

Puigdemont agradó en Moncloa porque le vieron con ganas de agradar. Y han debido de pensar que sería bonito tener con él un detalle y obsequiarle con una baza que él pueda exhibir ante sus muchos rivales en la política catalana. El primero de ellos, Artur Mas, el papa emérito; y el segundo, Oriol Junqueras, presidente en la sombra con más discurso, y más audacia, que su compañero (temporal) de aventura. De manera que en la víspera de que Juqueras y Saenz de Santamaría se presenten el uno a la otra y se sienten a la misma mesa por primera vez, el delegado oficioso de Rajoy en Cataluña, García Albiol, anunció ayer que la Moncloa y el Palau tienen cinco conflictos menos. Cinco choques por temas de competencias que han resuelto entre ellos sin necesidad de estar llamando a todas horas a la puerta del Constitucional. Que no se diga que Rajoy no es un hombre dialogante y capaz de alcanzar acuerdos. Todo lo que no se reúne, ni pacta, con Rivera, o con Sánchez, o con…Juan Vicente Herrera, lo hace con este amigo nuevo que le ha salido y sobre el que en su día dijo que le parecía una burla la forma en que había llegado a la presidencia. Cuando más tambores de guerra suenan en la política nacional, más pipas de la paz se encienden en Barcelona. Con Puigdemont, vamos a ver qué pasa con Junqueras.

Porque Junqueras nos dijo aquí que él va escéptico a su primera cita con la vicepresidenta. Que es inconmensurable la batería de recursos al Constitucional que ha presentado el gobierno contra leyes catalanas.

El malvado gobierno central que le envía a Montoro, o a De Guindos, o a Santamaría a hablar con mucha cordialidad pero que luego no le resuelve nada.

Mucho más suelto estuvo Junqueras al hablar de sus reclamaciones al gobierno de España que al opinar sobre Arnaldo Otegi, por ejemplo. Ahí no arriesgó ni media opinión. Respeto, dijo, por el líder de una formación política que tiene muchos votos y que se ocupa de cosas que a él no le atañen.

Otegi terminó su excursión por el Parlamento Europeo celebrando el gran apoyo que le ha brindado lo que él llama la izquierda europea, entiéndase la izquierda que está a la izquierda de los partidos socialdemócratas. En una nueva muestra de la profundidad de sus análisis (escasa, ¿verdad?) se quejó ayer de que la prensa le haya dado mucha cancha al minuto de silencio por las víctimas de ETA pero apenas haya dicho nada del minuto de silencio por el bombardeo de Guernica, de cuyas víctimas pretende apropiarse alimentando de nuevo esta manipulación tan suya que consiste en presentar el terrorismo como un conflicto bélico, o militar, entre dos bandos.

No todo fueron palmaditas en el hombro para este individuo: no todo el mundo le quiso ayer acariciar el lomo. Algunos eurodiputados le increparon y le recordaron su pasado no tan lejano. Y en el pleno reclamó el portavoz del grupo popular europeo que se modifique la norma para que no pueda invitarse como si fuera un estadista a un condenado por terrorismo

El grupo parlamentario que ha apadrinado la visita de Otegi, la Izquierda Unitaria a la que pertenecen IU y Podemos, defendió la invitación alegando que es un hombre que apostó por el proceso de paz, y fue entonces cuando se escuchó a Teresa Giménez Becerril, la hermana de Alberto, cuñada de Ascen, gritar que a su hermano lo mató ETA y que no combatía en ninguna guerra, era un concejal que regresaba a casa después de cenar con su esposa y unos amigos. Nunca hubo guerra y nunca hubo más enemigos de la paz que aquellos que, como a tantos otros, mataron a Alberto. Ni aquel crimen, ni ningún otro cometido por ETA, fue repudiado por Arnaldo Otegi.