OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Alianzas políticas inusuales"

Es cuestión de horas que lo digan ya con todas las letras. El terreno está abonado y sólo falta pronunciar la palabra: atentado. O su equivalente en este caso: derribado

Carlos Alsina

Madrid | 20.05.2016 08:14

El vuelo comercial 804 de la compañía Egyptair no se cayó sólo ni sufrió ningún accidente. Lo que creen el gobierno egipcio y el gobierno francés —la hipótesis que alimenta la investigación en marcha— es que el avión o llevaba una bomba dentro o fue abatido por un misil lanzado desde un barco. Entre las dos opciones, y aun sabiendo que pondrá en cuestión los sistemas de seguridad de todos los aeropuertos por los que ha pasado ese avión en las últimas 48 horas, Charles de Gaulle incluido, la de más peso es la primera. Pese a que no hay imagen alguna tomada desde los satélites que recoja un fogonazo o algo que pueda reflejar una explosión en el aire. Si fue una bomba, fue pequeña. Suficiente para derribar el avión sin desintegrarlo en mil pedazos.

Oficialmente aún se mantiene que es prematuro afirmar nada. Pero los signos de por dónde va la reconstrucción de lo ocurrido están ahí. Con la información que tenemos, ha dicho el ministro egipcio de aviación, encaja más el atentado que el accidente. ¿Y qué información es ésa? La ausencia de mensaje de emergencia que alertara de que algo raro sucedía y las sacudidas que dio el avión mientras se precipitaba al mar: el brusco giro a la izquierda y de inmediato en sentido contrario, hacia la derecha. Un Airbus 320 en descontrol y cayendo aceleradamente. Falta un elemento que aparece siempre que se produce el atentado: al grupo yihadista de turno celebrando la matanza y atribuyéndose el éxito. Aún no hay banda alguna que haya dado ese paso. Los sospechosos habituales sabemos quiénes son: Estado Islámico, Al Qaeda o alguna de sus marcas afiliadas.

Su pretensión es amontonar cadáveres y, más aún, aterrorizar a quienes seguimos vivos. Meter el miedo en el cuerpo a todo aquel que vaya a tomar un avión. Particularmente con origen o destino en Egipto.

Fútbol y fiestas populares. Campo abonado para las polémicas más agrias y acaloradas en España. Y también, para las alianzas políticas inusuales y las disidencias internas más sonadas. Esto es lo que pasa, verán, cuando cargos políticos prescinden de la disciplina de criterio de sus partidos y dicen lo que realmente piensan.

Ejemplo primero: el toro de la Vega. El gobierno autonómico de Castilla y León, receptivo al cambio de los tiempos y a las corrientes de opinión, se apunta en vísperas electorales a la prohibición del toro de la Vega —o en rigor, de la muerte del toro alanceado, porque el resto de la tradición de Tordesillas puede mantenerse—. Y el PP de Tordesillas le dice a su propio partido, a Juan Vicente Herrera, que no ha sabido enterarse de la importancia de una celebración que tiene quinientos años.

El líder del Partido Socialista, Sánchez, celebra que el gobierno del PP haya prohibido matar al toro, pero al alcalde socialista de Tordesillas le preguntan por su secretario general y pasa lo que pasa.

En la España inusualmente transversal, Sánchez hace piña con Juan Vicente Herrera y el alcalde y su oposición en Tordesillas, PSOE y PP, se conjuran para impedir las pretensiones de ambos. Esta decisión que hoy celebra Pedro Sánchez es la misma que a Luis Tudanca, responsable del PSOE en CyL, le parecía hace seis meses contraproducente.

Ejemplo segundo: las banderas independentistas que no podrán entrar en el Vicente Calderón el domingo. Aquí es el PP catalán, García Albiol, el que reniega de la prohibición decidida por su compañera de partido Concepción Dancausa. Si de él dependiera, y es del PP, la estelada no se prohibía. Pero si dependiera de Guillermo Fernández Vara, que es el del PSOE, entonces sí que se prohibía. Aquí está el presidente extremeño haciendo piña con la delegada del gobierno en Madrid.

Y aquí el secretario general de su partido, Sánchez, diciendo lo contrario.

A lo que cabe añadir al portavoz del PSOE en el Senado, tirando de truco facilón para echar balones fuera sobre este asunto. La famosa cortina de humo.

Todo es siempre una cortina de humo para que no se hable de lo que cada partido quiere colocar como asunto prioritario en los medios atendiendo a su propio interés electoral. Oscar López, que es senador, por cierto, en representación de Castilla y León y que huye como gato de agua hirviendo de la polémica sobre el toro de la Vega.

Fútbol y festejos populares. A la final del Calderón tampoco irá Manuela Carmena. Porque si no va su amiga Ada Colau, con ella que no cuenten.