OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Le Pen culpa de todo al euro pero preguntará antes de mandarlo a hacer puñetas"

Sucedió hace dos años, aunque parece que fuera hace dos siglos. Lo de Grecia, no lo del dos de mayo. Hace apenas dos años, quién lo diría, la pregunta que nos estábamos haciendo todos es qué sucedería si Grecia, como empezaba a parecer, acaba saliéndose del euro.

Carlos Alsina

Madrid | 27.10.2017 23:28

Dos años después, y con un Bréxit de por medio, la pregunta es qué pasará si quien se sale es Francia. La Francia fundadora de la Unión Europea que, a diferencia de Grecia, nunca fue sur ni periférica, sino corazón mismo —y motor— de la integración comunitaria.

Qué pasa si al final gana Le Pen. La señora de la extrema derecha que quiere sacar Francia del euro.

Contorsionismo es lo que la prensa francesa le está reprochando en las últimas veinticuatro horas a Marine Le Pen. Contorsionismo y cacofonía. Un 'sí pero no', un 'no pero sí' con el que busca no espantar a los votantes que empiezan a plantearse votarla a ella pero a los que les entra el vértigo al pensar en enterrar el euro. El doble discurso de la candidata en la recta final de una carrera que, en teoría, sigue perdiendo: el euro tiene la culpa de los problemas de la economía francesa pero ella preguntaría a los ciudadanos antes de mandarlo a hacer puñetas. El comodín éste de la consulta popular para no concretar qué pasaría si ella gobierna. La señora Le Pen da el euro por muerto pero evita comprometerse mucho más a sabiendas de que la mayoría de los franceses prefiere continuar con la moneda única.

Su problema es que, mientras ella alimentaba la ambigüedad, salió el numero dos del Frente Nacional a proclamar que en un año estarían los franceses pagando los productos en francos. Oh, el franco. La añoranza lepenista de la moneda propia, de la Francia que no dependía de las directivas comunitarias, de la patria que no estaba al albur de los consejos europeos. La Francia soberana que no compartía sus decisiones con nadie. Ni su política exterior. Ni su moneda.

La soberanía nacional presentada ante el público como la esencia del patriotismo. ¿Qué es para usted la soberanía nacional?, le preguntó Pablo Iglesias a Rajoy en el Congreso al cabo de dos años predicando contra el sometimiento de Europa a las terribles imposiciones de la Alemania insolidaria e imperial. La maldita Merkel.

Patria es poder decidir nosotros. Éste es el mensaje.

• El que hizo Tsipras en Grecia, cuando era el faro en el que se miraba Podemos, es decir, antes de que Pablo mandara a negro al griego por pastelear con la comisión europea.

• El mensaje de Nigel Farage en el Reino Unido.

• El mensaje de la extrema derecha en Francia. Patria es soberanía nacional. Decidirlo todo nosotros.

• Y aunque les escueza ahora asumirlo, es también lo que decía Podemos cuando se presentó a las elecciones europeas. Aquel Podemos que aún coqueteaba con la idea de sacar España del euro. Esta Europa en la que los estados ceden cada vez más soberanía no la queremos.

El domingo sólo votan los franceses. Pero lo que ellos voten nos afecta a nosotros, los otros 26 países de la Unión Europea. Como un tsunami, si gana la señora. Y como una leve llamada de atención si gana el ex ministro ex financiero.

Aunque en el mundo mágico de Melenchón, de los Pablos y de Irene Montero quepa estar contra Macrón sin hacerle el juego a Le Pen, aunque en su mundo de cálculos y estrategias quepa proclamar que hay que votar contra Le Pen sin votar por Macron, ocurre que la vida real es como es: esta vez sólo existen dos opciones, o impedir que llegue Le Pen o travestir la pasividad de falsa equidistancia. O Macron o Le Pen. No mojarse en este caso es retratarse.

Iglesias se pone insistente. El PSOE pasa olímpicamente de su moción de censura –-ya le ha dicho que se olvide— pero él presiona. Si de viva voz le mandan a paseo, les vuelve a soltar el argumentario por carta.

Podemos retratándose alborozado con uno de los pilares del régimen del 78, como dirían ellos: el bipartidismo sindical. El bisindicalismo patrio. UGT y Comisiones, los sindicatos de clase, que no sólo se blindaron en la transición como agentes sociales con los que hay que contar para las negociaciones laborales sino que han ido de la mano desde hace treinta años. En el bipartidismo sindical ni siquiera hay turnismo. Los hermanos Méndez-Toxo, los Redondo-Gutiérrez, los Méndez-Fidalgo, siempre fueron una misma cosa, apadrinada por el sistema y convenientemente subvencionada. Pero todo esto a Podemos le parece estupendo. Lo que reprocha a los dirigentes políticos que hicieron la transición nunca se lo ha reprochado a los dirigentes sindicales: el pasteleo. El pacto. El reformismo para impedir la revolución. Podemos se siente a gusto celebrando en la calle a la UGT y a Comisiones Obreras.

Como escribió ayer José Antonio Montano, Iñigo ha querido aprovechar el primero de mayo para acercarse a ver cómo es un obrero. Profesores de universidad sintiéndose, por un día, proletarios. Iñigo podría haberse manifestado ayer como lo que es: un hombre al que le ha dejado sin empleo el patrón de su partido político, relegado a la vida contemplativa —haciendo pasillos— hasta que lleguen las primarias de 2019 y se vea si le dejan, de verdad, hacerse la foto electoral para competir, en Madrid, con Cristina Cifuentes. El líder actual de Podemos en Madrid se llama Ramón Espinar. El del piso que nunca llegó a habitar, el del boicot a la coca cola bebiéndola a dos manos, el del marisco baratísimo Galicia Ceibe. Planteado así, es verdad que Errejón tiene poca competencia si acaba aspirando al puesto de consolación.