Aunque carece de fama desmesurada, ha marcado una época y además encarna a ese deportista que ejerce con principios lleve botas de tacos o zapas de colorines. Óscar de Marcos anunció que deja el Athletic al final del curso y que a sus 35 añitos tendrá que hallar la motivación en otras facetas.
El de Laguardia roza los 600 partidos tras 16 años en la máxima y su legado está vívido para todos los que habitan Lezama. Fue el tutor de Iñaki Williams, ayudó a darle tiesura a sus renglones torcidos, se sabe oráculo de los que aspiran a canjear goles por coches y pisos, untando valores en las paredes del vestuario a la vista de todos. Siempre respondiendo al entrenador con versatilidad y compromiso.
Todavía nos agarramos la entrepierna cuando rememoramos aquel choque en San Mamés de Óscar con Paredes en el que su desgarrado escroto acabó reconstruido con 30 puntos. Tras el partido, claro. En el descanso -con Bielsa mareado y lívido viendo aquella zona de guerra-, se negó a ser cosido. “Después voy, queda la segunda parte”. Tal cual. Y hasta dio asistencia a Toquero para que anotase el gol de la victoria.
Antes de toda esta epopeya, vivió su catarsiscomo voluntario en Togo, enseñando destrezas a jóvenes marginados y explotados. Días africanos que se le clavaron en el alma como las tardes clandestinas de viernes en el ala infantil de oncología en Las Cruces, chutando energía de habitación en habitación, sin flashes, ni comitivas, solo con la indiscreción de algún padre agradecido en su cuenta de Facebook.
Pues eso, sé del peso del sorteo de Champions, la resaca Rubiales y otro finde de chándal, pero todo se me hace insulso hoy al compararlo con el adiós espartano de Óscar, el hijo de Elvira y Pedro Antonio. El hermano de Pedro y Verónica. El nieto de Antonio y Dolores. Y de Nati y José Antonio.